El uso medicinal de este cultivo registra, por primera vez, un consenso social importante para el alivio de determinadas patologías. Sin embargo sus detractores temen que se minimicen los efectos negativos.

El 2020 podría convertirse en un punto de inflexión para la inserción definitiva del uso medicinal de al menos uno de los derivados de la cannabis sativa o “marihuana”, como se conoce popularmente a esta planta. Se trata del cannabidiol (CBD), molécula que reúne en la actualidad un inédito consenso, tanto a nivel político como científico, a partir de resultados exitosos obtenidos en un estudio reciente realizado en el hospital Garrahan y que suma otro elemento a la literatura médica ya existente sobre el tema.

También influye en este momento la militancia incesante de miles de familiares de pacientes con patologías como epilepsia refractaria, que aseguran comprobar día a día los efectos positivos de darle cannabidiol a la persona que cuidan. Además legisladores nacionales y altos funcionarios del ministerio de salud nacional expresaron recientemente la voluntad de no limitar el uso de los derivados de esta planta al tratamiento de la epilepsia -que es la patología que mayor evidencia reúne- si no también favorecer el estudio de sus posibilidades terapéuticas en otras patologías comunes. Incluso ya se habla de otros usos productivos de este compuesto, sin fines estrictamente médicos. El boom de la producción de cannabis

Durante la última reunión del Consejo Federal Legislativo de Salud (COFELESA), realizada el 11 de septiembre de modo virtual, Sonia Tarragona, Subsecretaria de Medicamentos del ministerio de salud, dejó en claro estos objetivos: “hay muchos proyectos más de cannabis para sectores productivos, no necesariamente médicos, por lo tanto, esos no necesitan autorización del ministerio de salud”, expresó la funcionaria, quien adelantó la estrategia del gobierno: habilitará modificaciones en la reglamentación de la ley 27.350 “De Investigación Médica y Científica del Cannabis Medicinal”, de manera de posibilitar el cultivo en el país, garantizar el acceso gratuito a la semilla y sus frutos para pacientes e investigadores. E, incluso buscarán avanzar en su industrialización a través de la intervención de la Agencia Nacional de Laboratorios Públicos (ANLAP).

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El argumento que sostiene todas esta proyecciones es su potencial. La neuróloga e investigadora del CONICET Silvia Kochen, explicó que mientras la planta posee alrededor de 120 distintos tipos de cannabinoides -de los que el CBD es apenas uno-, desde la década del ´70 se sabe que el organismo humano posee un sistema denominado “endocannabinoide”, que -precisamente- modula ese tipo de compuestos y produce diversos efectos en las personas. El desafío es encontrarlos”. “Un punto crítico para avanzar es la falta de evidencia de acuerdo a los estándares internacionales pero -al mismo tiempo- nadie puede desconocer que hace miles de años millones de personas emplean cannabis de diversas formas”, remarcó Kochen, quien tiene a su cargo un proyecto para la realización de un ensayo clínico en pacientes con epilepsia en el Hospital El Cruce.

Pero así como el CBD suma opiniones favorables para su uso medicinal, otro de los componentes de la planta de marihuana, el Tetra-Hidro-Cannabinol (THC) sigue despertando alarma por estar ligado a efectos psicotrópicos: los típicos que se asocia al famoso “fumarse un porro”. Tiempo atrás, cuando el tema se instalaba con fuerza en el Congreso, el ex ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, Claudio Mate, pedía prudencia para que el uso medicinal no termine representando la puerta de entrada a la aceptación del uso recreativo del Cannabis. “Como resultado del marketing se ha instalado el Cannabis como una planta medicinal y no lo es: tiene compuestos que poco tienen que ver con la salud. Es un psicotrópico que reduce la actividad neurológica”, advierte Mate, quien -sin menospreciar los efectos positivos que muestra el uso de aceite de Cannabis en pacientes de epilepsia refractaria- aboga por mayor información antes de avanzar en proyectos que liberen el autocultivo o el desembarco de la gran industria. “Reducir la actividad neurológica en un país donde la mitad de los niños están por debajo de la línea de la pobreza me parece peligroso”, concluyó el exfuncionario bonaerense.

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Al margen de estos reparos, el actual gobierno muestra voluntad política para avanzar en la producción de Cannabis, la liberación del autocultivo y la producción de aceite con sus derivados. Bajo este auspicio ya hay proyectos avanzados en Jujuy, Mendoza, San Luis y Entre Ríos, que estimulan las distintas formas y etapas de cultivo y el montaje de laboratorios especializados, con la capacidad necesaria para industrializar estos productos.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.