Continuamos con la biografía de Alexander Shulgin, el bioquímico farmacófilo más importante de nuestro tiempo y toda una leyenda para la comunidad mundial de psiconautas.

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La utilidad de las drogas

 A lo largo de la historia, el ser humano ha buscado e investigado plantas para modificar su conciencia y su cuerpo y beneficiarse con ello. Por eso en todas las culturas ha habido chamanes, curanderos, médicos y terapeutas que se han especializado en las disciplinas relacionadas con la curación del cuerpo y de la mente. Además, gracias a sus conocimientos entraban en estados alterados para potenciar la capacidad de influir en los demás, ya sea por encontrar de ese modo caminos insospechados estando sobrios, o bien por lograr una mejor comprensión de sus semejantes.

Esos conocimientos milenarios han permitido mitigar el dolor físico y el sufrimiento mental mediante el uso del opio, la datura y las solanáceas, que han sido los analgésicos más utilizados durante siglos. Esos conocimientos han permitido también encontrar fuentes de energía para poder realizar trabajos y esfuerzos muy exigentes, y por eso el té, la coca, el mate o la nuez de cola han sido los estimulantes de nuestros antepasados. También han hecho posible profundizar en la esencia del mundo exterior (nuestro entorno) y del mundo interior (nuestra mente) mediante el uso de peyote, psilocibes, ayahuasca y cannabis, sustancias psiquedélicas tan antiguas como la humanidad. A pesar de no haber existido prohibiciones relativas a su consumo hasta comienzos del siglo XX, no tenemos noticias de abusos en ninguno de estos tres tipos de fármacos. ¿Por qué entonces los gobernantes están tan obsesionados con prohibir esta última clase de sustancias y algunas de las pertenecientes a las dos primeras? Para Shulgin, dos de los factores principales son el paternalismo y lo que él llama “provincialismo”, que podríamos traducir al español más propiamente como “etnocentrismo”. Por el primero, los estados, a cambio de cuidarnos, protegernos y satisfacer nuestras necesidades, se arrogan el derecho a entrometerse en nuestra vida pública y privada. El etnocentrismo, por su parte, consiste en verlo todo desde las normas de vida y de conducta consideradas normales en una cultura determinada, en aceptar sólo lo tradicional y rechazar lo diferente, otras costumbres y formas de vida. Por ejemplo, para las sociedades cristianas el consumo de bebidas alcohólicas es algo natural y plenamente aceptado, mientras que el de cannabis no lo es; en cambio, para las musulmanas ha sido al contrario. Cada cultura tiene sus propios prejuicios; a esto se refiere Shulgin. La consecuencia evidente de lo que estamos diciendo es que por culpa de estos prejuicios —y bajo la amenaza de sanciones y penas de cárcel— nos perdemos sustancias curativas y energizantes muy eficaces; además, el uso de drogas psiquedélicas para aumentar nuestro conocimiento se ve coartado. A pesar de todas estas trabas, Shulgin decidió dedicar su vida a la investigación con psiquedélicos y siempre ha sido su paladín, un alquimista que se encierra en su laboratorio para sintetizar y probar innumerables fármacos antes de darlos a conocer al resto de la humanidad.

Los años 50, década en que comenzó la carrera profesional de Shulgin, fue la época dorada de los estudios con psiquedélicos. Artistas, intelectuales y escritores experimentaban con mescalina, y a finales del decenio también con LSD y psilocibina. Huxley publicaba Las puertas de la percepción y Cielo e Infierno. Estrellas de cine como Cary Grant se sometían a terapia con LSD para superar sus problemas y la creación de Albert Hofmann pronto se difundiría por todo el mundo como una medicina maravillosa. Shulgin se unió a esa tendencia y se impuso como objetivo conseguir el mayor número de sustancias posible, a fin de poder investigar toda la variedad que le podía ofrecer la química, su ciencia.

