«El uso de la cannabis para fines que no sean médicos y científicos deberá cesar lo antes posible, pero en todo caso dentro de un plazo de 25 años a partir de la entrada en vigor de la presente Convención» -Convención Única sobre Estupefacientes, Nueva York, 30 de marzo de 1961-.

Texto: Eduardo Hidalgo. Fotografías: Javier Marín y Gloria Cárcamo.

JA, JA, JA, JA, a ver que saque la calculadora…61 + 25 = 86, JOW, JOW JOW!!! Jowder, que salaos los de la Naciones Unidas, si ese año o el siguiente es cuando me estrené en mi breve y –nunca mejor dicho- alocada carrera cañamita. Vamos, que justo cuando el uso lúdico de los petardos tenía que haber desaparecido de la faz de la tierra sólo había que darse un paseo por la calle San Vicente Ferrer (Malasaña, Madrid) para comprobar de primera mano la efectividad de tan absurdas y nefastas estipulaciones: aquello era como las actuales colas del INEM tan sólo que compuestas, básicamente, de emprendedores inmigrantes magrebíes que atestaban ambas aceras dispensando y anunciando sus productos a voz en grito: «coooooosto, coooooosto, coooooosto… cinco libras sieeeeeete chinas». Y la pasma, a por uvas, como siempre. ¡Qué cachondos! Yo creo que lo hacían aposta. Recuerdo una vez que iba caminando entre la multitud de camellos, y en esto que pasó un coche patrulla y a los mendas no se les ocurrió otra cosa que pararme a mí, justo a mí (aunque cierto es que por aquel entonces me paraban cuatro veces al día, y de verdad que no exagero, pero eso es tema para otra ocasión), un chaval de 17 tacos o por ahí que, sospechosamente, llevaba consigo una bolsa de El Corte Inglés bien abultada.

«¿Qué llevas ahí?». ¿Unos quintales de hash, tal vez?, pensarían los muy ze/porros.

«Pues mire, agente, nada más y nada menos que cinco ejemplares de Astérix el galo».

Ya podéis imaginaros lo que pasó cuando, muy correcta y educadamente, se los enseñé… las risotadas de la banda retumbaron hasta en Ketama.

¡Menudo esparramo! Pero si había veces que no hacía falta ni pillar, bastaba con ponerse a buscar por el suelo las chinas extraviadas en los bajos de Aurrerá para asegurarse el colocón de todo el fin de semana.

¡Qué tiempos aquellos! Jai, jai, jai, jai… Eso sí, la de mierda que había (aunque fumándote treinta al día, la psicosis cannabica la tenías asegurada, no lo duden, por mucho meta-estudio que niegue su existencia); si de la marihuana –tan infrecuente en el mercado como una aparición mariana– nos fumábamos hasta las hojas, por no decir sólo las hojas, pues otra cosa no llegaba –como lo oyen-. Y no, no es que fuéramos tontos de nacimiento, sino que, fundamentalmente, era más bien, una cuestión de información. De que no la había, de que era tan poquita que cabía toda en una pegatina de 8 x 3 cm. Ni más ni menos que la que llevaba yo en la moto, ese vespinillo que usaban todos los dealers del barrio para hacer sus gestiones, y que en el guardabarros de delante lucía, esplendorosa, la leyenda «Engánchate a la vida».

Y el activismo, pues también de pegatina, esta vez en el guardabarros de atrás, con la fotillo de unos maderos y el consabido «¡Que se vayan!». Y es que no pensábamos que se pudiera estar al mismo tiempo en misa y repicando, es decir, que no habíamos caído (benditas nuevas generaciones y su cannabica mente preclara) en que se podían desempeñar dos actividades a la vez, como hacer una marcha y fumarte un millón de porros, de modo que, por descarte, desechamos la primera y nos dedicamos en cuerpo y alma a la segunda.

Así acabamos, jas, jas, jash, hash. Joder, si es que dejé de pegarle al chocolate por hastío, porque lo mucho cansa (como con tantas otras drogas, menos mal que, valga la redundancia, hay tantísimas, ya tú sabes: hoy más que ayer y menos que mañana).

