Tras meditar y conectarse con su energía vital el emperador de chino Sheng Nung ya hace cuatro siglos se adentraba en la misma práctica iniciada por Budda: armonizar su universo interior con el mundo exterior, con la Naturaleza. A tal fin se untaba con una suave crema realizada con aceite esencial de Cannabis Sativa, el “alma de la planta” que la recorre, nutre y tonifica.

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Hoy en día, con el avance de la ciencia, podemos saber que aquellas unciones preferidas por reyes y místicos orientales contienen sutiles sustancias volátiles poderosamente aglutinadas. En esa energética savia, en los cuerpos carnosos que se distribuyen por los tallos hasta saturar hojas, raíces, flores y hasta las semillas, circulan hormonas, vitaminas, antibióticos y antisépticos. Elementos de disímil configuración química pero que desde antaño componen la base de cualquier alquimia que procure obtener el elixir de la eterna juventud.

Sustancia más concentrada de toda la energía herbaria, el aceite esencial de Cannabis comenzó a conocerse junto con sus pares de otras plantas, especialmente las aromáticas, ya que constituyen las etéreas sedes donde habitan las fragancias que caracterizan a cada especie. Factor sumamente valorado tanto hoy como en la antigüedad pero que, al fin y al cabo, al lado de las secretas propiedades cosméticas, constituye apenas un rasgo superficial. Pues la cosmética no reside en el modo de adaptarse al fashion sino que constituye una especial terapia destinada a conservar el equipo corporal el mayor tiempo y en las mejores condiciones. Y existen sustancias especialmente proclives a tal fin.

Cuestión de piel

El aceite esencial del Cannabis, particularmente se destaca por su enorme facilidad de absorción a través de las sucesivas capas de la piel humana. Como si su propia estructura molecular hubiese estado diseñada para engalanar la vida de las personas. De tal manera, la energía inherente a la planta, sus componentes activos, se incorporan en forma natural en el organismo, sin la irrupción violenta presente en los medicamentos médicos o en la invasión repentina de una jeringa. Pues el aceite esencial se resume, preferiblemente, del procesamiento de la semilla sin poder germinativo. Lo que le permite adentrarse en los meridianos energéticos del cuerpo humano dispuestos en la circulación sanguínea tanto como en el sistema linfático, llegando de modo directo y sin mediaciones al conjunto de células, tejidos, órganos, aparatos y sistemas, en ese orden. Acceso que ninguna reconstrucción sintética ha sido capaz ni siquiera de igualar y, por supuesto, jamás de superar. Por este motivo resulta de crucial trascendencia, en cosmética no menos que en gastronomía, garantizar que el aceite es genuino, puro y natural.

El desarrollo tecnológico desatado a partir de los años ’50, que los EEUU esparcieron (impusieron y controlaron) por el orbe, acarreó importantes innovaciones en el confort moderno. En forma paralela surgieron los grandes intereses económicos ligados a la producción masificada que, en el área agropecuaria, devoró los cultivos artesanales, reemplazándolos por los intensivos. Estos últimos requerían de enormes extensiones continuas así como de complejos elementos químicos, los fertilizantes, que regularan el crecimiento de las plantas. Junto con el fin de los vegetales libres de tóxicos se desató la extinción de la siembra y recolección manual ya que las maquinarias exigían plantas de contextura homogénea. Un buen ejemplo del desastre resulta la soja transgénica que perturba el ecosistema, interviene en forma negativa en el cambio climático, satura y agota los suelos como si hubiesen sido bombardeados con napalm.

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En otros términos, los métodos artesanales fueron reemplazados por otros más rentables para las flamantes multinacionales, que los comenzaron a combatir para reemplazar los derivados del cáñamo con otros productos sintéticos. Hemos disfrutado del rayón, del nylon, de la lycra, del teflón, de la fibra de carbono, para vestirnos no menos que para viajar al especio. Pero asimismo hemos perdido, muchas veces sin saberlo. Es cierto que con sólo el cáñamo jamás hubiésemos podido explorar más allá de nuestra atmósfera, sin embargo podríamos continuar trepando alturas con sus cuerdas y surcando milenarias aguas con sus velas.

En este desarrollo imparable, contradictorio, paradojal, la industria química comenzó a generar aceites esenciales, si bien no absolutamente sintéticos, artificiales en un mayoritario número de componentes. Sin ir más lejos, a fin de obtener una fragancia determinada (digamos, por delirarnos nomás) como un perfume de alcachofa, se pueden llegar a utilizar hasta ciento veinte compuestos químico superpuestos. Imagínese cuántos habrán de requerirse para lograr un perfume de rosas o jazmines, sin ir demasiado lejos. Elaborados en un laboratorio altamente especializado, estos productos requieren de intermediarios y solventes como pueden ser el etanol (como el alcohol que desinfecta heridas), el tolueno (uno de los componentes de la dinamita) y el éter (somnífero con el que Jack el Destripador reducía a su víctimas). Engendros que ningún ser medianamente cuerdo jamás esparciría sobre su piel, precisamente.

