© Isidro Marín Gutiérrez /Ilustraciones Laura Fernández Vadillo

La brujería tuvo como su mayor enemigo la Iglesia. Una vez que se organizó la Iglesia católica apostólica y romana sus jerarcas trataron como un odiado rival a los que consideraron como un culto satánico y lo persiguieron para eliminarlo. Las brujas eran expertas en toda clase de hierbas. Con ellas y los más singulares elementos preparaban en su caldero ungüentos mágicos, pócimas curativas, eficaces venenos y filtros amorosos que guardaban en jarras y botellas. Depositarias de antiguos conocimientos transmitidos de madres a hijas, de iniciadora a iniciada. Así se explica que las brujas de los más diversos rincones de Europa utilicen los mismos elementos para fines semejantes.

Cultura ancestral

La brujería y la hechicería serían diferenciadas por la presencia del diablo a través de un pacto como recurso de mediación, en el primer caso, y la ausencia de dicho pacto en el segundo. La hechicería utilizaba materiales empíricos y la brujería se valía de la imaginación y sugestión, en muchos casos a través de hierbas, ungüentos o alucinógenos.

La brujería hacía referencia a la magia negra con maleficios para producir daños, enfermedades, pobreza o cualquier otro infortunio. Las brujas establecían un pacto con el diablo y le rendían culto. Sus cuatro actos o aspectos fundamentales eran 1º) El pacto con el diablo: El pacto con el diablo es un contrato legal según el cual el diablo proporcionaba salud u otro forma de poder terrenal a cambio de servicios y la potestad sobre el alma después de la muerte. Los magos eran unos herejes, ya que negaban a Dios, y unos apostatas, porque renunciaban a su fe cristiana cuando accedía a adorar o servir al diablo. 2º) El aquelarre: Se trata de la convicción de que las brujas que habían pactado con el diablo le rendían culto colectivo y participaban en varios ritos blasfemos, inmorales y obscenos. Los aquelarres son parodias de la misa católica y con múltiples aspectos sexuales y/o eróticos. 3º) Los vuelos: Se creía que tenían la capacidad de volar para acudir a los aquelarres. Su medio de transporte era la escoba. También se informó que utilizaban ungüentos para volar (Harner, 1973:127-150). Los experimentos realizados en el siglo XX con ingredientes enumerados en las recetas para estos ungüentos han demostrado que contenían andropinas y otros tóxicos que, en contacto con la piel, producen gran euforia, fantasías y sueños vividos. 4º) La metamorfosis: Cambios de forma de las brujas. Jean Bodin lo aceptó.

Las metamorfosis animales, los vuelos, las apariciones del demonio eran efectos de la malnutrición o del consumo de sustancias alucinógenas contenidas en pociones vegetales y ungüento. Antes que el cannabis las plantas favoritas de las brujas eran las que contenían potentes alcaloides psicoactivos (como la cicuta, el acónito, la belladona o el beleño). Estas sustancias, la mayoría mortales si son ingeridas, eran maceradas y convertidas en ungüentos, que filtradas por la piel o a través de algún orificio corporal y de este modo los alcaloides provocan desenfrenadas alucinaciones y estados de trance (Plant, 2001: 121).

La asociación entre brujería y melancolía había sido destacada por el médico luterano Jean Wier (Johann Weyer) en su famoso libro De praestigiis daemonum, publicado en Basilea en 1563. Wier creía que las mujeres son muy propensas a los vapores melancólicos, una enfermedad uterina, hecho que aprovechan los demonios para manipularlas. Pero los fenómenos supuestamente sobrenaturales (como volar por los aires, los aquelarres, la copulación con el demonio) son en realidad, para ese médico, fruto de la imaginación depravada, inducida por el demonio pero provocada por la bilis negra: “El diablo (dice Wier), enemigo hábil, astuto y cauteloso, induce fácilmente al sexo femenino, el cual es inconstante en razón de su complexión, de creencias ligeras, malicioso, impaciente, melancólico por ser incapaz de dirigir sus afecciones y principalmente las viejas débiles, estúpidas y de espíritu vacilante” (Bartra, 1997).

G. Zilboorg considera a Jean Wier el padre de la primera revolución, pues en su obra De la impostura de los diablos propuso que los “endemoniados”, “posesos”, “brujas”, y “hechizados”, tan comunes en su época, sólo eran locos que merecían atención médica y no la hoguera. Para Weyer la brujería era el intento realizado por una persona mentalmente trastornada para llevar a cabo algo imposible. Se opuso a que fueran juzgadas por tribunales civiles, ya que no causaban los daños que les atribuían (Caro Baroja, 1986)

