A todos nosotros se nos plantea un dilema cuando nos dirigimos a una frutería y vemos los pomos, los cítricos, las frutas tropicales… con unos brillos y una calidad visual que parecen emular la perfección de la naturaleza, incluso se puede escuchar algún comentario por parte de los clientes como “parecen de plástico” o “mira como brillan, parecen de mentira”. Pero por otro lado una fruta con indicios de haber sido atacada por una plaga de insectos o por una enfermedad y que presenta quemaduras por rozaduras o un color no homogéneo, nos hace figurar que sus características organolépticas no son buenas o incluso que nosotros no nos merecemos un artículo de tan mala calidad. Realmente la expresión “comemos por los ojos” tiene toda su vigencia entre los consumidores de hoy en día, pero hay que recordar otra que a mi modo de ver tiene toda la validez también: “las apariencias engañan”.

Por Víctor Bataller Gómez (TRABE)

             Pero, ¿por qué ocurre esto en una sociedad como la nuestra que para la gran mayoría de los sociólogos destaca por ser la SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN? Algunos pueden llegar a pensar que todo esto es fruto de la ignorancia o por el exceso de comodidad, pero yo me inclino más por pensar que todo es como consecuencia de la SOCIEDAD DE CONSUMO. Hace bastantes años me encontraba trabajando en un stand de una feria de promoción del medio rural. En ese stand se ofertaban productos fitosanitarios respetuosos con el medio ambiente, semillas ecológicas y todo aquello necesario para poder realizar unas prácticas alternativas a la agricultura convencional. En una ocasión se acerco una familia que podríamos definir como familia tipo o típica: una madre, un padre, una niña de unos 12 años y un chico rozando ya la mayoría de edad legal. La niña portaba ropa única y exclusivamente de marca que intentaba emular alguna de esas muñecas con gran presencia en los minutos publicitarios de televisión. El joven igual, todo ropa de marca, con el añadido de un casco de moto colgando del brazo que bien podría haberse quedado en su “caballo de dos ruedas”, pero portándolo dejaba claro su sello de propiedad y de identidad al resto de personas. Primero, desde la distancia, todos echaron una ojeada al stand con una expresión poco clara en su cara porque unas gafas de sol en ambos congéneres, ambas de marca por si alguien lo dudaba, no dejaban entrever los rasgos de la mirada. El padre fue el que dio el primer paso y comenzó a ojear la información de los productos, incluso cogió alguno en su mano y le dedicó una lectura más detallada. El resto de la familia se mantenía detrás de él a la espera de retomar la marcha. Yo me dirigí a él y le mostré mi predisposición a informarle. Fue entonces cuando el padre habló: “esto de los productos biológicos está bien pero yo no puedo permitírmelo, no se puede pagar por un kilo de tomates tres euros”. Yo en ese momento no sabía si involucrarme en una respuesta o no, dado que creía que en cierto modo ese hombre tenía razón, pero yo le seguí en la discusión:

 –         Yo: ¿Cuánto es el presupuesto mensual de su familia para productos frescos como verduras o frutas?.

–         Padre: Pues no lo sé – mira un momento a su mujer y mientras ella le acompaña con su mirada tras las gafas dice – unos cien euros mas o menos, ¿no? – la mujer le afirma y él se reitera – sí, eso, cien euros.

–         Yo: ¿Si comprase esas frutas y verduras ecológicas su presupuesto subiría a cuánto?.

–         Padre: Pues por lo menos el doble más.

–         Yo: ¿Usted cree que se gastaría en un año 1200 euros más en frutas y verduras si éstas fueran ecológicas?.

–         Padre: Pues sí – respondió con claridad.

–         Yo: Ya ha comprado éste tipo de productos y le han cobrado el doble en comparación con los que habitualmente encuentra en su mercado.

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–         Padre: Bueno… yo no los compro, pero un amigo mío vende verdura ecológica y cobra la lechuga a un euro. – Entonces es cuando le hice ver el error que cometía.

