Las horas bajas de una unión eterna e imperecedera.

Este artículo es la segunda y última parte de la serie en la que nos ocupamos de analizar la evolución del mercado de la heroína y de la cocaína –y de los hábitos de sus consumidores- en el ámbito más hardcore del uso de drogas de la ciudad de Madrid a lo largo de las últimas décadas.

Por Eduardo Hidalgo

Pusimos el punto y final al artículo anterior aludiendo a que a finales del primer decenio del 2000 se produjo un cambio drástico y radical en el mundillo del yonkarreo cocainita, tan sólo que no llegamos a contarles en qué consistió dicho cambio en concreto. De tal manera que será ahora cuando lo hagamos:

El asunto en cuestión consistió en que, llegado determinado momento, en las zonas céntricas de trapicheo, la heroína desapareció virtualmente del mapa. De modo que, a día de hoy y desde hace ya unos pocos años, los mismos traficantes subsaharianos que han estado vendiéndola durante lustros ya no la despachan más. Así pues, en Gran Vía y en sus calles aledañas es casi imposible conseguir caballo; la coca cruda es un producto escaso y de calidad muy variable aunque tirando a bastante baja salvo contadísimas excepciones (como siempre, a fin de cuentas); y la que campa a sus anchas, monopolizando todo el terreno, es la base.

A su vez, en los poblados, cuyo epicentro está, actualmente, en la Cañada Real Gitana (aún cuando siguen en pie otros pequeños reductos en lugares como Pitis o Barranquillas) el producto estrella vuelve a ser el crack; aunque hay también, siempre, coca cruda (de una pureza notablemente inferior a la de antaño); y caballo (también bastante malo), con la salvedad de que en algunas casas ya sólo lo venden en mezcla, y en otras ni tan siquiera eso (aunque lo común y corriente sigue siendo que cuenten con este producto y que lo sigan despachando como siempre lo han hecho).

En otras palabras, que a día de hoy, en el terreno más duro del consumo de drogas, la base se ha hecho con la mayor parte del tradicional mercado del yonkarreo cocaínita, convirtiendo a la heroína en un producto residual en los hipermercados de la droga y desplazándolo hasta hacerlo virtualmente desaparecer en las zonas céntricas de trapicheo.

Las razones de ser de este fenómeno serán harto complejas, se nos escapan en gran medida y superan con creces los objetivos y las posibilidades de argumentación que nos ofrece este artículo. No obstante, tenemos muy claro que no se trata simplemente de una falta de suministro mantenida durante varios años. Suministro lo hay, está en los poblados como lo ha estado siempre, y aun cuando el fenómeno descrito también pueda hundir sus más profundas raíces en motivaciones geopolíticas del más alto calado (desarticulación de redes, creación de nuevas alianzas y competencias entre narcos de distintas nacionalidades, altibajos en el abastecimiento debido a la guerra o a los problemas con el cultivo en la media luna de oro, etc.), no se nos escapa que, si los traficantes africanos del centro de Madrid quisieran vender heroína, la venderían, al igual que lo llevaban haciendo desde, al menos, los primeros años 90. La cuestión, en nuestra modesta opinión, es que, sencillamente, no quieren hacerlo. ¿Los motivos? ¿Quién sabe? A nosotros, al menos, se nos ocurren dos, que les detallaremos a continuación con la simple intención de tratar de aportar nuestro granito de arena a la explicación de unos hechos que, como ya hemos apuntado, no dudamos que tendrán unas razones de ser infinitamente más complejas y variadas. Sea como fuere, ahí van nuestras aportaciones:

1 – La mala prensa que, últimamente y a diferencia de lo que sucedía antaño, hemos podido constatar que tiene la heroína entre los propios consumidores y traficantes magrebies y subsaharianos: «el caballo es muy malo, da mono físico, es mejor la base», nos han dicho muchos de ellos. Es decir, que, ya de entrada, ciertos clientes potenciales se abstienen voluntariamente de consumir jamaro (aunque damos fe de que muchos otros lo tomarían inmediatamente de no ser porque les resulta imposible acceder a ello de primera mano y sin tener que desplazarse a las afueras del centro urbano).