No obstante, antes de comenzar su titánica labor, quiso experimentar con la sustancia psiquedélica tradicional, la mescalina, la que había revelado a Huxley un nuevo mundo de ideas y sensaciones. Ya dijimos que el primer contacto de Shulgin con ella tuvo lugar en 1960. En el Pihkal recomienda una dosis de 200 a 400 miligramos, si es en forma de sulfato, y de 178 a 356 miligramos, si es en clorhidrato. Tradicionalmente se la ha considerado activa a 3,75 miligramos por kilogramo de peso corporal. Shulgin también ofrece una breve introducción diciéndonos que el principal componente activo del peyote es uno de los psiquedélicos más antiguos, y nos da algunos detalles de su uso por parte de los indios norteamericanos. La mescalina se ha utilizado como el punto de referencia para las demás drogas de este tipo, que se miden en “unidades de mescalina” (M.U. = “mescaline units”) o indicando que tienen X veces su potencia. Esto, que para los biólogos de tendencia más conductista era todo un adelanto porque ya disponían de una fórmula numérica para expresar sus propiedades psíquicas, para Shulgin no es gran cosa porque no sirve para representar sus propiedades reales, su naturaleza intrínseca y sus efectos “mágicos”. Por esa razón se detiene en ella más que en otras sustancias, para comentar sus efectos psicoactivos a distintas dosis.

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En la entrada número 96 del Libro II del Pihkal, después de describir la fórmula y el procedimiento de síntesis, Shulgin describe sus ensayos con 300, 350 y 400 miligramos de mescalina. Con 300 miligramos notó bastante energía, pero también inquietud y como si estuviera cerca de experimentar algo trascendente, pero sin llegar a alcanzarlo. Se dio cuenta de la importancia de la meditación para el ser humano; sabía que podía llegar a conocer lo divino, pero no parecía el momento oportuno. Escuchando el Requiem de Mozart tuvo una bella experiencia estética, pero nada más. Pudo reflexionar sobre problemas como la energía nuclear y el hambre en el mundo, gracias al estado empático proporcionado por la sustancia. La conclusión fue que aprendió bastante sobre sí mismo.

Con 400 miligramos las percepciones se alteraron notablemente, las caras de las personas parecían caricaturas, al ver el tráfico de las calles creía que los coches se perseguían entre ellos. El cambio más fuerte fue en los colores, captaba todos los matices y las más leves diferencias eran percibidas como un fuerte contraste. También notaba una gran empatía por todas las cosas pequeñas, las que parecen más insignificantes en nuestra vida cotidiana, y se sentía incapaz de dañarlas, ni siquiera de arrancar una flor o pisar una piedra.

En otro ensayo con 400 miligramos, todo su entorno se transformó y los objetos brillaban. Sentirse vivo dentro de su cuerpo le hizo feliz. Su gata se convirtió en una diosa que se desnudaba y bailaba. Poco después desaparecía y sólo quedaba la danza sin ningún animal que bailara, el concepto puro.

El Pihkal también incluye el ensayo con 350 miligramos de mescalina por parte de Ann Shulgin, cuya experiencia tuvo un carácter menos filosófico y más estético que los de su marido. Estando bajo los efectos de la mescalina salió a la calle, donde notó una intensificación de los colores y un cambio en las formas y las texturas. Le divertía ver a la gente normal haciendo sus tareas habituales.

 

Otras drogas

Además de sus experiencias químicas y personales con la mescalina, a comienzos de los sesenta Shulgin ensayó con la TMA, sintetizada a finales de los cuarenta. Esta droga no le satisfizo en lo relativo a sus efectos y no volvió a investigarla, pero mediante un sutil cambio en su estructura obtuvo la MMDA (3-metoxy-4,5-metilenedioxiamfetamina), con interesantes propiedades psiquedélicas.

Entre 1963 y 1964, mediante modificaciones de la molécula de TMA, sintetizó el compuesto llamado DOM. Ensayó con dosis de entre 2 y 4 miligramos y comprobó sus excelentes propiedades psiquedélicas, experimentadas por él y su círculo de amigos. Lamentablemente, en 1967 apareció la sustancia en la calle, donde se distribuía en dosis de hasta 20 miligramos. Shulgin había oído rumores sobre una sustancia que llamaban STP (“Serenidad, Tranquilidad, Paz”) y se preguntó de qué se trataría. La analizó y vio que en realidad era DOM, que posiblemente alguien había conocido por algún seminario impartido algún tiempo atrás, o tal vez habían leído la patente y la habían sintetizado sin que Shulgin tuviera noticia. Algún tiempo después se supo que el químico neoyorquino Nick Sand había sido el responsable.

