Un original relato con final feliz. Aviso: hay que leerlo hasta el final, aunque se esté bajo los efectos del cannabis.

 

En el 2500 la población vive en una macrociudad  mundial, todo es sintético, artificial, perfecto y aséptico. La globalización fue completa con un buen nivel de confort, a cambio de tu trabajo de por vida, claro. Conseguimos agua potable artificial, purificada y sin cloro. La comida se hacía en invernaderos que ocupaban hectáreas.

El aire acondicionado con filtro de carbono se hizo indispensable a causa de la contaminación exterior. Esta esterilización y preocupación por la salud crearon el efecto contrario, por supuesto perdimos nuestras defensas naturales y sólo podíamos vivir en casa o en el trabajo. No teníamos una forma física portentosa, no hacía falta, todo se hacía con una pulsación en alguna pantalla. La reproducción humana se controlaba también, como el hombre no es perfecto se crearon los justos para mantener las máquinas.

Erwan ensambla piezas electrónicas como casi todos los que conoce. Su cubículo está en la esquina de abajo del edificio y así disfruta de dos ventanas. Los bloques están separados para que el sol llegue a los 4 costados y está perforado por conductos brillantes que reparten luz y aire “natural” a las celdas centrales.

Erwan esperaba a que el sol entrara por ambos lados, durante 35 minutos la luz superaba la capacidad de la cámara que instalaba el estado. Aprovechaba y se fumaba un porro de marihuana; se podía trampear el sistema y sorpresivamente la maría se salvó de tanto control. Tomando productos fácilmente justificables, no detectaban que habías consumido.

La planta sagrada sobrevivió en las partes olvidadas de los invernaderos, donde se tardaba horas en llegar, detrás de los montones de malas hierbas. Justamente ahí, al margen del sistema es el hábitat de todo lo que nos libera. Porque llevamos cadenas sociales que nos dicen como vivir y como morir.

Estas mini plantaciones clandestinas las cuidaban algunos de los cientos de mecánicos que reparaban los robots jardineros y de seguridad. Cuando se ajustaban por alguna avería, éstos benditos corregían en poco más de 3 metros las distancias a cultivar, unos márgenes ínfimos en invernaderos del tamaño de Canadá. Luego la maría se secaba a la sombra.

El resto de drogas conocidas se habían eliminado, todas necesitaban en mayor o menor grado algún proceso que requería tecnología, esto era irremediablemente detectado por el ordenador central. La marihuana al ser una planta bastante resistente sólo necesitaba que la semilla tocase el suelo, un ambiente de humedad, luz y temperatura controlada -el invernadero- y en unos meses ya estaba, no intervenía tecnología alguna.

Cuando Erwan fumaba se relajaba pensando que estaba fuera, su mente volaba, a veces era real, era lo máximo. Caminaba en medio de prados, montañas, playas, ríos…

Eso no existía y concluyó que debía tener un extraño e indetectable tumor que no identificó  la puerta de casa, que era un escáner conectado a la central, obligatorio. Aún así le daba igual, eran tan liberadores y satisfactorios esos vuelos que prefería tenerlos. Llegó un momento en que empezó a ver las cosas desde otro punto de vista, cada vez le pesaba más el sentido del deber, lo que se suponía que debía ser  su vida.

-¿Y si me apetece a MI hacer con MI vida otra cosa?… tendría que renunciar a mucho, cosas materiales principalmente.

Pensaba y hacía listas mentales de lo que podía prescindir y como dejar el trabajo sin crear problemas a la empresa.

– Si me atrevo a hacerlo igualmente, vendría la CORSE[1] (Cuerpo de Orden, Represión y Seguridad Egemon) y me reeduca fijo. 

La cárcel no existía, era demasiado igual a la vida normal. Recibías descargas eléctricas cronometradas dependiendo del delito cometido. Si era grave, se aplicaba CCC (Cirugía Cerebral Correctora).

En una de sus fumadas, con una maría mucho más buena de lo normal, meditaba en un foro consigo mismo, bajo un roble frondoso, cuando una planta le habló:

– Si me cuidas todo esto será tuyo.

Despertó y miró asombrado la hierba que le quedaba. Se duchó para despejarse, recordó la frase y sonrió. Nunca había visto una planta de maría, pero la reconoció. Le habló a través del cogollo principal, con voz suave de mujer y con la calidez de una madre. Aunque Erwan no supo apreciar esto último. Se sentó a esperar el almuerzo y empezó a ser una obsesión, debía cuidar la planta.

