Como en un «western», compañías de distintos sectores se han lanzado a la conquista de una industria valorada ya en más de 300.000 millones de euros. Empresas canadienses quieren tomar la delantera y han puesto su pie en Europa. La carrera por controlar el oro verde es digna del Far West

El pasado mes de enero, el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, envió una carta al secretario general de Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres, en la que en base a las conclusiones alcanzadas durante un encuentro de expertos de la OMS en Ginebra en noviembre del 2018 le pedía la retirada del cannabis de la lista de drogas más peligrosas. La ONU tiene ahora la sartén por el mango para retirarlo de la Agenda IV de la Convención de Estupefacientes de 1961 y pasarlo al nivel menos restrictivo, la Agenda I, pero el mero hecho de que haya dado el paso de demandarlo después de prácticamente sesenta años ha echado leña a un motor, el de la industria del cannabis a nivel mundial, que no deja de pisar el acelerador. Lo ha hecho porque, como explica el portavoz de Regulación Responsable y abogado de S&F Bernardo Soriano, «ha abierto la puerta a que los estados avancen a la hora de legislar sobre el consumo medicinal de esta sustancia». Eso no deja de ser una oportunidad, sobre todo cuando se vaya más allá y, al igual que ya han hecho Uruguay, Canadá o varios estados de Estados Unidos, se apruebe también su uso recreativo.

Desde que empresas canadienses como Tilray, una de las primeras en obtener licencia para el cultivo de cannabis medicinal en Canadá, o Canopy Growth empezaran a colocarse en esta carrera, cada vez son más las que quieren coger ventaja. Desde las farmacéuticas a compañías de bebidas como Constellation Brands (fabricante de la cerveza Corona), que tiene un 38 % de Canopy Growth, o tabacaleras como Altria, la propietaria de Philip Morris, que se hizo hace unos meses con el 45 % de la también canadiense Cronos. Hasta en Galicia hubo hace un par de años una cooperativa que llegó a cultivarlo para uso industrial, pero no fructificó.

Por no hablar de los fondos de inversión de capital riesgo que, pese a los escépticos que hablan de una burbuja en un sector todavía muy volátil, han visto en el cannabis la nueva gallina de los huevos de oro. Los datos que maneja la compañía norteamericana PitchBook hablan de que «el año pasado marcó un récord colosal de 1.200 millones de dólares de inversión de capital de riesgo en los EE. UU. hacia nuevas empresas de cannabis, y el 2019 ya ha superado esa cifra en casi 500 millones de dólares». No es para menos. Un informe del broker XTB sobre la industria del cannabis como inversión calcula que este negocio a nivel mundial está valorado ya en más de 340.000 millones de dólares (302.000 millones de euros). Además, Standar & Poor’s cree que el crecimiento de la marihuana en el futuro cercano superará al de los alimentos envasados, bebidas o tabaco.

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 Coca-Cola, por ejemplo, ya avanzó hace tiempo que estaba interesada en una bebida saludable con cannabidiol o CBD (el componente no psicoactivo del cannabis) una vez que quede garantizada la seguridad para los consumidores, mientras que Sephora, propiedad del grupo LVMH, comercializa la línea de cosméticos Ho Karan basados en el cannabis sativa. De hecho, como explica Carola Pérez, la responsable del Observatorio Español de Cannabis Medicinal (OECM), más allá del uso terapéutico o lúdico, el potencial que tiene el cannabis es muy amplio. Desde obtener papel ecológico o fibras para la industria a aceite, cosmética…

De ahí que compañías de los más variados campos azucen sus caballos para hacerse con una parte del pastel. Pero, de momento, como explica Soriano, todos estos movimientos «están basados únicamente en especulaciones. La comisión de estupefacientes de la ONU pidió una prórroga en su reunión de marzo para estudiar la propuesta de la OMS. Volverá a reunirse en diciembre, pero en mi opinión volverá a aplazar su veredicto. De hecho, no creo que tome ninguna decisión hasta marzo del 2020».

En todo caso, hay que estar preparados. Como aquellos pioneros que se lanzaron a la conquista del Oeste, quien no galope lo suficientemente rápido quedará atrás. El problema es que han de ir poniendo sus picas a medida que los distintos países vayan modificando sus leyes para adaptarlas a esta nueva industria, ya no solo desde el punto de vista de la producción, también desde el consumo. «No es normal que en España pueda consumirse en privado, pero en la vía pública, además de no poder hacerse, tampoco puede portarse», comenta Carola Pérez.

Uruguay fue el primer país en autorizar el uso recreativo de la marihuana en el 2013, algo que ya habían hecho un año antes estados como Colorado y Washington (ahora uno de cada cinco estados de Estados Unidos lo ha aprobado ya). Pero no cabe duda de que el gran hito lo marcó el año pasado Canadá, primer país del G-7 en aprobar el uso recreativo de esta sustancia. De hecho, el primer ministro Justin Trudeau lo entendió como un gran logro que, además, logró inyectar optimismo en los mercados. Ese camino abierto al otro lado del charco lo han empezado a tomar algunos países de Europa. De momento, Países Bajos (allí puede consumirse de modo recreativo en coffe shops), Alemania, Reino Unido, Portugal o Italia han aprobado su uso medicinal. Luxemburgo podría ser en breve el primer Estado europeo en legalizar el uso recreativo.

En España, la legislación, como explica Soriano, es muy antigua, «de 1967». En base a ella, la Agencia Española del Medicamento otorga licencias a las empresas para poder cultivar cannabis con más de un 0,2 % de tetrahidrocannabinol (THC), la sustancia psicoactiva de esta planta. En España, en base al último listado de empresas autorizadas, hay cinco que pueden investigar con este producto, pero solo tres pueden procesar y fabricar cannabis y sus derivados con fines médicos y científicos: Cáñamo y Fibras Naturales (Cafina), Linneo Health y OilS4Cure.

Las licencias que tienen estas empresas se han convertido en un suculento pastel para las compañías canadienses. De hecho, Canopy Growth no tardó en hacer movimientos al llegar a un acuerdo, como hace público en su web, con Alcalíber (empresa que fue adquirida por el fondo británico GHO que, posteriormente, fundó junto con Torreal, de Juan Abelló, la sociedad Linneo Health). Además, el año pasado adquirió Cafina, una operación que como reconoció en su día en un comunicado, «mejora su posicionamiento a largo plazo para atender la demanda en Europa de cannabis medicinal y productos de CBD».

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Pero mientras Canopy pone los ojos en las licencias de cultivo en España, la también canadiense Tilray lo hace en la investigación. «Está produciendo en Portugal, pero el desarrollo de proyectos de investigación quiere hacerlo en España porque aquí está la Sociedad Española de Investigación sobre Cannabinoides, con la que también colabora el Observatorio Español de Cannabis Medicinal. Es uno de los mejores grupos de investigación del mundo en este campo. Por eso las grandes compañías vienen a España a buscar nuestro know how», explican fuentes vinculadas al sector.

De momento, no hay duda de la apuesta de Tilray por el mercado europeo. Basta con comprobar la instalación inaugurada en Portugal. Como explican desde la compañía canadiense, en el país vecino han abierto «una instalación de producción multifacética que incluye sitios de cultivo en interiores, exteriores y en invernaderos; laboratorios de investigación y control de calidad; así como los sitios de procesamiento, envasado y distribución de cannabis medicinal y productos médicos que contienen cannabinoides».

Para poner esta pica en la UE, Tilray ha invertido hasta el momento 20 millones de euros en una instalación que emplea a más de cien personas, un número que esperan duplicar a final de año. Pero esta es solo una muestra de la industria que viene.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.