A pesar de las dificultades legales, el cannabis se perfila cada vez más como una alternativa de tratamiento que mejora la calidad de vida de niños con enfermedades crónicas

Seguramente la mayoría de los padres dirían que jamás les darían drogas a sus hijos. Sin embargo, lo hacen todo el tiempo: una aspirina o un antibiótico, por ejemplo, se consideran drogas en el sentido médico. Según la Organización Mundial de la Salud, la droga es, en medicina, “toda sustancia con potencial para prevenir o curar una enfermedad o aumentar la salud física o mental”. Esta es una definición que le cuadra perfectamente al cannabis y las medicinas derivadas de él, y en la actualidad una gran cantidad de estudios científicos, así como la legislación de varios países, avalan sus usos médicos. Más allá de discursos asociados al prohibicionismo, los beneficios medicinales del cannabis son cada vez más evidentes, y frente a esa evidencia, muchos padres han optado por suministrárselo a sus hijos, en muchos casos desafiando las leyes locales.

Todavía se requiere más estudio de las propiedades terapéuticas de los cannabinoides, dado que las prohibiciones retrasaron – y aún dificultan – la investigación (por ejemplo, en Estados Unidos, aún se considera a la marihuana como una droga de categoría 1, entre las más peligrosas, y no se le reconoce oficialmente ningún uso medicinal). Sin embargo, en la actualidad existen evidencias de la utilidad del cannabis para el tratamiento de enfermedades como la epilepsia, la esclerosis múltiple, los desórdenes de ansiedad o la esquizofrenia. También existen estudios que sugieren su efectividad en el tratamiento para el autismo y el Síndrome de Tourette.
De los más de 100 cannabinoides que contiene el cannabis, los dos principales son el Tetrahidrocannabinol (THC) y el Cannabidiol (CBD). Si bien el primero es el componente psicoactivo, es el segundo el que presenta los principales beneficios médicos. Tiene propiedades antiinflamatorias, que lo hacen efectivo en el tratamiento de artritis o reumatismo, y además tiene efecto anticonvulsivo y reduce los espasmos musculares.
El THC, por su parte, ha sido ligado a la reducción del tamaño de los tumores, y se utiliza como paliativo para los efectos de la quimioterapia, dado que reduce las náuseas, estimula el apetito, alivia el dolor y estimula el sueño.
Esta evidencia científica ha llevado a muchos padres a tratar a sus hijos con cannabis medicinal, a menudo en contra de las leyes vigentes en sus países, y son hoy la punta de lanza de una lucha legal y parlamentaria por la legalización del autocultivo y la producción con fines medicinales. Tal es el caso de la ONG argentina Mamá Cultiva, integrado por madres cuyos hijos no encontraban mejora con las medicinas tradicionales, y que sí lo han hallado con el uso de cannabis, o la chilena Fundación Daya, quienes no solo se dedican a la difusión de información sino que también persiguen la posibilidad legal de cultivar y producir su propio cannabis, dado que aún en los casos contemplados por la ley, el acceso puede ser difícil y aún existen médicos que, más allá de los estudios y evidencias, se niegan a recetarlo.
A pesar de las trabas, las crecientes investigaciones al respecto y los casos de éxito que reportan padres y usuarios hacen que las regulaciones vayan cambiando. Ningún padre quiere ver sufrir a sus hijos, y si el cannabis puede ayudar a los niños con enfermedades crónicas o a pacientes de cáncer tener una mejor calidad de vida, la presión de los padres continuará sobre los organismos legales. La ciencia está de su lado.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.

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