–         Yo: Si vende una lechuga a un euro es porque hay gente que está dispuesta a pagar ese dinero por una verdura natural, libre de sustancias nocivas y que para su obtención ha respetado la limpieza de las aguas, el suelo y el aire. En cambio usted eso no lo toma en consideración, solo se preocupa de ahorrarse 1200 euros anuales.- Él me responde algo ofuscado

–         Padre: No todo el mundo puede permitirse el lujo ese. Tú seguro que no tienes hijos que alimentar pero yo me debo preocupar por sacar los míos adelante.

–         Yo: Pero en cambio si le compra una moto a su hijo y le hace realidad los deseos a su hija de vestir como un personaje imaginario al cual jamás podrá parecerse. Usted sí se puede permitir el lujo de pagarle a sus hijos no sólo una alimentación de calidad sino que además puede enseñarles una conciencia por los valores naturales que si les va a ser útil en su vida.

             En ésta conversación se resume todo lo que en los sucesivos capítulos vamos a plantear: la realidad virtual a la que estamos sometidos. No les damos el verdadero valor a las cosas ni establecemos las preferencias en la dirección más adecuada.

             Cuando hablamos de Producción Agraria Alternativa estamos hablando del compromiso de unos pocos hacia la inmensa mayoría del resto y si según la normativa europea “el que contamina paga”, podemos valorar más positivamente la labor del productor ecológico. No es lo mismo un agricultor que se levanta todas las mañanas pensando en cómo producir más que otro agricultor que sólo piensa en no contaminar el medio ambiente y sus productos, que es lo que nos va llegar a nuestras mesas. Incluso podemos comprobar en todos los mercadillos de nuestros pueblos y ciudades y en las asociaciones o grupos de consumo responsable, que la diferencia de precios con productos convencionales en ningún momento se ajusta con la creencia de que este tipo de producción alternativa encarece nuestra cesta de la compra; los verdaderos responsables del encarecimiento de nuestros alimentos son las cadenas de distribución e intermediarios que se quedan con el 85% de media de los beneficios en la venta.

             Por otro lado es cierto que con las nuevas normativas a nivel europeo muchos de los productos extremadamente tóxicos han desaparecido y se han endurecido las medidas para que se respete el medio natural, pero sigue habiendo productos venenosos que se siguen empleando para diseñar nuestra dieta, los gastos energéticos para la fabricación de éstos productos químicos es una factura demasiado pesada para nuestro planeta, y las exclusividades tanto en semillas como fitosanitarios están convirtiendo a las farmacéuticas en las grandes dueñas junto con los bancos de nuestras libertades. Todo esto, por cierto, con la complicidad de algunos gobiernos y entre ellos el de España: a partir de octubre del 2003 todos los productos que conocemos como abonos y/o fertilizantes vienen regulados en el Reglamento CE 2003/2003 excepto los orgánicos y los organominerales. Europa fijó normas y usos en su reglamento para todos los productos minerales y dejó abierta la puerta de los orgánicos y a las mezclas de orgánicos con minerales porque su fabricación y uso depende mucho de cada país y de aquellas materias primas de las que disponga: restos de industrias conserveras y de transformación de los alimentos, lodos de la producción industrial, subproductos de las centrales energéticas de biomasa, etc… Hasta ese momento la normativa de los productos fertilizantes orgánicos, minerales y mezclas entre ellos, venía determinada por el Real Decreto 72/1988 que fue una adaptación a la normativa europea cuando España entró en la CEE y posteriormente en R.D. 877/1991 en donde se dice en su artículo 3º, apartado 2: “Fertilizante o abono orgánico.-El que, procediendo de residuos animales o vegetales, contenga los porcentajes mínimos de materia orgánica y elementos nutritivos que para ellos se determinen en las listas de productos que sean publicadas por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación”.

