Por Fernando Caudevilla

Los efectos del cannabis sobre el rendimiento escolar son una de las cuestiones más discutidas al hablar sobre los riesgos de esta sustancia. Pero decir que “el cannabis altera el rendimiento escolar” es una frase tan genérica como enunciar que “el agua moja” o que “el aceite resbala”, y no nos permite valorar de forma individualizada los riesgos reales. En esta entrega revisaremos los datos científicos sobre los efectos del cannabis en este sentido y su repercusión real en los usuarios.

A la hora de hablar de los riesgos del cannabis, sobre todo en lo referente a adolescentes y jóvenes, suele señalarse el fracaso escolar y los problemas en el ámbito educativo como uno de los peligros inherentes a esta sustancia. Tanto los medios de comunicación como las instituciones anti-droga insisten en este mensaje, que suele presentarse, como es costumbre, en forma de eslogan simplista, sin detalles ni matices que permitan hacerse una idea sobre la magnitud del riesgo, su frecuencia y posibles formas de manejarlo. Por remitirnos a un ejemplo reciente, en el año 2009, el Plan Nacional sobre Drogas presentó el segundo informe de la Comisión Clínica sobre Cannabis, un documento elaborado por profesionales sanitarios sobre distintos aspectos médicos relacionados con la planta. La presentación del informe se acompañaba de una nota de prensa que se centraba en los efectos del cannabis sobre el rendimiento escolar y que daba lugar a titulares de prensa como “el cannabis produce fracaso escolar” (El Mundo 3/9/2009), “el inicio temprano en el cannabis desemboca en fracaso escolar” (Cadena SER 3/9/2009), o el más taxativo “fumar porros altera la memoria” (El País 3/9/2009).

Casi todos los medios de comunicación resaltaban el titular “Sólo un 2% de los consumidores jóvenes logran un título universitario, frente al 38% de los que no lo toman”, tomado del resumen de prensa proporcionado por el Plan Nacional. Desde luego, la cifra es llamativa, y, en caso de ser cierta, parecería indicar que los efectos del cannabis sobre el rendimiento escolar son realmente importantes. Pero, como ya sabrán los lectores de esta sección, la combinación “Plan Nacional sobre Drogas” y “Medios de Comunicación” nos obligan a ser escépticos de entrada, por lo que acudiremos al informe original, donde se dice:

En un estudio de seguimiento de 1265 niños durante 25 años, realizado en Nueva Zelanda, se demostró que había una asociación estadísticamente significativa entre el consumo de cannabis de manera dosis-dependiente y un riesgo mayor de abandono de los estudios, de fracaso en el acceso a la universidad y de finalizar los estudios universitarios prematuramente (Fergusson et al., 2008). En este estudio, el 1,9% de los estudiantes que lograron obtener un título universitario tenían un alto consumo de cannabis (más de 400 veces antes de los 21 años) frente al 35,9% de los estudiantes que consiguieron un título universitario y no habían consumido nunca cannabis.” (1)

Si el lector ha leído con atención el texto previo, se dará cuenta de que, entre paréntesis, se hace referencia a “más de 400 veces antes de los 21 años”, lo que supone una pequeña, pero muy importante, diferencia. Efectivamente, si acudimos al artículo original (2), los autores asociaron la probabilidad de obtener un título escolar con el consumo de cannabis, y ese 1,9% hace referencia a los consumidores de “más de 400 veces”, sin especificarnos si habían consumido cuatrocientos, cuatro mil o cuatro millones. Interpretando los datos del estudio original de forma precisa, la tasa de titulaciones en consumidores de cannabis sería del 21,5%. La diferencia con los no consumidores sigue siendo importante, pero no es de veinte veces, sino de un tercio.