“Muchos autores, como es el caso de Wier, daban una explicación natural pero buscaban la forma en que el demonio aprovechaba el funcionamiento de los fluidos corporales -mediante procesos miméticos, por ejemplo para inducir ciertos estados espirituales maléficos como la melancolía. Otra opción, que fue la de Velásquez, consistía en buscar explicaciones naturales y, en caso de no encontrarlas en el canon científico establecido, dejaban el territorio al demonio y a sus actividades sobrenaturales y maravillosas, ajenas a la lógica de la teoría humoral. Esta posición, llevada a su extremo, fue la que impulsó a Bodin a plantear que los actos demoníacos eran totalmente irreconciliables con las leyes de la naturaleza. Contra lo que se ha supuesto comúnmente, durante el siglo XVI no hubo una oposición tajante entre el punto de vista naturalista y la perspectiva demonológica; en realidad las explicaciones científicas naturales solían complementar, e incluso apuntalar, las prácticas demonológicas de los exorcistas. La idea de que Satán, al interferir en los acontecimientos naturales, debía respetar las leyes generales de la naturaleza, era compartida por muchos especialistas en demonología. El criterio para identificar la presencia de efectos satánicos solía buscarse más bien en su carácter excepcional e inusual, y no en causas sobrenaturales o milagrosas; en ocasiones se usaba el calificativo preternatural para referirse a los fenómenos inspirados por el demonio. En este sentido, la explicación que da el doctor Andrés Laguna a la actividad erótica de las brujas es una expresión típica de la época y un precedente importante a la tesis de Wier” (Bartra, 1997).

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Para Julio Caro Baroja, antropólogo, “Jean Wier, que trata de las cuestiones relacionadas con las imposturas y las ilusiones diabólicas… En ciudades importantes por sus estudios, por sus enseñanzas, que hoy llamaríamos universitarias, se enseñaba la magia públicamente. Esto se encuentra documentado en textos medievales, sobre todo en relación con la escuela de magia que se decía que existía en Toledo; de suerte tal que en un momento dado los historiadores del siglo XVI dan fe de ello: al “Arte mágico” en español o en castellano se le llamaba “Arte toledana”, y, en latín, Ars toletana. La escuela de magia de Toledo está documentada en multitud de textos internacionales de la Edad Media y durante mucho tiempo fue evidentemente la más importante y la más famosa en Europa. Luego nos encontramos este mismo modelo de escuela de magia, con personajes misteriosos estudiando en ella de un modo sistemático, en Salamanca: la famosa Cueva de Salamanca, que fue objeto de teatralización en Ruiz de Alarcón y en otros autores clásicos. También nos encontramos esto en la ciudad de Granada, y en la ciudad de Córdoba, es decir, en dos ciudades andaluzas y, por último, también en Sevilla. La explicación que se dio a esto en muchos textos, fue que en estas ciudades, en la época musulmana, se explicaban efectivamente ciencias más o menos ocultas y que esto dio la fama.” Podemos decir que las artes ocultas se daban en Europa y uno de los ingredientes de esta “magia” era el cannabis. Podemos comprender que las mentes científicas que querían entender las causas naturales de muchos fenómenos extraños se encontraban ante un dilema inquietante.

La auténtica caza de brujas

Sólo en Gran Bretaña, entre finales del siglo XV y la década de 1730, que fue el año en que las leyes fueron finalmente revocadas, unas 3.000 personas (la mayoría mujeres) fueron ajusticiadas por supuesta práctica de brujería. El conocimiento de las propiedades medicinales y psicoactiva de las plantas se perdió durante largos años (Plant, 2001:125). La mayoría de estas brujas eran mujeres marginadas, de clases bajas, solteras, etc… Así el movimiento ilustrado eliminó el saber psicoactivo y lo cambió por el progreso.

Los casos de brujería y hechicería eran también de la competencia de la Inquisición, así como otros que, en realidad, no pertenecían al dominio de la fe, sino al de las costumbres: bigamia, blasfemia, confesores solicitantes, posesión de libros prohibidos, etc… La Brujería, se incluía como herejía, de la que no hay muertes continuas en los archivos. La Santa Inquisición era un tribunal religioso creado a instancias de los Reyes Católicos para investigar y castigar los delitos contra la fe. Los motivos que impulsaron a los Reyes Católicos a establecer la Inquisición dimanaron, sobre todo, del problema de los falsos conversos judíos (judaizantes), que tenía especial gravedad en la Baja Andalucía. Isabel y Fernando obtuvieron del papa Sixto IV el nombramiento de los primeros inquisidores en 1478. Dos años después, el primer tribunal comenzó su actuación en Sevilla; posteriormente se crearon en otras ciudades castellanas y en Aragón, donde sustituyeron a la Inquisición medieval. En 1483 se creó el Consejo de la Suprema y General Inquisición (vulgarmente llamado “la Suprema”), con autoridad sobre todos los tribunales provinciales. Como inquisidor general fue nombrado fray Tomás de Torquemada, prior del convento de dominicos de Segovia. Se ha demostrado que Torquemada, como otros fervientes patrocinadores de la Inquisición, era de ascendencia judeoconversa, pues los conversos sinceros profesaron un odio profundo a los judaizantes. La Inquisición fue suprimida en 1808 por José Bonaparte, y en 1813 por las cortes de Cádiz. En 1814 fue restablecida, pero el arruinado y desacreditado tribunal sólo prolongó una existencia fantasmal hasta su definitiva desaparición, decretada por el régimen liberal en 1820.

