Esnifar cocaína. Ingerir codeína. Inyectarse morfina. Fumar nicotina. Tomar Prozac. Comer anfetaminas. Tomar Heptamyl. Beber alcohol. Cambiar al Subotex. Volver al Special-K. Meterse heroína. Pasarse con la novocaína. Liarse con el crack. Fumar cannabis. Tragar éxtasis. Tomar aspirina. Aspirar piedras de cristal. Tomar Lexomil… Aplicarse Testogel. Toxicidad aristocrática.

 

«La testosterona es como el dinero: gratificación inmediata, plataforma abstracta de producción de poder: pero sin la caída en picado de la coca, sin el agujero en el estómago que sigue al paso del cristal, sin la ridícula autocomplacencia que deja el Prozac. Sólo hay otra droga como la testosterona: la heroína».

¡¡¡Pero, pero, pero… pero qué me dices!!! ¿Que la testosterona es una droga? ¿Comparable a la heroína? ¡Ahí va, la hostia! Y yo que pensaba que era cosa de ciclaos, chulo-putas y atletas que la tomaban, simplemente, para ponerse cachas, lucir musculitos o superar sus plusmarcas deportivas. Y ahora resulta que no, que eso es toxicidad aristocrática. Y yo jugándome la exclusión social durante décadas en los poblaos marginales… menudo pringao.

¡¡¡CABRONAZOS!!! ¿Nadie podía haberme avisado?

Está bien, no pasa nada. Nunca es tarde, si la dicha es buena, y, en este caso, si la cuestión es que hemos descubierto una nueva droga, la dicha, más que buena, resulta cojonuda. De modo que, ¡qué narices!, pongámonos a investigar el asunto ahora mismito.

Para ello, empezaremos por ponerles en antecedentes. En primer lugar, hemos de hacerles saber, que los dos primeros párrafos de este artículo han sido transcritos del libro Testo Yonqui, de Beatriz Preciado. Lo más probable es que, a estas alturas, todos ustedes la conozcan o hayan oído hablar de ella. En mi caso, las cosas como son: no había escuchado su nombre en mi puta vida. La primera vez que tuve ocasión de saber de ella fue este verano, en casa de un colega, en Barcelona. Había ido a visitarle para tomar ayahuasca, acudir a una fiesta y ponernos cerdos de todo. Al poco de llegar, vi en la mesa del salón el mencionado libro y supuse que sería un análisis literario de las letras de Robe Iniesta o alguna pollada por el estilo. Se lo comenté a mi amigo y me dijo que no, que iba sobre la teoría queer.

«¿Lo queeeeeee?», le dije.

«Si, hombre, esta peña que dice que el género no existe, que es una construcción cultural».

«¿Queeeeeeeee? Menuda gilipollez, ¿no?»

«Pues, no sé».

«¿Cómo que “no sé”? El género, tronko: las tías, los tíos, los sapos, las ranas… ¡amos, no me jodas! ¿Cómo cojones va a ser una construcción cultural? Pura biología, chaval».

«Yo qué sé, es lo que dice esa gente. Sinceramente, me la suda, yo me voy a sobar, que mañana toca madrugar».

«¿Que te la suda? Pues a mí me deja completamente descolocao… ¿Te importa si me tomo otra pasti? »

«Haz lo que quieras, capullo, pero reserva alguna para el finde».

En fin… que me comí otra rula, o dos, y me puse a ojear el libro de la menda esta. ¡Puto descubrimiento! No había leído nada igual jamás de los jamases: biomujeres, tecno-hombres; genderhackers; cyborgs sexuales; farmacopornografía; biotecnopolítica; pansexualidad transgénero; testomono… Joooder, me sentí como Alfredo Landa en Cateto a Babor: ¿estos líos se hace la banda con el tema del fucking-fucking? Pues no veas si soy básico y cafre (y así me luce el pelo, claro ja, ja, ja, ja). Pero, oye, la verdad: ¡me encantó! Es más, he de reconocer que, no sólo no me hizo daño leer a Bea, sino que fascinado me quedé con ella. Por su lenguaje, por su discurso, por su actitud y por su experiencia vital; por, por, por… por que sí. Porque me puso delante de los morros el alegato más transgresor que haya oído jamás en mi vida, con un verbo, unos argumentos y una dialéctica realmente demoledores. Un auténtico gancho pugilístico-metafísico-literario en la boca del estómago. Un puto obús lingüístico y conceptual, que, además, muy lejos de ser mera teoría, no venía sino a dar voz a una realidad, a un colectivo, a una peña cargada de… de… de… convencimiento en su forma de entender y vivir la vida en radical e insoslayable enfrentamiento con el orden social imperante. En definitiva: punk en estado puro y elevado a su enésima potencia. El último resorte de la fricción entre individuo y sociedad. ¡Qué coño fricción! Del enfrentamiento a muerte y sin concesiones ni piedad. Y todo ello contado y explicado por una zorra con la inteligencia y las dotes narrativas de un premio Nobel (perdón por lo del Nobel). Una tía con la integridad, la coherencia y la transparencia suficientes como para dinamitar el binomio hombre/mujer utilizando su propio cuerpo (o entidad bio-pisco-socio-política-sexual) como campo de operaciones y experimentación. Una tía que no es tía… ni tío… ni nada que se le parezca… sino un puto cyborg, una genderhacker de la cabeza a los pies. Y todo gracias a… la testosterona.

