El pasado 23 de noviembre el príncipe saudí Abdulmohsen bin Walid bin Abdulaziz y otros cuatro acompañantes fueron detenidos el Aeropuerto Internacional Rafik Hariri de Beirut cuando se disponían a volar con destino a la localidad de Hail, en el norte de Arabia Saudí. A bordo del avión fueron halladas una cantidad indeterminada de cocaína, así como dos toneladas de anfetaminas, en lo que supuso la mayor operación contra el narcotráfico llevada a cabo en el aeropuerto libanés.

La droga incautada conocida como Captagon (o Biocapton) es apenas conocida fuera de Oriente Medio y de los países de Golfo Pérsico pero tiene una presencia importante en estos últimos así como en el Norte de África. La sustancia fue producida por primera vez en la década de los 60 del pasado siglo y estaba enfocada a los tratamientos para la hiperactividad, la depresión y la narcolepsia. A partir de los años 80 del siglo XX se descartó su uso médico y fue prohibida debido a sus propiedades adictivas. Los efectos que esta sustancia causa en el organismo son: la supresión del apetito, un aumento de la energía y la desaparición de la sensación de cansancio. Estos se notan apenas unos minutos después de su consumo y permanecen en el organismo en un plazo de entre 10 y 12 horas.

En el año 2013 la Unidad Antidroga de Las Fuerzas de Seguridad Interior de Líbano interceptó un alijo de casi 5.5 millones de unidades de Captagon ocultas en un calentador de agua industrial con destino a Dubai. La caldera había sido fabricada en Siria y, según declaraciones del entonces coronel Ghassan Chams Edine, responsable de la unidad antidroga, no se habían limitado a rellenar el recipiente con la sustancia, sino que las drogas fueron introducidas en la misma fábrica. Apenas una semana después, seis camiones sirios con destino a Arabia Saudí se interceptaron cuando se disponían a cruzar la frontera de Líbano, los vehículos llevaban ocultos en su interior seis millones de pastillas. Al día siguiente un ciudadano con pasaporte sirio fue detenido en el aeropuerto de Beirut portando 11.000 tabletas ocultas en pasteles, posteriormente a otros dos individuos de la misma nacionalidad se les intervino ocho kilos de esta sustancia.

Todos estos ejemplos tienen un denominador común que es su relación directa o indirecta con Siria. El año 2013 marcó un punto de inflexión en el volumen de capturas, en palabras del ahora general Chams Edine: “Antes de 2013 se interceptaron pequeñas cantidades de 50.000 unidades. Pero entonces nuestra lucha se centraba en el tráfico de cocaína importada de países de América y la exportación de hachis hacia el norte de África y Europa”.

Por su posición geográfica, Siria ha sido durante mucho tiempo un lugar de paso para cargamentos de droga destinados Jordania, Irak y los países del Golfo que tenían su origen en distintos puntos de Europa, Turquía y Líbano. El factor responsable de la alteración de esta circunstancia fue el estallido de la guerra civil en Siria y de las condiciones que esta llevó aparejadas como el debilitamiento, o directamente la desaparición, de las estructuras del Estado con el consiguiente aumento de la porosidad en sus fronteras, todo esto en un entorno en el que proliferaron múltiples actores armados todos ellos con necesidades de financiación.

Esa concatenación de acontecimientos ha transmutado el rol sirio, pasando de ser un lugar de paso a un centro de producción, circunstancia a la que hay que añadir que antes del inicio del conflicto armado la industria farmacéutica radicada en Siria era de un notable volumen al poseer docenas de fábricas de materiales farmacéuticos que la convertían en el segundo productor a nivel regional. Con parte de este material fuera de control y debido a que la producción de esta sustancia resulta relativamente sencilla en conocimientos e instalaciones necesarias, se apunta al establecimiento de laboratorios para su fabricación en las afueras de las ciudades sirias de Homs y de Yabroud

En una información de la agencia Reuters fechada en enero de 2014 se citaba a un traficante de drogas del valle de Bekaa, en Líbano, que afirmaba que la producción en este país había experimentado un descenso del 90 por ciento desde el año 2013, atribuyendo esta caída a que parte de la producción podría haberse trasladado a territorio sirio.