Nadie humecta como Ella

A diferencia de los productos sintéticos, el aceite esencial de Cannabis Sativa conserva su potencial energético y propiedades que lo tornan especial para la preparación de cremas de uso externo. Actúa sobre la sequedad de la piel, es decir sobre los efectos de los castigos cotidianos que cualquier persona somete a su aparato anatómico por el solo hecho de transitar en la polución cotidiana. Para captar una cabal dimensión de ello, vale saber que, toda vez que un comercial vende un producto afirmando que humecta la piel, comete un subterfugio no del todo honesto. La piel humana (el mayor órgano del aparato anatómico) carece de la cualidad de absorber agua y comprobarlo no es difícil: si así fuera, al poco de nadar en el mar, el río, el lago o una piscina, nos iríamos al fondo cual esponjas saturadas, por el líquido incorporado, o bien nos disolveríamos como una gota de tinta. Dicho de otro modo, la piel es relativamente impermeable; absorbe sustancias pero en condiciones y circunstancias limitadas.

Por eso, cuando se afirma que una sustancia es humectante, no significa otra cosa que retiene la humedad de la piel sin pérdidas patógenas, nunca que se la aporta. Del mismo modo, cuando se dice que es emoliente, de modo alguno implica que incorpora células nuevas sino que las reacomoda de modo tal que alise la superficie, suavizándola. Y justo esto es lo que hace el aceite esencial del Cannabis.

Reguladora, como vimos recién, tanto de la absorción de líquidos como de la eliminación de toxinas (la transpiración, sin ir más lejos, cambia de características según el régimen alimenticio), la piel constituye la crucial barrera protectora que cobija tanto como protege los órganos internos de los avatares del mundo exterior, desde los cambios de temperatura del día a la noche, del verano al invierno, de la fiebre a la hipotermia, hasta de las radiaciones invisibles.

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Dividida en tres capas (recordad la escuela: epidermis, dermis e hipodermis, de afuera hacia adentro), la primera es obviamente la de más exposición, responsable de mantener la mayor cantidad de agua posible que “riegue”, o se mantengan activas, las restantes. De tal manera, el estrato que le sigue -la dermis- puede continuar fabricando lo que mejor sabe hacer: una proteína con desmesurada prensa, el colágeno. Su principal propiedad es compatibilizar la células de manera que aumenten su eficacia, lo que se manifiesta a ojos vista con la lozanía, tersura y firmeza; en fin, es lo que hace la diferencia de un pellejo o simple cuero de una piel bella.

Pero no sólo de colágeno vive el humano. Requiere de protecciones adicionales y así como el THC interviene en la percepción, ciertas sustancias grasas que no produce el metabolismo necesitan de ser incorporadas en forma exógena para que la piel retenga el mayor líquido puro posible. El lector las habrá oído nombrar: se trata de los célebres aceites grasos esenciales Omega 3 y Omega 6. Y su homólogo de Cannabis lo contiene en impresionante cantidad y pureza.

Tiempos eran los de antes

A medida que el tiempo hace de las suyas sobre nuestras osamentas, en tanto nos exponemos a las vicisitudes de los climas, aún cuando atravesamos zonas contaminadas o disfrutamos de la caricia del sol, nuestra piel padece un desgaste directo en las fibras del colágeno. Circunstancia que ha dado lugar al expansionismo incontrolado de una millonaria industria, menos precavida en prevenir los efectos secundarios contraproducentes que de ofrecer raudos resultados pasajeros sólo capaces de acelerar las ventas. Por ejemplo, la moda de inyectar colágeno en zonas deterioradas de la piel es, lo que se dice, pan para hoy y hambre par mañana: no se trata de instalar prótesis en lo perdido sino de otorgarle a ese tan complejo como maravilloso órgano la capacidad de regenerar por si mismo su colágeno y procurar que lo siga haciendo. Por eso, cuando de Cannabis se trata, no sólo se trata de hacer, sino de saber hacer. Lo que los franceses llaman con esa expresión intraducible, savoir faire.

Lo absolutamente opuesto es aquello que mostraba ese film de culto llamado Brazil (Terry Gillian, Reino Unido, 1985) a través del personaje de la madre del protagonista que se sometía a tan constantes como sucesivos tratamientos estéticos artificiales, a punto tal de ir transformándose paulatinamente en un ente irreconocible, hasta finalmente disolverse en una masa amorfa. Cruel metáfora para la contaminación ambiental, el envenenamiento del consumismo y la alienación espiritual.

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