El caso es que, como canta Sabina, así de tontamente pasaron los años 80, empezaron los 90, y con ellos… llegó la tormenta. ¡¡¡PATA-PUUUUM!!! De tal manera que, tras ese alcalde heavy/punk que nos arengaba con perlas tales como «Bendito sea el caos porque es síntoma de libertad» o «¡Rockeros, el que no esté colocao que se coloque y… al loro!», hizo acto de presencia el gran villano de los cuentos cannabicos íberos, José Luis Corcuera Cuesta, que, con su infame patadón en la puerta (1992), nos sacó de golpe y porrazo de nuestro limbo onánico-hedonista y logró propulsar hasta límites insospechados el movimiento asociacionista y antiprohibicionista del que, apenas un lustro antes, grupos como los AC/DC (Asociación de Consumidores De Cannabis – Madrid 1987) ya se habían ocupado –sin pena ni gloria- de sentar las primeras bases. La cuestión es que, estando la simiente plantada (sería imperdonable pasar por alto a la mítica ARSEC -1991-, a sus primeros diez miembros y a sus iniciáticas apariciones en la igualmente legendaria revista Makoki), fue el mencionado corcuerazo lo que la hizo germinar, dando vida a todo tipo de colectivos (ARSECA, ARSEK, ARSECSE, AMEC…), que con el transcurrir de los años florecerían a lo largo y ancho de España… bueno, venga, del Estado español (que es lo que se lleva ahora –ya ves tú-).

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Y así, hasta hoy.

¿Y qué tenemos hoy?                                   

Pues, colegas, toda una colección de milagros que hace treinta años ni Dios hubiese podido imaginar ni en sus más lúcidos o desbarrantes colocones marijuanos. A saber: tres y pico ferias del 70 en el susodicho Estado ejpaniol… catas, premios, jurados, revistas, jornadas, grows, apadrinajes de cogollos, análisis de THC, catálogos, guías, bongs, vaporizadores, sativex, spice, usos terapéuticos, marihuana TV, radios cannabicas, FBs, Tweets, trolls, juntas directivas… manifas, San Kanutos, jurisprudencias, sentencias del Supremo, honorables “consumidores” (y no, simplemente, drogatas), CSCs, alcaldes de Rasquera, museos del petardeo, bancos de semillas, catterings, strain hunters, spider killers… cultivos de guerrilla, hidropónicos, orgánicos, biológicos, metafísicos… lamparitas, armaritos, ventiladores, extractores… medidores de ph, enmascaradores de orina, liquidillos varios… iceolators, piruletas… automáticas, “afeminadas”, autoflorecientes… Amnesia, Super-Skunk, Critical, AK-47, Deimos, Mandarina & CO… y un multillón de movidas a cual más útil, flipante, divertida o, simple y llanamente, rara o chorra de cojones ¡Me dirás que no!

«Si, no lo niego, chorradas mil, pero ¿a que moooooolan?»

Ya te digo si molan, y que no falten, que es lo que marca la diferencia, el fiel reflejo de lo bien que nos va. Porque nos va bien. ¡Qué digo “bien”! ¡Genial! Nos va genial. Si no nos falta de ná. Si lo tenemos todo para el fumeteo. Menos la libertad para fumar tranquilamente, claro. Pero menos eso, ya lo tenemos todo, todito, todo. Y que nadie se piense que es una crítica o una ironía (bueno, irónico lo es, de cojones, aunque no tiene nada que ver conmigo sino con la vida misma, que es así de simpaticona). Al contrario, es un elogio. Algo de lo que debemos congratularnos. Pues, al fin y al cabo, lo que viene a indicar es que las leyes contra el cannabis se encuentran completamente sitiadas. Los cañamitas habéis aprovechado cada fisura en el muro prohibicionista y habéis estampado en ella una hojita de matuja. Hoy hay más consumidores de hachís y marihuana que nunca; hay cantidad, variedad y calidad de materia prima como jamás antes las hubo; hay usuarios terapéuticos; información a raudales; hay empresas, pequeños emporios y grandes negocios que permiten que millares de personas vivan dignamente, y con todas las de la ley, de esta vuestra querida planta (sobre la que se ha edificado una clarísima economía emergente, lo cual, en estos tiempos que no corren sino que corroen, ya es, por sí mismo y como diría Iván Carrasco, para que nos demos con un canto en los dientes). En fin, lo dicho: que podemos disfrutar de todo, menos de nuestros derechos más básicos. ¡Celebrémoslo! Si, en serio: enhorabuena. ¡Chapeau! Felicitémonos por lo conseguido. Felicitemos a quienes lo han hecho posible: centenares de miles de usuarios anónimos; miles y miles de activistas desconocidos; cientos de pequeños emprendedores; decenas de militantes que han estado en primera fila, dándolo y jugándoselo absolutamente todo; y unas pocas individualidades que, desde las trincheras de la intelectualidad, fueron pioneras en la argumentación a favor de nuestras libertades drogófilas (hola Maki, je, je, je). Démosles las gracias a todos ellos. Coloquémonos a su salud y, como ya dijera el anciano profesor, estemos al loro. Sí, muy al loro. Al loro con lo que está por llegar, porque, amigos, ha llegado la hora del mate, del jaque-mate. La hora de acabar con la injusticia y con la inseguridad jurídica. La hora de coger el toro por los cuernos y regular, de una vez por todas, esta historia. La hora de olvidar nuestras diferencias y hacer piña por la defensa de nuestros derechos.