Otra cuestión fundamental al valorar este tipo de estudios es tener en cuenta que, en ciencias biomédicas, la asociación de dos variables no implica que una sea la causa de la otra. Entenderemos el concepto de forma muy sencilla a través de un ejemplo. En septiembre del año pasado, muchos periódicos publicaron una noticia sobre un estudio de la Universidad de Santiago de Compostela y el Instituto de Investigación de Economía Agrícola de Noruega, sobre la relación entre la lectura del etiquetado nutricional y la obesidad (3). Los resultados de la investigación indicaban que el índice de masa corporal de aquellas consumidoras que leen las etiquetas es 1,49 puntos menor que el de las que nunca consideran dicha información a la hora de hacer la compra. Esto supone una reducción de 3,91 kg para una mujer estadounidense tipo, de 1,62 cm de altura y 74 kg de peso.

Una interpretación sensata de esta investigación sería que las personas que leen las etiquetas de los productos alimenticios están más sensibilizadas con la importancia de la dieta, tienden a ser más cuidadosas en sus elecciones a la hora de hacer la compra y, por tanto, consiguen un peso más equilibrado que aquellas que no lo hacen. Pero también podríamos interpretar que la causa de conseguir un menor peso es el hecho de leer las etiquetas de los alimentos. Esta conclusión sería bastante estúpida, aunque algunos medios de comunicación como Muy Interesante titularan la noticia sobre el estudio reseñado “Leer las etiquetas de los medicamentos te mantiene delgado”.

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Volvamos al asunto que nos ocupa, el del cannabis y el rendimiento escolar. Al igual que con el peso y las etiquetas, una posible interpretación sobre la influencia del cannabis sería que esta es la causa única de los problemas de los adolescentes. Pero existen otros múltiples factores que influyen en el rendimiento escolar: desde el tamaño del grupo, las relaciones entre estudiantes y maestros, si la escuela es privada o pública, urbana o rural, los ingresos de la familia, las horas dedicadas a la televisión, las condiciones de estudio en el hogar, la edad de los padres, la implicación de éstos en el desarrollo educativo… Por otra parte, también es necesario considerar otros factores que, de forma independiente, pueden relacionarse con el consumo de cannabis: nivel socioeconómico, consumo de alcohol y otras drogas, problemas psicológicos… Ya que estos factores pueden incidir, a su vez, en el rendimiento escolar, podemos concluir que la cuestión es bastante más complicada de lo que parece a simple vista.

Pero tampoco seríamos objetivos si pasáramos por alto que el cannabis tiene efectos neurocognitivos, y que éstos pueden tener repercusión en la edad escolar. Las áreas cerebrales implicadas en los procesos de aprendizaje y consolidación de los conocimientos son ricas en receptores de cannabinoides, y existen evidencias, tanto en animales como en humanos, de que el cannabis puede producir efectos sobre la memoria. En realidad, lo que entendemos por “memoria” engloba distintas funciones y mecanismos cerebrales. Por ejemplo, no es lo mismo recordar un número de teléfono (memoria inmediata) que estudiar para un examen (memoria reciente) que los recuerdos de la infancia (memoria remota). Existen suficientes evidencias de que el consumo de cannabis tiene efectos en la memoria reciente, sobre todo. Los estudios en humanos llevados a cabo en todo el mundo indican que el cannabis tiene un efecto dosis-dependiente sobre la memoria reciente, que es la que se emplea para estudiar y aprender nuevos conceptos. El estudio más completo al respecto (4) señala que este efecto sobre la memoria es “indudable pero de escasa magnitud”, lo que contrasta con los mensajes simplistas mencionados previamente. También está demostrado que este efecto revierte con la abstinencia, lo que a nivel práctico saben muchos universitarios aficionados al cannabis, quienes deben tomar un descanso de varias semanas o meses antes de enfrentarse a los exámenes

