Continúa la serie de artículos sobre Albert Hofmann. En esta ocasión, explicamos la tesis que elaboró junto con Wasson y Ruck sobre la sustancia utilizada en los antiguos misterios eleusinos: una droga obtenida del cornezuelo que es similar a la LSD.


Finalizamos la anterior entrega mencionando la tesis de Hofmann, Wasson y Ruck expuesta en el libro El camino a Eleusis, según la cual los griegos conocían las propiedades enteogénicas del cornezuelo y utilizaban el poder visionario de sus alcaloides en los misterios más importantes de la antigüedad clásica.

En realidad, sin que se les reste mérito, la tesis no es totalmente original de nuestros tres amigos, sino que fue Karl Kerenyi, un gran estudioso de Grecia, el primero en afirmar que el núcleo de los ritos eleusinos debía residir en el contenido del kykeón. Gordon Wasson dio inicio a la investigación; después de haber estudiado durante años los hongos mexicanos, se interesó por los misterios de Eleusis, con la hipótesis de que podían basarse en una sustancia enteogénica similar a las utilizadas en Centroamérica. Para confirmar su idea se dirigió a Hofmann. Cuenta éste que, en julio de 1975, estaba visitando a Wasson, “cuando repentinamente él me planteó la pregunta siguiente: ¿creía yo que el hombre primitivo, en la antigua Grecia, podría haber descubierto algún método para aislar un enteógeno a partir del cornezuelo que pudiese haberle proporcionado una experiencia comparable a la que da la LSD o la psilocibina?”. Hofmann meditó sobre el tema y dos años después contestó a su amigo. Carl Ruck, profesor de mitología griega y etnobotánica, puso el marco histórico adecuado y quedó completada la tesis de la amida del ácido lisérgico como explicación de los misterios. La tesis de los alcaloides del cornezuelo como responsables del viaje iniciático eleusino es, con diferencia, la más probable de todas las planteadas. Ya mencionamos que un hecho que la apoya es que en aquella zona abunda el cornezuelo de los cereales, en una variante muy enteogénica y poco tóxica. Otra prueba es que allí el ergot no sólo parasita el centeno, la cebada y el trigo, sino también el pasto silvestre y la cizaña, con lo que se invalida el contraargumento de que los griegos no pudieron conocer el cornezuelo porque sólo aparece en el centeno, cereal poco común en Grecia. Además, se acepta sin discusión que el kykeón contenía al menos menta y harina (de un cereal), y que el símbolo de los misterios era una espiga, que en algunas manifestaciones aparece contaminada con cornezuelo. Por ejemplo, una urna funeraria de mediados del siglo -V representa a Triptólemo con unas espigas que contienen cornezuelo, a juzgar por su color oscuro.

Da la feliz casualidad de que los alcaloides enteogénicos y no tóxicos del cornezuelo, la ergonovina y la amida del ácido lisérgico, son solubles en agua, mientras que los más peligrosos (ergotamina y ergotoxina) no lo son. Por ello, los sacerdotes bien podían preparar la bebida visionaria con sólo poner en remojo los granos parasitados. Y no sólo eso: “Un método aún más sencillo habría sido recurrir a alguna clase de cornezuelo como el que crece en el pasto Paspalum distichum, que contiene sólo alcaloides que son enteogénicos, y que podría incluso haber sido usado directamente en forma de polvo (…) Los sacerdotes eleusinos tan solo tenían que recoger el ergot de la especie paspalum, que con seguridad crecía en los alrededores del templo, luego pulverizarlo y añadirlo al kykeón para darle su cualidad modificadora de la consciencia”.

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Escohotado resume los puntos que debe cumplir la teoría para ser válida: que la bebida sagrada contuviera una droga con propiedades visionarias; que se obtuviera a partir de algún producto disponible año tras año y en cantidad suficiente para abastecer a todos los iniciados; y que se tratara de una sustancia activa en dosis lo suficientemente pequeñas como para pasar inadvertida. La denominada “teoría del LSA” cumple de sobra los tres requisitos. La tesis contraria, llamada clásica, más de acuerdo con el carácter ritual de las religiones occidentales, sólo formal y sin contenido, sostiene que los sacerdotes revelaban las visiones, con un fuego que representaba la posibilidad de la vida eterna y varios objetos sagrados. Así se generarían las alucinaciones de los asistentes, estimuladas por la preparación anterior y el ayuno. La sugestión creada al mostrar las reliquias es lo que originaría esa fuerte vivencia interior. Comenta Escohotado que esta hipótesis es poco creíble porque las ceremonias eran nocturnas, sólo iluminadas por antorchas, y con la cantidad de gente que asistía la visibilidad sería casi nula. Existe otra razón más intelectual: personas de gran cultura como Platón, Píndaro, Sófocles, y otros genios menos proclives aún a una creencia ciega, como Aristóteles y Cicerón, es poco probable que tragaran tal píldora de credulidad borreguil, y se necesitaría algo más para conmoverles y conseguir que respetaran los misterios de por vida.