La comida llegaba tres veces al día directa de los invernaderos, salían trenes paralelos cada dos filas de edificios, conectaban un gran tubo a cada lado y descargaban, era repartida a cada habitáculo por más conductos, se cocinaba automáticamente y al plato. Sano y nutritivo pero siempre el mismo menú.

Acababa de descargar y al retirar la gran tubería algo falló, quedó enganchada por una de las grapas. La tremenda fuerza arrancó un trozo del marco y arrastró una ventana de su casa. Ante Erwan apareció la solución a los problemas que frenaban su locura botánica. Era un camino directo a los invernaderos a por tierra y si encontraba al jardinero le pediría semillas de marihuana, el mecánico de invernadero trabaja para el tren de su misma infinita calle. Podría justificar su ausencia en el trabajo con el accidente, diría que necesito meterse por el tubo hasta el vagón vacío para poder respirar. Cuando acabó de pensarlo ya estaba dentro, la tubería se desenganchó sola.

Se durmió atado a una compuerta para no golpearse. En la oscuridad se oyó un ¡clac! y la puerta intentó abrirse, detectó variaciones en su peso, se paró y lanzó la señal de avería “cuerpo extraño”.

 Erwan estaba colgado de una puerta semiabierta, cegado por las luces del invernadero. Se soltó estando a 30 metros del suelo sin saberlo, cayendo encima del mecánico que llegaba en su scooter volador, se estrellaron  y cuando se recuperó del golpe el mecánico acertó a decir:

-Efectivamente un cuerpo extraño.

-Necesito encontrar a Delta9, es de esta zona, ¿lo conoces?

Un compañero de un amigo  se lo había dicho:

 “Creo que se llama Delta 9, no me preguntes más”, le había espetado en voz baja ante su insistencia.

-¿Cómo sabes mi nombre?

-Necesito tierra, semillas y…

Delta 9 le tapó la boca y arrancó el scooter. Erwan aún no veía bien, se protegía de la luz con una mano.

-Sube y agárrate

Erwan tropezó pero alcanzó a subir sin caerse, agarrándose a su salvador. Notó que tenía un pecho de mujer en la mano antes de caer al suelo, con un tremendo dolor en la mejilla, por la bofetada.

El mecánico era en realidad “mecánica”. Delta9 le encasquetó la gorra.

-Ahora te agarras ahí-señaló un saliente del scooter-, con las dos manos y como me vuelvas a tocar te tiro y llamo a seguridad.

-Quizás me tires, pero no te interesa llamar la atención. Dame tierra y semillas de maría, luego volveré a casa con el tren de la cena.

-¡Calla, estás loco!

-Quizás lo esté, me ha gustado tocarte.

Delta9 conducía lo más rápido posible para no escuchar otra impertinencia. Le daba vergüenza que se notara que también le gusto a ella y ese último comentario descarado le hizo cosquillas. Aparcó el planeador y llevó a Erwan a la franja donde escondía la plantación. Se le salían los ojos de las órbitas, intentó hablar con alguna de las plantas, pero no funcionó y volvió con Delta9. Ya se había llenado los bolsillos con tierra fértil suficiente. Tuvieron una gran discusión sobre si los pillarían, que no viviría ninguna planta fuera de allí.

-Yo la cuidaré. Con una semilla es suficiente, por favor.

Delta9 vio como salvar la situación. En una reparación de una pala encontró una semilla. “Se me habrá caído a mí, la llevaría sin darme cuenta, escóndela antes que la vean” pensó. Estaba como fosilizada, era dura, brillaba y era sin duda de cáñamo, pero pesaba mucho más de lo que aparentaba, “Le daré esa piedra, de ahí no saldrá nada y no tendrá problemas”.

-Toma y ve con cuidado, no sé por qué hago esto.

¡Por fin lo tenía! La besó sin saber muy bien qué estaba haciendo. Y la volvió a besar sabiéndolo muy bien. Saltó al tren, la dejó tiritando. Desde que sus dedos tocaron la semilla se sintió mejor. Más valiente, incluso convencido ahora de su misión. Saltó del tubo antes de engancharse en el muro, puso el pulgar en la puerta y entró.