2 – El hecho irrefutable de que una y otra sustancia liman mutuamente sus respectivas aristas, aportando, en el caso de un consumo combinado, una experiencia psicoactiva más equilibrada. El hecho incontestable de que los efectos de la base duran apenas unos minutitos, produciendo, a continuación, un considerable bajón, que, para los aficionados acérrimos a esta sustancia, resulta tan insoportable como incontenible resulta el deseo de volver a experimentar los efectos placenteros, lo cual suele terminar traduciéndose en el embarque del usuario en auténticos atracones que no cesan hasta que se agota el material, el dinero o la resistencia física y psíquica del interesado. El hecho irrebatible de que la heroína produce unos efectos mucho más duraderos y que, a diferencia de la base, sacia, en el sentido de que llega un determinado momento en el que no se necesita ni se desea consumir más (y en caso de que no llegase ese momento, lo mismo da, pues, tarde o temprano los efectos narcóticos dejarán al consumidor literalmente dormido). El hecho incuestionable de que la heroína aplaca los efectos ansiógenos de la cocaína y aminora las ansias por seguir consumiendo. Ya lo dijimos antes: equilibra la experiencia, de tal manera que, llegado un punto, el consumidor se queda a gusto y satisfecho y se va tranquilamente a dormir. Lo cual, también lo hemos dicho, en el caso de la base (o de los usuarios compulsivos de base) difícilmente sucede, puesto que, el cese del consumo no suele darse por haber alcanzado el punto de saciedad sino por haber terminado absolutamente con todos los recursos disponibles o por haber acabado completa y literalmente exhausto.

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De los dos puntos anteriores, se deriva la suposición, absolutamente personal, de que, a quien esté interesado en hacer dinero fácil y rápido, como lo están, clarísimamente, los traficantes subsaharianos que trapichean en el centro de Madrid, les sale más a cuenta vender sólo crack que crack y heroína, puesto que, el usuario de ambas sustancias alcanzará antes su punto de saciedad y se retirará antes a casa, gastando en una misma noche –y seguramente, a medio y largo plazo- bastante menos que el usuario exclusivo de base. Conclusión: a quien trapichee temporalmente en la calle o en pisos francos para una clientela de este tipo le conviene más vender sólo una sustancia (la coca) que las dos.

El caso de los hipermercados de la droga, dada su magnitud y volumen de negocio, y sus demás peculiaridades –clanes familiares dedicados al tema desde hace decenios, clientela heroinómana fija desde hace los mismos años, integración casi atávica en la redes internacionales del tráfico de heroína, etc.- es claramente distinto al de los morenos de Gran Vía, de modo que sus intereses podrían coincidir con ellos en algunos puntos y ser divergentes en otros. Aún con todo, no cabe duda de que también en los poblados la base es la que manda y de que, también en los poblados, hay determinados “establecimientos” que han optado por no vender heroína en absoluto o por venderla únicamente mezclada con coca. Sus razones tendrán…

Una de ellas es que, de nuevo, también en estos enclaves, el volumen de ventas de la heroína es y ha sido siempre notablemente inferior al volumen de ventas de la cocaína –los usuarios la compran en menores cantidades y con menor frecuencia diaria, teniendo ambas drogas exactamente el mismo precio-, con el agravante añadido de que los ingresos obtenidos con el caballo han tenido que ir disminuyendo, progresiva e indefectiblemente, a lo largo de los últimos años, sobre todo desde que, bien entrados los 90, la mayor parte de la población heroinómana pasó a estar en programas de mantenimiento con metadona, lo cual tuvo que traducirse necesariamente en la reducción de los ingresos obtenidos con esta sustancia, reducción que, ni de lejos ha podido verse compensada con las aportaciones económicas de lo cuatro gatos que, actualmente, se han ido iniciando en el consumo esporádico de heroína para tomarla como guarnición final después de sus pasotes en fiestones y raves (un perfil de consumidor, a fin de cuentas, muy diferente en todos los sentidos al prototípico yonkarra cocainita de los años dorados de los asaltos indiscriminados a entidades bancarias).