Y es que, no digo nada nuevo si comento que la cosa está que se cae, pero es que está que se cae. Mientras Super-Mario (hablamos de Rajoy), en un intento de sacar pasta hasta de debajo de las piedras de hachís, planea subir los corcuerazos de un mínimo de 300 euros a uno de 3000, cada día sale a la palestra un Ex-Presidente del Gobierno de este o de aquel país, abogando por la regulación del mercado de las drogas ilícitas (aquí, en España, el mismísimo Felipe González, padrino del tal Corcuera); el Presidente de Uruguay se marca un órdago que deja estupefacto al mundo entero diciendo que se pasa por el forro los Convenios Internacionales y que, en cuanto acaben las vacaciones, legaliza la marihuana (si lo hace, que lo hará, claramente es el principio del fin de los malosos y de sus infames leyes anti-droga); Presidentas Autonómicas, como Esperanza Aguirre, proclaman que, en asuntos de drogas, habría que hacer lo que propone el máximo representante vitalicio del partido de la oposición (léase Felipe González); ex-miembros del Plan Nacional Sobre Drogas publican libros antiprohibicionistas; alcaldes en funciones convocan referendums sobre la legalización (¡¡¡y los ganan!!!); Parlamentos Autonómicos (Euzkadi, Catalunya) toman la determinación de regular el asunto de los Cannabis Social Clubs (referente mundial en estas cuestiones) y tienen la deferencia de tomar en consideración las alegaciones, reclamaciones, proposiciones y sugerencias que, al respecto, tengan a bien plantear los representantes de dichas entidades. Es decir, que, a la hora de intentar arreglar este “tinglao”, resulta que, teóricamente, se va a tener en cuenta lo que tengan que decir y opinar los más directos y principales interesados (y afectados) en el asunto. ¡Qué más se puede pedir!

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Pues nada más que mucha suerte, paciencia, unidad e ideas claras. Sobre todo eso: ideas claras. No olvidemos que, en términos generales, esta peña no fuma porros, de modo que no está acostumbrada a bregar con razonamientos complejos, con la asociación de ideas. Son políticos y, primordialmente, se manejan con dogmas, con directrices, con programas al estilo “numeración y viñetas”, con slogans, con mensajes únicos. De tal manera que, si les das otra cosa se pierden, entran en bucle, en su bucle prohibicionista. Así que, para que no se empachen, lo mejor es utilizar sus mismos códigos de pensamiento y comunicación: una idea, un mensaje. No más, que se lían. Así pues, lo tenemos fácil, ya que, a mi modo de ver (y pido disculpas a los miembros del “movimiento” si me columpio) la cosa está clara: autocultivo. Esa es la idea y ese es el mensaje. No más. El reconocimiento legal del derecho a cultivar para el propio consumo y la estipulación de las cantidades que cada persona puede cultivar para sí misma. Reconocido este derecho y delimitadas dichas cantidades, quedan protegidos y preservados los intereses de toda la constelación de individualidades y colectivos cañamitas. De todo lo que se ha conseguido hasta hoy. En otras palabras, hay cabida para los cultivadores y consumidores anónimos, para las asociaciones, para los club sociales, para las grows, las revistas, los empresarios, los capitalistas, los consumistas, los anti-sistema y los anacoretas. Para todo quisqui. Por el contrario, sin autocultivo esto sería una merienda de tiburones empresariales en la que los de siempre se repartirían el pastel –ese pastel que durante décadas otros se han arriesgado y ocupado en preparar- y donde no habría más cabida que para ellos y para la masa de consumidores/consumistas de un producto excepcional e injustamente restringido del mercado capitalista (como sucede, por ejemplo, con el tabaco; y que conste que, personalmente, hubiese el sistema que hubiese seguiría fumando de cajetilla –siempre que hubiese cajetillas, claro-, pero preferiría que, quienes quisieran hacerlo de otro modo, pudiesen hacerlo a su manera).

En fin, yo qué sé… que sea lo que Dios quiera y, sobre todo, por aquello de no amargarse, que nos pille bien fumaos (de porros o de lo que cada cual tolere y guste más y mejor). Mientras tanto, sigamos con lo que estábamos. Es decir, con la party del “por lo bien que lo hemos hecho” y el homenaje a los que se lo han currao mientras nosotros estábamos de kutxipandis. ¡Que, otra vez, estamos de Feria, cojons! Alcemos, pues, nuestras hemp bears, brindemos, fumemos y bailemos todo el fin de semana por… por… por… venga, va, por la Convención Única sobre Estupefacientes del 30 de marzo de 1961, jow, jow, jow, jow.

 

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.