Yuri Fedotov, responsable de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), afirmó en una conferencia el pasado mes de junio que tanto Daesh como la filial de Al Qaeda en Siria, Jabhat Al Nusra facilitaban el contrabando de precursores químicos para la elaboración de Captagon. Otros informes implican tanto a los miembros de estas dos organizaciones como de otros grupos armados en el consumo de esta sustancia y lo hacen basándose el análisis de los patrones de habla y de comportamiento que estos manifiestan en videos distribuidos a través de Internet. Un ex combatiente del Ejército Libre Sirio residente en las afueras de Saadnayel en Líbano afirmó que la primera vez que consumió esa sustancia le fue facilitada por el responsable de su brigada y que posteriormente fue testigo de la adicción que creaba entre sus compañeros, de los cuales dice que dejarían de proporcionar alimentos a sus hijos con tal de conseguir Captagon.

La relación directa o indirecta entre grupos terroristas de inspiración yihadista y el narcotráfico no es un fenómeno reciente. Además de la conocida relación de los Talibán con el tráfico de opio, los terroristas chechenos, haciendo uso de los contactos obtenidos por Shamil Basayev en Afganistán, establecieron redes de tráfico de heroína.

El Movimiento Islámico de Uzbekistán, cuyo líder, Usman Ghazi, hace algún tiempo pronunció el bayat o juramento de adhesión al “Califato” de Abu Bkr al Baghdadi, ha colaborado con los Talibán efectuando labores de protección de las redes de tráfico de drogas, además de facilitar los recursos necesarios para la elaboración de heroína procedentes de China y Rusia. Como contrapartida, sus militantes recibían entrenamiento y refugio.

La propia Al Qaeda no ha sido ajena a este fenómeno. En el año 2000 su líder Osama Bin Laden compró una importante porción de los stocks de opio existentes en Afganistán antes de que los Talibán prohibiesen el cultivo de la adormidera. Tres años después, las fuerzas armadas de Estados Unidos asaltaron una embarcación en el Golfo Pérsico que portaba un cargamento de opio valorado en más de 3 millones de dólares. En la misma operación se detuvo a dos terroristas vinculados a Al‐Qaeda.

El jordano Abu Musab Al Zarkawi, líder de Tanzim Qaidat Al Jihad fi Bilad al Rafidayn (“Organización de la Jihad en el País de los Dos Ríos “), la filial de Al Qaeda en territorio iraquí y que a la postre se convertiría en el embrión de Daesh, escribió una carta, que fue interceptada en el año 2005, en la que solicitaba más dinero procedente del narcotráfico y menos de donaciones con origen en los países del Golfo

Aunque el narcotráfico no es ni mucho menos el principal problema de Oriente Medio, máxime en el violento escenario sirio-iraquí, sí constituye una peligrosa deriva del conflicto como componente susceptible de incidir en la prolongación del mismo. La situación de extrema pobreza que viven los habitantes de la zona puede ser un incentivo para que miembros de esas comunidades impulsados por un principio básico de necesidad se dediquen al narcotráfico.

En el caso concreto del Captagon, un simple ejercicio aritmético basta para comprobar las enormes posibilidades de “negocio” que ofrece. Su relativamente sencillo coste de fabricación, su producción que se cuenta en millones de unidades y el precio que se paga por las mismas, entre 5 y 20 dólares, muestran una actividad generadora de beneficios cuyo montante puede contarse en cientos de millones de dólares. Estos recursos estarían orientados a la adquisición de armamento y material por parte de las organizaciones yihadistas, así como de otros actores armados que operan en el conflicto sirio-iraquí.

Sin embargo, el ingente volumen de beneficios del narcotráfico podría constituir un importante incentivo para que cualquiera de las organizaciones que operan en Siria y que se vean directa o indirectamente beneficiadas por la actividad del tráfico de drogas no tengan interés alguno en buscar una salida al complicado escenario actual en el que está sumido esta zona de Oriente Medio mientras continúen manteniendo su nicho de negocio, todo ello independientemente de que las circunstancias del conflicto que han causado la génesis de estos grupos hayan desaparecido. Esta práctica en sí misma corre el riesgo de convertirse en otro factor generador de desestabilización, hecho que sin duda influirá negativamente de cara a vislumbrar una solución mínimamente razonable al caos en el que hoy por hoy está sumida la región.

Fuente

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.