A esto, sumémosles problemas añadidos de cualquier otro tipo –como los apuntados en relación a cuestiones geopolíticas y a los vaivenes del narcotráfico internacional- y el resultado viene a ser el mismo: en los hipermercados de la droga, la heroína, aun siendo un negocio millonario, no le llega ni a la suela de los zapatos al negocio de la cocaína, hasta el punto de que, por primera vez en varias décadas, hay clanes que han optado –al menos en estos momentos- por prescindir de comerciar con caballo o por venderlo sólo mezclado con coca, posiblemente porque de otra forma o no llega a compensarles del todo o porque les entorpece y quebranta, en cierta medida, el business de la base.

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A fin de cuentas, los negocios, todos, funcionan según la ley de la oferta y la demanda y se rigen por los beneficios económicos obtenidos. De tal manera que, ni los traficantes ni nadie dejarían por sí mismos de vender un producto ampliamente solicitado y altamente lucrativo. De lo cual podría deducirse que, en última instancia, para muchos traficantes, simplemente, el negocio de la heroína ha dejado de ser tan rentable como lo era antes –y para algunos ha dejado de serlo por completo- bien porque la clientela no es lo suficientemente amplia, fiel y asidua; bien porque, en último término, no les aporta muchas más ventajas (o incluso les supone un engorro y un quebranto), que limitarse a vender cocaína; bien por ambos motivos (y, seguramente alguno más). De otro modo, no lo duden, tanto en Gran Vía como en cualquier chabola de los poblados madrileños seguiría habiendo caballo a mansalva, como hasta hace apenas unos años siempre lo hubo.

Aún así, esto no significa que el negocio de la heroína haya desaparecido o que lo vaya a hacer en breve. No lo hará, seguramente, jamás. Lo que resulta incuestionable es que, al menos en los tradicionales espacios del narcotráfico madrileño, su volumen se ha reducido mucho y que, en determinados enclaves donde siempre se habían vendido duto y kisha, ya sólo se vende kisha. Eso es todo y estos han sido los motivos que nosotros hemos sido capaces de intuir que pudieran estar detrás del fenómeno descrito. Nada más.

Ahora, que cada cual haga su propia lectura del asunto. En lo que a nosotros respecta, únicamente quisiéramos hacer un comentario final: si bien desde una perspectiva de reducción de riesgos puede parecer una absoluta aberración recomendar a alguien el consumo de heroína, lo cierto es que en el caso de esta población en concreto (que ya está en el límite de la marginación y de la exclusión social y que vive diariamente por y para una mísera pipa de base) creemos que nada bueno podrán ni podremos esperar de su actual abstinencia opiácea. A fin de cuentas, la heroína, sobre todo consumida vía inhalada (chino) podrá crear muchos problemas, pero salvo casos extremos y excepcionales asociados a infecciones de diverso tipo, la cabeza te la deja en su sitio, mientras que la base, tomada según los patrones de uso que llevan a cabo estas personas, crea los mismos problemas que el caballo –salvo el mono físico- y, de paso, te deja el sistema nervioso completamente frito, exponiendo al consumidor a sufrir todo tipo de patologías psiquiátricas (psicosis tóxicas, depresiones, trastornos de ansiedad…) que, ciertamente, ya se daban entre los consumidores tradicionales de duto y kisha pero que, a buen seguro, se darán con mayor frecuencia y gravedad entre los usuarios exclusivos y compulsivos de crack (que buena parte de ellos no es ya que no tomen heroína, es que ni roches, ni trankimazines ni nada que les aplaque su sobreexcitación cocaínica…). En fin, tiempo al tiempo…

 

 

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.