Se dice, se cuenta, se comenta que el adrenocromo no existe, que existe; que produce efectos psicoactivos, que no los produce; que esto, que aquesto y lo de más allá; que ni lo uno, ni lo otro sino todo lo contrario…. ¿Qué será… será, pues, y qué hará o qué dejará de hacer esta sustancia? Sigan ustedes leyendo y, muy pronto, lo sabrán.

Por Eduardo Hidalgo

Otro artículo sobre el adrenocromo… ¡y ya van cinco!

En el anterior nos habíamos quedado con las declaraciones de algunos participantes en los foros drogófilos hispanos. De modo que, ahora, pasaremos a consultar los foros anglosajones. A ver si encontramos algo… Si, aquí lo tienen: un tal MadShroomer “posteó” lo siguiente el día 18 de agosto de 2006 en drugs-forum.com:

SWIM [ya saben: “alguien que no soy yo”] ha tenido experiencia con el adrenocromo.

SWIM bebió 3 viales[1] (de 10 ml cada uno) y se sintió justo como Mr. Hunter S. Thomson en Miedo y asco en Las Vegas, se dio un baño, pero sólo obtuvo un ligero alivio seguido de 18 horas de sueño (SWIM no recuerda mucho, excepto estar DELIRANDO y ser incapaz de determinar si los flashes en la iluminación de la habitación eran reales o no, además de sentirse tembloroso y ardiendo. Se sintió de la forma que se muestra en la película… bastante desagradable.

Volvemos a encontrarnos, por lo tanto, con el testimonio de una persona que afirma haber consumido adrenocromo de primera mano (puesto que el uso de las siglas SWIM no es más que una ingenua fórmula que suelen utilizar los foreros angloparlantes para evitar una eventual acusación de promoción del uso de drogas o de otros delitos similares). El problema con las declaraciones de MadShroomer es que dice que experimentó los mismos efectos que aparecen en la versión cinematográfica del libro de Thompson (en la que, de hecho, la escena del adrenocromo es mucho más exagerada y delirante que en la obra original), y, sin embargo, se da el caso de que, como señalan en Wikipedia, el propio director de la película, Terry Gilliam, reconoce, en los comentarios que aparecen en la versión del film en DVD, que esa escena es exagerada y ficticia. Es más, el director cinematográfico insiste en que la droga pertenece por completo al ámbito de la ficción y parece, incluso, desconocer que existe una sustancia real con ese nombre. De tal manera que, a la luz de estas declaraciones, la veracidad del testimonio de MadShromer como que languidece un poquito.

Por otra parte, ya que nos hemos adentrado en la enciclopedia online (en su versión en inglés), les haremos saber que, en ella, se despachan el tema de la psicoactividad del adrenocromo diciendo, tan sólo, que «ha habido controversia al respecto de si puede ser clasificado como una droga psicotrópica». Nada más.

Así las cosas, ha llegado el momento de remitirnos, de una maldita vez, a la Web más rigurosa y fiable sobre drogas: Erowid. Dirijámonos a su sección de trip-reports y veamos que es lo que tienen…

Pues, exactamente, dos informes y una solicitud para que el público envíe más. En el primero de los relatos, titulado El peor dolor de cabeza imaginable, el autor –que se inyectó epinefrina oxidada y deteriorada- obtiene precisamente eso: un dolor en la cocorota, insufrible e intermitente, que se prolongó durante siete días. En el segundo informe, titulado Matando el mito, el interfecto adquiere 250 mg de adrenocromo base libre e ingiere, a lo largo de diferentes días, 100 mg vía sublingual (una burrada si atendemos a las dosis empleadas por Osmond y el resto de investigadores de los años 50); 25 mg fumados en una pipa de crack; y 50 mg esnifados. Estas son sus apreciaciones al respecto:

Las tres tomas me produjeron exactamente el mismo efecto, que fue muy ligero y, realmente, carente de interés (ni siquiera lo llamaría un colocón).

En primer lugar, no era ni alucinógeno ni psicodélico. Tuve una sensación de calidez a lo largo de mi cuerpo; sentí entumecimiento en mis manos y en mi cabeza (posiblemente debido al efecto homeostático); hubo una ligera sedación; y una muy breve sensación de euforia (algo más pronunciada cuando fumé la sustancia, aunque, aún así, de muy corta duración). Se produjo, también, algún cambio visual menor (no eran “visuales”, sino, tan sólo, que veía la habitación ligeramente distinta a lo habitual; pero, honestamente, se trataba de un cambio realmente mínimo; un porro de hachís habría hecho el mismo efecto, nada realmente destacable). Puede que hubiera, también, una pequeña miosis (contracción de las pupilas), pero no estoy del todo seguro.

