Que una mujer pudiera decidir si quería o no procrear era impensable hasta hace hoy 50 años, en una agitada década que trajo la llave de su liberación sexual, con la venta de la primera píldora anticonceptiva femenina en EEUU.

Y no tardó en convencer a millones de mujeres en el mundo. La sociedad cambió y la Iglesia puso el grito en el cielo.

Fue posible gracias a tres americanos, que desarrollaron investigaciones anteriores: los doctores Gregory Goodwin Pincus y John Rock, pioneros del control artificial de la natalidad, junto con la enfermera Margaret Sanger, una de las precursoras del movimiento feminista.

Apareció en las farmacias distribuida por el laboratorio DG Searle Drug con el nombre de “Enovid”.

Pero no sería hasta comienzos de los 70 cuando la justicia americana autorizó el uso de la píldora a las féminas solteras. También por entonces se dio a conocer en Europa.

Sin graves efectos secundarios, quedan atrás los mitos del cáncer, infertilidad o pérdida de la libido.

Su esencia -estrógenos y progesterona- dan una seguridad cercana al 100% si se toma adecuadamente, pero no evita el contagio de enfermedades de transmisión sexual, lo que la convierte en el segundo anticonceptivo más consumido, tras el preservativo.

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