De la misma forma, también existe el consenso entre los profesionales de que, cuanto más precoz sea el contacto de un adolescente con las drogas (legales o ilegales), mayores son las probabilidades de que su uso acabe desembocando en problemas. En ocasiones se recurre a argumentos neurobiológicos sobre la inmadurez del cerebro adolescente y su vulnerabilidad ante el efecto de las drogas para ilustrar estos riesgos. Pero no deja de ser curioso que esta explicación sea sólo válida para las drogas ilegales, y que no se tenga en cuenta, por ejemplo, la facilidad de algunos profesionales sanitarios para recetar derivados anfetamínicos en edades tempranas para tratar la hiperactividad infantil. Las diferencias entre fármacos y drogas son más de tipo moral que farmacológicas, y en lugar de recurrir a la imagen del cerebro-infantil-destrozado-por-la-droga, esta mayor vulnerabilidad a los problemas puede explicarse por factores psicológicos, culturales y sociales. La maduración, la capacidad de resolver conflictos o la autogestión de las emociones son habilidades que se van aprendiendo a lo largo de la vida. Los efectos de las drogas pueden modificar la percepción, las emociones y la forma de pensar, y es razonable pensar que no es lo mismo probar el alcohol, el éxtasis o la cocaína con ocho, trece, veintitrés o cuarenta años. En la medida en la que la personalidad sea más madura, los efectos de las drogas serán más fácilmente manejables y la persona será más capaz de que las sustancias ocupen un lugar concreto en su vida (vinculado a contextos y momentos de ocio o esparcimiento), en lugar de utilizarlas de forma intensiva para intentar resolver problemas o tapar la ansiedad.

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              En este punto, convendrá recordar también que, según la última encuesta del Plan Nacional sobre Drogas los consumos diarios de cannabis en adolescentes entre 14 y 18 años suponen menos del 3% del total (5), lo que supone una situación claramente minoritaria. Pero es indudable que, sobre todo en edades tempranas, algunos patrones de consumo de cannabis pueden tener repercusiones significativas en el rendimiento académico. Pero culpar al cannabis de forma exclusiva del fracaso escolar sin tener en cuenta todo el resto de factores individuales, contextuales y sociales que pueden influir en la educación nos trae a la cabeza la frase “cuando el sabio señala a la luna, el tonto mira al dedo”. Detrás de muchos patrones de consumo intensivo de cannabis en adolescentes se esconden en ocasiones otro tipo de problemas que poco tienen que ver con la sustancia. Pretender culpar al cannabis de todo es mucho más sencillo, pero supone no ver nada más que la punta del iceberg de situaciones que, como la vida misma, son complejas por definición.

  1. Cannabis II. Informe de la Comisión Clínica. Dirección General del Plan Nacional sobre Drogas.Ministerio de Sanidad y Política Social. Madrid, 2009. URL disponible en: http://www.pnsd.msc.es/Categoria2/publica/pdf/CannabisII.pdf
  2. Fergusson DM, Boden JM., “Cannabis use and later outcomes”. Addiction. 2008;103(6):969–76.
  3. Lourerio M, Yen S, Nayga R., “The effects of nutritional labels on obesity”. Agricultural Economics 2012;43:525-558
  4. Grant I, Gonzalez R, Carey CL, Natarajan L, Wolfson T., “Non-acute (residual) neurocognitive effects of cannabis use: a meta-analytic study”. J Int Neuropsychol Soc. 2003;9:679-89.)
  5. Encuesta Estatal sobre el Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias. Dirección General del Plan Nacional sobre Drogas. Ministerio de Sanidad y Política Social. Madrid, 2009. URL disponible en: http://www.msc.es/novedades/docs/PRESENTACION_ESTUDES_2010.pdf

Acerca del autor

Fernando Caudevilla (DoctorX)
Médico de Familia y experto universitario en drogodependencias. Compagina su actividad asistencial como Médico de Familia en el Servicio Público de Salud con distintas actividades de investigación, divulgación, formación y atención directa a pacientes en campos como el chemsex, nuevas drogas, criptomercados y cannabis terapéutico, entre otros.