             Todos los productos ecológicos que tuvieran un uso fertilizante o fitosanitario podían registrarse en el ministerio y comercializarse sólo como abono, porque gracias a su origen orgánico sus analíticas acreditaban que daban los niveles mínimos requeridos de materia orgánica y gracias a su inocuidad para el ser humano y medio ambiente no requerían de los controles de toxicidad que son necesarios para el registro de productos fitosanitarios. Pero con el nuevo reglamento comunitario los países cierran esa posibilidad y la producción agrícola ecológica recibe un fuerte golpe porque muchos de los productos que empleaban ya no se pueden usar. Y es que la posibilidad de que los productos ecológicos puedan ser registrado como fitosanitario es poco viable porque los costes económicos son elevadísimos y sólo se lo pueden permitir las grandes empresas químicas que apuestan por productos de síntesis cuya materia activa y proceso de fabricación pueden patentar en exclusividad. Esto es imposible con productos de origen natural, no se puede patentar nada que provenga de la naturaleza y no esté alterado. Un ejemplo de lo que planteo: en la década de los noventa la firma Novartis comercializaba un producto llamado Vertimec cuya materia activa se denomina “Abamectina” un potente adulticida para araña roja. Durante el tiempo que disfrutó de la patente industrial llegó a superar las 50.000 pesetas de precio para el agricultor en aquella época. Con la finalización de la patente y la entrada en el mercado de productos similares, por no decir idénticos, hasta hace un año apenas los precios no superaban los 10 euros, treinta veces menos.

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             Ante esta nueva situación los países europeos adoptan estrategias distintas y la de España es de las peores. En todos éstos años sólo han sacado una comunicación, APA 147/2007, en donde sólo es necesario remitir una información técnica más o menos detallada del producto, pagar las tasas como fitosanitario y esperar a que te respondan; no se adjunta un anexo donde al menos se pueda consultar, como en la normativa de abonos y fertilizantes, una lista de aquellos productos que sirvan para el control de plagas y enfermedades y sean inocuos para la vida útil y el medio natural. Es decir, para cerrar la puerta de entrada como abono hicieron la ley casi perfecta en poco menos de dos años y para regularizar un sector necesario como la producción de insumos en la producción ecológica ya vamos para ocho años. Mientras tanto el sector sufre un parón considerable y entra en una incertidumbre preocupante.

             La realidad del sector productivo ecológico en España está muy alejada del trato denigrante que la administración le ha dado, sobre todo con la ministra Elena Espinosa. ¿Cuál es esa realidad?. Tal y como se desprende de los resultados presentados en mayo de 2010 por el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, realizados en base a los datos facilitados por las autoridades competentes de las distintas Comunidades Autónomas, la superficie dedicada a la agricultura ecológica en España es de 1.602.870 hectáreas (superficie similar a la provincia de Guipúzcoa) y el número de operadores alcanza los 27627. Según datos del Eurostat publicados en 2008, España es el primer productor europeo en Agricultura Ecológica, concentrándose en su territorio el 20 % del total de la superficie, y genera un montante económico anual de 250 millones de pesetas. A todas luces éstos datos ponen a las claras que éste sector necesita una regularización más seria y acorde con sus necesidades.

             En frente, el sector de la industria química y farmacéutica, que ha visto en éste tipo de producción una competencia clara y hace lo posible para que no pueda desarrollarse con todas las garantía necesarias, y los estados les conceden ese deseo. En España el sector fitosanitario tuvo unos ingresos según AEPLA en 2009 de 600 millones de euros, en Europa de más de ocho billones de euros y en todo el mundo superó los 40 billones de euros. Está claro porque los gobiernos bailan al compás que le marcan las grandes multinacionales que han conseguido quedarse con el monopolio de toda esta producción mundial.

             La mentalidad reduccionista de nuestros políticos no les permite ver que todo ese dinero se consigue gracias a que estamos pagando una factura más elevada a nuestro planeta, por lo que todos nosotros pagamos un déficit que le permite a los socios de las grandes multinacionales ver aumentadas sus cuentas corrientes.

             A lo largo de una serie de capítulos iremos viendo y demostrando todo lo referente a la situación real de nuestra naturaleza y de nuestra dieta y como se ha influido, se está influyendo y se seguirá determinando nuestro razonamiento en favor de los intereses de unos pocos, sin darnos cuenta que los errores que cometamos ahora no se podrán subsanar y que el daño cometido no se podrá corregir. Por lo tanto es muy importante que paremos éste desastre que nos está llevando a la deriva.

Tratamientos Bio-ecológicos SA

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.