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En definitiva, los efectos fueron extremadamente suaves, en modo alguno divertidos ni psicodélicos, y muy breves (diría que la ligera euforia inicial desaparece a los 4-5 minutos, y las escasas sensaciones extrañas que experimenté se esfumaron después de una hora –no lo puedo determinar con exactitud porque no miré el reloj).

Ni que decir tiene que me sentí muy decepcionado con este compuesto carente de interés. Los efectos que obtuve del mismo fueron suaves, claramente, produjo un efecto sobre mi visión y mi estado mental, pero, de ninguna manera, lo llamaría alucinógeno.

De nuevo, interesante, revelador y… desconcertante. Pasemos, pues, rápidamente, a ver qué podemos encontrar en el resto de las secciones de Erowid: una foto; unos links a recursos externos como Wikipedia; el estatus legal de la sustancia en Estados Unidos (no está prohibida); una serie de referencias bibliográficas entre las que destaca una del libro Legal Highs de Adam Gottlieb (1973) en la cual el autor afirma que el adrenocromo semicarbazona (un producto derivado del adrenocromo), en dosis de 100 mg consumidos vía oral, produce estimulación, sensación de bienestar y una ligera alteración de los procesos mentales; y poco o nada más. No hay información sobre dosis, efectos, duración, contraindicaciones, efectos adversos… Nada de nada. De hecho, en el índice de entrada, el apartado dedicado a la “clasificación de sus efectos” se lo despachan, lacónicamente, con esta palabra: «Controvertida».

De modo, amigos, que, si ni siquiera en Erowid son capaces de concluir nada sobre esta movida, más nos vale dejarnos ya de teorías y de referencias bibliográficas y pasar, directamente, a la práctica. No nos queda otra.

Acudamos, pues, a Google y escribamos: “buy adrenochrome”, a ver qué nos encontramos… No se lo pierdan: con esto nos hemos topado a la primera de cambio.

Yahoo-Answers:

Pregunta: « ¿Dónde puedo comprar adrenocromo? Vivo en Ontario, Canadá, y quiero comprar un poco porque alguna gente que conozco me ha hablado sobre él y no sé donde comprarlo».

Respuesta: «Es una droga ficticia; no puedes, porque no es real. Lo siento».

La madre que nos parió, ¡esto es de locos! Al final va a ser verdad que esta sustancia guarda una estrecha relación con los mecanismos patológicos de la esquizofrenia: ¡joder, si con sólo leer sobre ella ya estamos neuróticos perdidos –producto de tanta información contradictoria y discordante- no queremos ni imaginar lo que será tomarla!

En fin, volvamos a relajarnos. Respiremos hondo y busquemos otros enlaces de interés, a ver adonde nos llevan… ¡Ale-Hop! Aquí: Generics Med, “buy cheap adrenochrome injection”. Una Web de aparente fiabilidad que da la impresión de dedicarse, fundamentalmente, a la venta de Cialis, Viagra y esas cosas, pero en la que por el muy, pero que muy, módico precio de 1,29 dólares se pueden adquirir viales de 25mg/ml de adrenocromo monosemicarbazona más una ampolla de agua inyectable. Los usos médicos señalados se remiten, básicamente, a la reducción del sangrado y las hemorragias durante y después de los procesos quirúrgicos. Ni en el apartado referente a los efectos secundarios ni en ningún otro se hace mención alguna a efectos de tipo psicoactivo.

Perfecto, parece que la mítica sustancia vuelve a dar pruebas de existir. Y, de hecho, bien pronto tenemos la oportunidad de corroborar que existe realmente. Un buen amigo nos ha pasado el enlace (muchísimas gracias) a una Web española tipo E-Bay en la que alguien vende un antiguo bote farmacéutico de adrenocromo. Son 3 euros más gastos de envío (5 euros en total). Decidimos comprarlo, aunque sólo sea como fetiche drogófilo, pues en la información sobre el producto se indica que el frasco está vacío. A los pocos días recibimos el pedido y, ¡sorpresa!, dentro hay 8 comprimidos tan añejos como el propio bote (gracias, también, a usted, caballero, je, je, je).

Estupendo. Ya tenemos nuestra primera muestra. No obstante, proseguiremos con la búsqueda, puesto que quisiéramos obtener productos más frescos que el que acabamos de adquirir, que parece haber sido sintetizado en la época de los mods y los beatniks.

