Asfixiados por las mafias y la corrupción, viendo como su producto acaba reportando beneficios millonarios para otros, agricultores ketamíes y colectivos rifeños aspiran a que se normalice el cultivo del cannabis.

Suiza tiene su chocolate, y sus relojes, y sus bancos. Ketama tiene su chocolate, pero ni asomo de relojes o bancos. Ketama es pobre, y su chocolate, ilegal. Lo que no impide que los ketameníes, habitantes de esta cordillera del Norte de Marruecos, hablen del “producto típico”, el hachís, con la mirada ahumada de sueños. Si fuera legal, sería como el Jabugo o la confitura de trufas, denominación de origen, auténtica delicatessen canábica. Sin embargo, bajo el espectro de la ilegalidad, se ha convertido en tierra de prejuicios y miedos. El hachís es la salida hacia adelante en un universo corrupto en el que todo se paga, especialmente, la tranquilidad y la supervivencia.

El boom del hachís en los sesenta -envuelto en la leyenda acerca de quienes fueron aquellos hippies forasteros que les enseñaron a elaborarlo- modificó completamente la economía de Ketama. Los campesinos pasaron de una pobreza extrema a un mundo mejor, con parabólicas, y casas con calefactor. El narcotráfico trajo dinero, corrupción, y prebendas políticas. Marruecos se convirtió en el primer exportador del mundo, con más de 100.000 hectáreas cultivadas. Pero no es polen todo lo que brilla bajo el sol rifeño. Los campesinos saben que apenas sacan tajada de un negocio multimillonario, y que sus hijos siguen obligados a cruzar océanos en patera para ganarse unos euros vendiendo el mismo hachís que fabrican en casa. Son dos los polos del chocolate. Y hay miedo. Los polos pobres de un negocio que, por poner un ejemplo, sólo en Holanda otorga unos beneficios anuales de 2.000 millones de euros a los cultivadores clandestinos. En el Rif, unas 200.000 familias viven del hachís, y cada una consigue un beneficio estimado en 2.000 euros anuales. El valor total de la mercancía que se produce, en cambio, está valorado en más de 9.000 millones de euros. Las cifras no cuadran para los campesinos marroquíes. Además, organizaciones ecologistas critican que este cultivo haya adelantado el cambio climático: el Rif está cayendo en la deforestación vendiendo su terrero al cáñamo y a la competitividad del mercado.  

“El cultivo de Kif está provocando el sometimiento de la población y crea un ambiente de miedo continuo, están controlados en todo momento por los mafiosos y algunos agentes de la autoridad corruptos. A la población le interesaría que este cultivo se legalizara y así se liberarían de la presión de los mafiosos, y ganarían más dinero”, explica El Andalossi Mohamed, de la ONG ecologista AZIR pour l`environnemet.

Al clima de corrupción en Ketama se suma la destrucción sistemática de su ecosistema. El bosque autóctono (cedros, alcornoques, encinas…) están desapareciendo por los cultivos de kif. “Las plantaciones se haN transformado en la ultimas décadas en un monocultivo de proporciones industriales, y esto tiene efectos catastróficos sobre los acuíferos, puesto que se extrae muchísima agua subterránea para regar las miles de hectáreas. Además el Rif es la primera zona de Marruecos en la que se consumen más fertilizantes químicos”, dice Mohamed. En sólo dos décadas la superficie forestal ha disminuido en un 40%. Según datos de la FAO el Rif bate récords en erosión del suelo (entre 200. 000 y 400. 000 toneladas de terrenos por Km2 al año)

Los españoles no fuman el mejor hachís. El hachís más artesanal, el primera, que surge tras machacar cuidadosamente la planta sobre una fina tela de seda, se lo quedan los alemanes, italianos, y los holandeses para sus coffe shops, dicen en Assilah, pequeña localidad de Ketama, en las faldas del monte Tidiquin, uno de los más altos de Marruecos. El Reino Alauí es la gran fábrica de chocolate del mundo, sólo superada a día de hoy  por Afganistán, según el último informe de la ONU (2005). Y sus artesanos, todos campesinos, de origen humilde, y linajes de hambrunas, reivindican los derivados del cannabis con el mismo orgullo que un riojano podría hablar de su vino. “A nosotros en realidad lo que nos gustaría es que esta zona se desarrollara el turismo, que viniera la gente a fumar y disfrutar de la naturaleza, y no tener que estar vendiendo al mejor postor”, explica Mohamed, nombre ficticio que esconde a un marroquí de 35 años, vecino de Assilah. A su cargo tiene una familia de cinco miembros, y el menor de ellos quiere estudiar para ser guía turístico. Dan gracias a Allah a que un día les enseñaran qué podían hacer con esa planta que ellos denominaban kif, y que hasta entonces sólo se fumaba para alegrar ligeramente los sentidos. Aún hoy, el kif (la planta de la marihuana) se sigue fumando de modo tradicional, y el hachís se relega a los más jóvenes y a la exportación.