Miles de personas que tomaron DOM en el apogeo de la época hippie acabaron ingresadas en hospitales debido a los delirios producidos por la droga, y un usuario se clavó una espada en el vientre estando bajo sus efectos. La sustancia aún no había sido identificada por las autoridades, pero pronto lo consiguieron y supieron el nombre del creador. Era el momento en que el gobierno estadounidense estaba a punto de prohibir la LSD y la psilocibina, cuando muchos investigadores dejaron de trabajar con psiquedélicos. Por ello, no es de extrañar que el DOM se convirtiera en el “hijo problemático” de Shulgin, igual que la LSD lo fue de Albert Hofmann. Sin embargo, Shulgin aseguró que nunca abandonaría el camino que había tomado.

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Químico por cuenta propia

 Shulgin trabajó en Dow Chemicals durante diez años, pero a mediados de los sesenta las relaciones con la empresa fueron empeorando progresivamente. Seguía produciendo patentes, pero se trataba de sustancias no comercializables porque eran de carácter psicoactivo, que por supuesto no formaban parte del objetivo de la compañía, dedicada a fabricar insecticidas y herbicidas. Dice Shulgin en el Pihkal que la actitud de la empresa hacia él fue pasando del estímulo a la tolerancia, que después se convirtió en desaprobación y más tarde en prohibición total. Siguió publicando en revistas científicas como Nature y Journal of Organic Chemistry artículos sobre los psiquedélicos que creaba, pero llegó el día en que Dow Chemicals le pidió que no utilizara su nombre en lo que escribía. Empezó a poner su dirección en los artículos, con lo que dejaba implícito que la investigación la llevaba a cabo en casa, así que a finales de 1966 le pareció una buena idea montar allí un laboratorio, dejar su puesto en la empresa y trabajar por cuenta propia. También decidió dedicar unos años a estudiar medicina, a fin de conocer mejor los mecanismos del funcionamiento de las drogas en el cerebro. Asimismo, pasó unos meses trabajando para un proyecto de investigación del que nunca llegó a conocer el propósito. No obstante, todo parecía indicar que se trataba de experimentos químicos para el ejército, así que lo abandonó.

En 1967 asistió a la conferencia sobre etnofarmacología celebrada en la Escuela Médica de San Francisco, titulada “Búsqueda etnofarmacológica de drogas psicoactivas”, en la que también participaron Andrew Weil, Gordon Wasson y Richard Evans Schultes. En un período de descanso un joven químico le presentó a una de sus estudiantes, quien a su vez le habló sobre un experimento con dos amigos en el que habían tomado 100 miligramos de cierto derivado de la MDA y que había sido una experiencia bastante emocional, rozando lo extraordinario. No era la primera vez que Shulgin oía hablar de esa sustancia aún poco conocida que había sido creada a comienzos de siglo, ya que en realidad la había sintetizado en 1965 sin haberla probado. El lector ya puede imaginar a qué sustancia nos referimos… pero eso será materia de nuestra próxima entrega.

(Continuará)

 

Bibliografía
Benneth, Drake, “Dr. Ecstasy”, The New York Times.
Boal, Mark, “The agony & ecstasy of Alexander Shulgin”, Playboy, marzo 2004.
Brown, Ethan, “Professor X”, Wired, septiembre 2002.
Halem, Dann, “Altered statesman”, Time Out, marzo 2002.
Morris, Hamilton, “The last interview withAlexander Shulgin”(http://www.vice.com/read/the-last-interview-with-alexander-shulgin-423-v17n5).
Shulgin,Alexander & Ann, Pihkal, TransformPress.

 

Por: J. C. Ruiz Franco (http://www.drogasinteligentes.com)

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