Hacia la segunda mitad del siglo XVI hay una ruptura entre la Iglesia Romana y la Iglesia Protestante. Henry Boguet conceptúa a Lucero como criatura satánica. Ambas iglesias lucharan contra la brujería y los escépticos. El 75% de los brujos eran mujeres, excepto en Rusia, Estonia, España y Roma donde se relacionaban con casos de heregía. La causa es que a la mujer se la encontraba moralmente más débil, más carnal y sexualmente más inmoderada; así sucumbía más fácilmente a la tentación del diablo. Eran, en su mayoría, mujeres mayores de cincuenta años; muchas eran curanderas, cocineras y comadronas. En su mayoría eran solteras o viudas. Formaban parte de los estratos más bajos de la sociedad. Utilizaban la brujería como forma de venganza y pactaban con el diablo para mejorar su situación económica. Muchas disputas personales se expresaron a través de acusaciones por brujería.

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Cannabis brujeril

El campesino europeo era consciente de que la planta de cannabis tenía otras propiedades a parte de la de dar fibra. Pero este conocimiento no fue más allá de los propios campesinos; muchas veces movido por el miedo a la represión de la Iglesia. Así que muchos europeos tuvieron que aprender de los árabes y de los viajes a la India que el cannabis se utilizaba más como embriagador que por su fibra. Pero en Europa se utilizaba el cannabis por un pequeño grupo de personas descontentas con la Iglesia.

El cannabis y todas las sustancias psicoactivas, junto con sus consumidores fueron perseguidos y eliminados. La caza de brujas fue un intento temprano de “guerra contra las drogas” pero fue en vano ya que aunque se hubiese eliminado a todos sus consumidores las sustancias siguieron existiendo (Plant, 2001:122).

El cáñamo, junto con el opio, la belladona, el beleño y la cicuta eran utilizados en los Sabat para producir hambre, éxtasis, intoxicaciones, bailar de una forma frenética y realizar orgías. El aceite de semillas de cáñamo también era utilizado en los ungüentos para permitirles volar (Kemp, 1935:57,198)

En 1566 el belga Jean Wier (1511-1588), en su “Historia de las imposturas del diablo” (Wier, 1569:170) atribuye al heiranluc, sustancia originaria de Turquía que identificaba con el cannabis, la ilusión de las brujas que imaginan al Sabbat. Aceptó que ciertos ungüentos poderosos tuvieran propiedades alucinógenas que indujeran a ciertas mujeres a estados de sopor en los que soñaban volar. Simplemente por su profesión, la mujer curandera consumía más drogas que la gente común. La combinación de sustancias curativas y embriagadoras y su efecto en las mujeres resultó en la imagen de la mujer voladora, la bruja. El mito de la escoba voladora proviene muy probablemente del hecho de que las mujeres lograban estados alterados de conciencia con ungüentos de beleño que cubrían la parte superior de la escoba y al introducirla en la vagina, se absorbía la sustancia en la mucosa y producía efectos alucinógenos. También hubo hombres que utilizaban este método, un tanto extraño, introduciéndose ellos la escoba en el ano. John Mann comenta sobre el respecto: “Al buscar en el armario de la dama, hallaron un tubo de ungüento con el que untaba un palo y, una vez montada sobre él, amblaba y galopaba a sus anchas”.

En 1615 el médico y demonologista italiano Giovanni de Ninault escribe que el cannabis aparece como el ingrediente principal de los ungüentos usados por los seguidores del diablo. Nynauld distingue tres variedades de ungüentos: “el que produce la ilusión momentánea de una transformación animal; el que permite creer a las brujas que van al sabbat, pero se localiza únicamente en la imaginación; el que permite un verdadero viaje al sabbat, mientras Dios lo permita”. Por insólita que nos parezca esta posibilidad, no hay que descartar que algunas pócimas pudieran facilitar una experiencia extracorporal que permitiera a la bruja desplazarse psíquicamente al punto de reunión. Esto puede deducirse de las descripciones pormenorizadas que algunas acusadas hicieron de lugares que nunca habían visto físicamente, y es revalidado por prácticas semejantes de los brujos tribales modernos, capaces de describir certeramente lo que sucede en lugares remotos sin salir de sus cabañas.

Bibliografía

  • Bartra R. Melancolía y cultura. Notas sobre enfermedad, misticismo, cortesía y demonología en la España del Siglo de Oro. Instituto de Investigaciones Sociales UNAM, Historia y Grafía, Enero-Junio (1997)
  • Caro Baroja, J. Las brujas y su mundo. Madrid (1986)
  • Harner, M.J. The role of hallucinogenic plants in European witchcraft en Harner H.J. Hallucinogens and Shamanism. Londres (1973)
  • Kemp, P. The healing ritual, Faberand Faber, Londres (1935)
  • Plant, S. Escrito con drogas. Ediciones Destino S.A. Barcelona (2001)
  • Wier, J. Cinq livres de l´imposture et tromperie des diables, des enchantements et sorcelleries, pris du latin de J. W. […] et faits français par Jacques Grévin (1ª ed. francesa). París, J. Du Puys (1569)

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.