Mohamed y su familia se encuentran estos días preparando un hachís de gran calidad. “Para fin de año tendremos el mejor, podéis venir a probarlo”, explica. Assilah, con apenas mil habitantes, rodeado de picos y plantaciones de marihuana, tiene las condiciones óptimas para obtener el mejor chocolate. “Hace mucho frío en invierno, y el verano es muy cálido”, dice. Durante el otoño sus campos están ocupados por patatas hasta que llegue marzo y vuelva la temporada del kif, los campos se cubrirán de verde, y la planta maldita, perseguida en todo el planeta, crecerá en semilibertad. Con el doble 0, o gobra, que están elaborando, utilizan 100 kilos de cáñamo para obtener un kilo de polen. Es un proceso laborioso, casi artesanal. Y su venta no resulta  siempre estable. “Muchos acosan a los extranjeros que vienen aquí para intentar sacar un buen pellizco”, dice Mohamed. La idea de su familia es crear una casa rural. Soñar con ir más allá de ser unos vasallos de las mafias y de las autoridades corruptas. “Mis abuelos eran gente muy pobre, vivían en chabolas, las condiciones en invierno eran terribles aquí. Ahora vivimos mejor, pero seguimos trabajando como mulos para que el dinero se lo lleven los narcotraficantes”, explica.  

Nacer en Ketama es por tanto estigma, canuto, y piedra. Mancha de aceite en el documento de identidad marroquí. Un neón de frontera, prejuicio que reza “yo conozco, yo muevo, yo vendo el hachís”. Si el verde es el color de la esperanza, en Ketama es el de la subsistencia. “Son agricultores, personas que no tienen otro medio de vida”, explica Amin (nombre ficticio), hermano de Mohamed. Tiene 25 años y llegó a España en patera para vivir en el extrarradio madrileño. Dejó atrás Assilah, y los océanos de verde eléctrico. En España sobrevive vendiendo hachís, la misma sustancia que sustenta a su familia en África. “Nadie se hace rico con esto. Ni los agricultores ni los que lo vendemos en la calle. El dinero es para otros”, afirma.

El menudeo le sirve a Amin para pagar el alquiler, sobrevivir como puede, sumar dinero. Ve inviable la legalización del cultivo del cannabis, pero le gustaría que su familia dejara de sufrir y de vivir, según sus palabras, humillada. “No hay ganancias y son muchas presiones. Tienes que sobornar a la policía, depender de las mafias, y de las subidas o bajadas de los precios. Piensa que en Ketama es ilegal, como en el resto de Marruecos. Y la situación nunca está clara. Todo se compra. Además, no podemos plantar otra cosa, el clima y la tierra son muy severos”, dice.

La gran mayoría de cultivadores y fabricantes de hachís trabajan para determinados narcos, que llegan incluso a ocupar relevantes cargos políticos en las instituciones marroquíes. La justicia es siempre arbitraria en Ketama. En tierra de nadie, las alfombras de los mercaderes dibujan complicados arabescos de negro sumergido.

Por ello, recientemente, colectivos sociales rifeños asentados en España, como el Grupo Intercultural Nekkor (Grupo IN) se están movilizando para reabrir el debate de la legalización del cannabis. “Queremos lanzar una campaña de sensibilización y reflexión sobre cómo podría afectar la legalización de la plantación de kifi tanto en Marruecos como en España a la población local de Ketama y su entorno”, explica Mohamed El Morabet, portavoz de este grupo que está preparando un foro de debate próximamente en Madrid. “El Estado Español y la Comunidad Europea gastan millones de euros por el supuesto desarrollo del Rif, pero creemos más factible tratar el problema de frente y presionar sobre la legalización. Los agricultores no quieren limosna. Quieren derechos y libertades. Nos parece injusto que en Occidente el alcohol esté legalizado y el kif no. Parece que hay dos tipos de drogas: las del primer mundo y las tercer mundistas. Y esto no es justo”, añade.

Acerca del autor