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Gracias a Hofmann, Wasson y Ruck queda explicado el significado de lo que sucedía en Eleusis y del maravilloso mito de Deméter, que conforma el culto más importante de la cultura grecorromana, una de las numerosas muestras de genialidad del pueblo griego. Se trata de un tema central en todas las comunidades antiguas: el intento de comprensión del misterio del ciclo de la naturaleza y de la fecundidad de la tierra, la cual hace posible la agricultura y, en consecuencia, la vida estable en poblaciones sedentarias, frente a la etapa paleolítica anterior en que el ser humano había sido nómada, cazador y recolector, pero no agricultor ni ganadero. Siempre ha sido motivo de admiración que la tierra dé frutos que permiten sustentar la vida. También era objeto de curiosidad que hubiese ciertos meses en que la tierra daba cosecha y otros en las que no. De ahí surge el mito de Deméter, heredado de las culturas de Asia Menor. No vamos a explicar su contenido, tarea que ya realizó Isidro Marín en el número 50 de Spannabis Magazine (“Los misterios de Eleusis”). Tan sólo diremos que se trata de una alegoría del carácter cíclico de la naturaleza, de la fertilidad de la madre tierra y de la desaparición del fruto durante el invierno. De este modo, la participación en los misterios era no sólo una forma de comprender todo el proceso, sino que la ingestión del kykeón suponía demostrar que el agente que estropea las cosechas (el cornezuelo, hongo parásito que provoca graves enfermedades) no tiene por qué ser letal si se utiliza sabiamente, sino que permite acceder a los secretos ocultos del mundo. La sustancia con potencial tóxico puede utilizarse como enteógeno, como vehículo de conocimiento: una nueva lección que nos enseñan los griegos antiguos.

Hofmann

Sabemos que la cultura occidental nació en Grecia, pero, lamentablemente, sólo nos ha llegado una pequeña parte de su legado, debido a la destrucción sistemática -por los siglos de los siglos- de escritos y testimonios artísticos por parte del cristianismo oficial, especialmente cuando deseaba acabar con las manifestaciones paganas con el objetivo de hacerse con el monopolio espiritual. La cultura griega no ha sido nunca superada, y no volverá a repetirse jamás que un pequeño número de ciudades dé en tan poco tiempo figuras de la talla de Heráclito, Parménides, Demócrito, Herodoto, Sócrates, Platón, Aristóteles, Sófocles o Epicuro, por nombrar sólo unos cuantos. Tras el siglo IV cayó la bruma de la ignorancia, con el emperador Constantino, quien concedió al cristianismo grandes privilegios, y sobre todo con Teodosio I, que prohibió todas las demás religiones, tras el breve paréntesis de renacimiento filosófico-cultural del emperador Juliano, mártir del helenismo asesinado por los cristianos. Se persiguió todo lo considerado pagano y se destruyeron sus testimonios; sólo el azar histórico y la labor transmisora del sector árabe más culto permitió rescatar, siglos más tarde, una pequeña parte. Posteriormente, en los siglos XV y XVI, el Renacimiento recuperó algo más. Mucho después, a partir de finales del XIX, la labor de algunos helenistas y eruditos ha ido descubriendo el resto de lo que sobrevivió a la destrucción, una ínfima fracción de lo que los griegos hicieron. A Hofmann, Wasson y Ruck debemos la solución de este enigma que permanecía sin explicar. ¡Gracias, buen doctor, por acercarnos un poco a la genialidad helénica! ¡Gracias por habernos dado la LSD, droga hermana de aquella con que los iniciantes de Eleusis contemplaban los misterios del universo, de la vida y la muerte, antes de que el monoteísmo nos inundara con su ignorancia!

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Referencias:

Karl Kerenyi fue un eminente estudioso de la mitología y de la cultura griega. En español hay traducidas varias obras suyas sobre este tema: La religión antigua y Dionisos: raíz de la vida indestructible, de Editorial Herder, y Eleusis: imagen arquetípica de la madre y la hija, Introducción a la esencia de la mitología (junto con Carl Gustav Jung) y En el laberinto, de Editorial Siruela.

Gordon Wasson, Albert Hofmann y Carl Ruck: El camino a Eleusis. FCE.

Escohotado, Antonio: Historia general de las drogas. Espasa Calpe.

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