Dos agentes CORSE estaban en su casa ya reparada. Después del accidente se le dio por muerto y el sistema, para aparentar que le importaba, organizó una  gran búsqueda, retransmitida en directo y más teatral que efectiva. No era un delincuente, era una víctima que se salvó sola, por eso no lo cachearon. Consiguió que se marcharan después de declarar su supuesta odisea. Puso la tierra en una bota y se sacó la semilla de la boca.

– Hola preciosa, esta es tu casa.

La hundió ligeramente en la tierra y echó un poco de agua, la puso cerca de la ventana y tiró la otra bota al lado, simulando desorden. Estuvo esperando a que apareciera una planta grande de golpe…o algo así. Le sobresaltó la alarma que marcaba la hora de trabajar, miró la bota y nada. Creyó haber fracasado y se fue deprimido a su puesto. Su hazaña se conocía, incluso su supervisor le felicitó:

– Me alegro de que siga vivo Erwan, no se preocupe, le traerán la comida aquí para que recupere el trabajo acumulado.

– Gracias Sr. Loucfer, está usted en todo.

Acabó tarde y llegó derrotado a casa. Al abrir la puerta su corazón se desbocó, ¡la planta había nacido y de qué manera! Toda la habitación era verde, la maría la llenaba a excepción de un hueco donde se sentó perplejo. La bota estaba reventada y las raíces penetraban en el hormigón. Lo que no veía es que se había extendido por los conductos a todo el bloque. Se acurrucó para dormir y susurró:

– Mi niña.

Esta vez lo despertó una suave brisa que acarició su pelo, quiso dormir más, se estaba tan bien… De repente abrió los ojos como platos, estaba fuera, en una rama muchos metros por encima del edificio. Al aire libre moriría en pocos minutos y bajó lo más rápido posible, pero a tanta distancia no le daría tiempo.

Ya llevaba un rato saltando y no se ahogaba, incluso empezaba a divertirse. Daba volteretas, bajaba en espiral agarrado al tallo central, rebotaba y volaba brevemente.

La planta depuraba el aire contaminado tan rápido cómo crecía, ya formaba cogollos grandes como coches y bolas de resina del tamaño de pelotas de tenis. Había resquebrajado el suelo y las grietas se alejaban en todas direcciones, dejando al descubierto la madre tierra. Después del largo barbecho y con aire brotaron todo tipo de plantas de semillas dormidas durante siglos.

La naturaleza recuperaba su dominio usurpado, el hombre se resistía a perderlo y un batallón de fuerzas CORSE disparaba a la planta. Esto enfadó a Erwan y lanzó bolas de THC. Le dio de lleno en la cabeza al jefe Randomo, no le dolió demasiado pero dijo:

-Es muy bonita…inofensiva…no disparéis más.

Se congregó una multitud alrededor de la planta, miraban arriba sin entender por qué no se asfixiaban. Erwan habló desde la punta de una rama.

-No temáis, ¿no respiráis y os sentís mejor? ¿No veis claro ahora la farsa de esta sociedad?, ¿NO OS SENTIS MAS VIVOS QUE NUNCA?

Era verdad pero seguían sin entender.

-¿Quién eres?

-Sólo soy el hombre de la hierba.

-¿Y qué?

Dudó, no era un gran orador y no podía expresar en pocas palabras que teníamos una segunda oportunidad para volver al paraíso perdido, que no nos condenó nadie más que nuestra soberbia, la naturaleza nos creó para cuidar de ella a cambio de lo que necesitáramos y nos dedicamos a acumular, hasta arrasarla toda y ella volvía sin rencor, no debíamos cometer los mismos fallos. Señaló lo que antes era una cuadrícula de hormigón, convertido ya en un exuberante paisaje. Dijo con voz clara:

-Si lo cuidáis todo esto será vuestro.

Todos entendimos que la superpoblación era mentira, traicionados por la tecnología estábamos al borde de la extinción. Ahora, casi de golpe, teníamos salud, fuerza y ganas de vivir. Poco a poco se marcharon, haciendo planes para la nueva vida. Se sintió aliviado pero faltaba algo. Quería meditar acerca de esto cuando oyó:

– ¡Hola cuerpo extraño!

 Al atardecer subieron hasta una rama alta, durante la noche descubrirían sus deseos y meses más tarde Delta9 dio a luz una niña.

Se llamó Maria.

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