Es cierto que podríamos tirar de la anteriormente mencionada Web médica y dejarnos de líos, pero, sea por lo que sea, no nos termina de convencer. De tal manera que procedemos a buscar otro proveedor de adrenocromo semicarbazona, y nos encontramos con una página americana que tiene laboratorios y distribuidores en España. Entramos en contacto con ellos. Fiabilidad absoluta. Encargamos un gramo. Esperamos a que llegue y, mientras tanto, tratamos de mover nuestros hilos para conseguir adrenocromo puro y duro del productor y proveedor de productos químicos más fiable del mundo. Otro buen amigo, con muy buenos contactos y posibilidades, nos echa un cable (mil gracias), pero finalmente no lo consigue. En tales circunstancias, empezamos a dudar de que vayamos a ser capaces de lograr hacernos con el producto. Un chino nos lo ofrece a precio de oro. Estamos a punto de decirle que le folle un pez-payaso, pero nos contenemos por si se diera el caso de que, al final, terminara por convertirse en la única fuente accesible. Recapacitamos y hablamos con nuestro amigo y editor Chema de la Quintana. Urdimos un plan, descabellado y con nulas posibilidades de dar fruto alguno –como casi todos los que urdimos y, sobre todo, urde este inestimable compañero-. ¡Funciona! En breve recibiré en mi casa 50 mg de adrenocromo en dos viales de 25 mg cada uno. ¡Acojonante! Es como si le acabáramos de pillar cocaína al mismísimo Pablo Escobar –que, de no estar muerto, pueden ustedes estar seguros de que, si nos diese por ahí, también se la pillaríamos, y si nos empecináramos u obcecáramos mucho con el tema, lo llegaríamos a lograr incluso por muy muerto que esté ja, ja, ja).

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Bueno, misión cumplida. Ya tenemos encargados los productos. Ahora sólo queda recibirlos. Tensa espera. Hasta que, un buen día, me llaman por teléfono:

«¿Eduardo Hidalgo?».

«Sí, soy yo».

«Mire, voy para allá con el adrenocromo, ¿cabe el camión en la calle esa?»

“Ahí va la hostia”, pienso para mis adentros, “el camión, dice el tío. ¡Pero si yo sólo he pedido 50 mg! A ver éstos lo que me traen… a ver si la hemos liado parda y lo que he pedido son 50 kilos, que, en realidad, por lo que he pagado por ellos, bien podrían ser unos cuantos quintales…”. «Sí, sí, no se preocupe usted, que seguro que cabe, y si no cabe lo aparca donde pueda y ya nos apañamos».

En esos momentos tengo que salir de casa, así que dejo dicho que, si traen algo para mí, lo guarden en el congelador, pues esas son las recomendaciones del proveedor. Cuando vuelvo me encuentro con que han tenido que vaciar un estante entero para meter el adrenocromo (que resulta ser el gramo de semicarbazona), ya que, el botecito viene empaquetado en una caja de corcho blanco el doble de grande que las de zapatos, debido a que trae consigo, por arriba y por abajo, unos enormes contendores de “refrigerante no tóxico reutilizable” para mantener la sustancia, más que fresquita, congelada. Bueno, el tema ha resultado algo engorroso y aparatoso, pero me siento aliviado, pues no quisiera ni imaginarme lo que hubiera pasado si realmente se hubiese producido un error en el pedido y el transportista hubiese pretendido descargar el camión al completo en casa de mis padres.

En cualquier caso, a la hora de recibir los 2 viales de 25 mg restantes, la caja vuelve a ser igual o más grande que la anterior, de tal manera que apenas queda espacio en casa para la carne, el pescado, las verduras y las pizzas. ¡Pero vamos sobrados del mítico producto de la oxidación de la adrenalina! Así que, podemos darnos más que por satisfechos y, con tiento y mesura, empezar con las catas lo antes posible, tanto para que no se degrade la sustancia como para poder reponer el congelador de alimentos y no matar de hambre a la familia entera o acabar devorándonos entre nosotros mismos como le gustaría a Samorini.

Notas:

1 – Este individuo utilizó, realmente, viales de epinefrina, y los dejó oxidar, tratando, así, de obtener adrenocromo emulando lo que se rumorea que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial en Canadá, donde, supuestamente, hubo soldados que se quejaron de sufrir alucinaciones cuando les fue administrada epinefrina oxidada perteneciente a partidas caducadas y envejecidas.

 


 

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.