Te puede Interesar
Heroína y Música (I)

Bueno, pues eso, a lo que íbamos –que me voy por las ramas-: la testosterona, que es lo que nos interesa. Porque, siendo sincero, una vez que regresé a mi keli, el libro, lo que es el libro de la Preciado, no lo volví a coger; y la curiosidad intelectual al respecto de las pajas políticopornográficas del rollo queer, como que se fue diluyendo cual el pentotal en la mucosa intranasal. Vamos, que, en honor a la verdad, me olvidé del tema casi por completo (y que conste que molar, me mola, pero eso, que, fuera por lo que fuera, me olvidé de que molaba tanto). Sin embargo, mira tú por donde, que, en apenas dos o tres días, sin yo haberla demandado, ni solicitado en primera instancia, la testosterona se me presentó en bandeja, lista para ser catada… como, de hecho, lo fue: catada.

Seis sobrecitos de Testogel, administrados en una pauta de 3, 2, 1 en días sucesivos. Eso fue todo. Vamos, como fumarse un peta y no tragarse el humo, imagino. Porque, cuando uno ve lo que se meten los trans, los ciclados y los atletas, flipa en colores. Ahora bien, también es cierto que esta banda se tira tomando testo durante semanas, meses o años, y, la verdad, en mi caso, después de más de cinco lustros consumiendo drogas que te ponen en el acto, en cuestión de unos pocos segundos, a lo máximo una hora, o poco más, como que ya no estoy para tirarme semanas de consumo para notar “algo”, y menos aún, si, además, tengo que ingerir más pastillas que mi abuela, no para colocarme sino para evitar todos los posibles efectos secundarios de la droga principal: para que no me salgan tetas, para que no me salgan granos, para que no se me caiga el pelo, para que no se me encojan los huevos, para que no me reviente el hígado, para que mi organismo no deje de producirla una vez que cese la administración exógena… Demasiada movida y autodisciplina para un yonki de letras como yo, sin pretensión alguna de trabajar de portero de discoteca. Así que, lo dicho, me valía con catarla y ver, si, efectivamente, producía un cambio en el estado de ánimo («definido como más alerta, lleno de energía, enérgico, simpático o con sensación de bienestar»), pues, a fin de cuentas, el resto de efectos esperables no me interesaban lo más mínimo: mejor masa corporal magra; menor masa corporal grasa; mayor densidad mineral ósea en cadera y columna vertebral (no, no se me ha ido la pinza, sigo hablando de la hormona masculina por excelencia, no es que me haya puesto a transcribir el texto de los envases de las lonchas de pavo Campofrío); función sexual restaurada (sinceramente, visto lo ocurrido con el Ecce Homo de Borja, mejor me quedo como estoy); disfrute de la actividad sexual (¿cuál? Ha, ha, ha).

Así que nada, tomé esas microdosis durante tres días, y, por el momento, eso me bastó. Y, efectivamente, me encontré bien, de buen ánimo, como ligeramente estimulado, como más vigoroso, como si me hubiese metido un estimulante y me hubiese quedado a medias, como si me fuese a subir algo, lo cual, lógicamente se traducía en que, lo que me pedía el cuerpo, era más dosis, salir de marcha y ponerme hasta arriba de cualquier otra cosa. Imposible discernir el inevitable efecto de las expectativas; del cachondeo que traía consigo, comentarle la jugada a las amistades, y de la emoción y el orgullo derivados de haber hecho una pequeña incursión en el selecto mundo de la toxicidad aristocrática, pero el caso es que así es como me sentí. Fue algo muy sutil. Fue “otra cosa”, “distinto a los estimulantes en toda regla”, como ya me había comentado mi proveedor. Pero, fuera lo que fuera, fue. Y, mientras duró, me lo pasé de puta madre.

Llamé a una amiga y, así, a bocajarro, le solté: «Hola tronkita… que sepas que estás hablando con un auténtico machote ibérico».

Segundos de silencio sepulcral. Supongo que la tía estaría pensando si me había vuelto gilipollas perdido a raíz de una hipoxia derivada de mi penúltima sobredosis de speed… Le di tiempo para que reaccionase, pero no hubo manera, los segundos seguían pasando y la menda continuaba en shock o, al menos, fue lo suficientemente prudente como para no abrir la boca –por si acaso, imagino-. Así que, para romper el hielo, le expliqué:

«Nada, tía, que llevo dos días tomando testosterona».

Te puede Interesar
Pastillas con heroína

«JA, JA, JA, JA, ay que me meo, el Eduardín hormonao, JA, JA, JA, JA, lo que me faltaba por oír, JA, JA; JA, pero qué payaso eres, ja, ja, ja, ja».

Y a partir de ahí, pues ya pueden imaginarse ustedes el intercambio de SMS con el que anduvimos entreteniéndonos:

«Hola, gatita, ¿sigues ronroneando bajo el influjo de mis efluvios hormonales? »

«Rrrrrr, rrrrrr, miau, miau, miau… ayns, lo que yo te haría si tú te dejaras y yo me acordara de cómo se hace…»

Y como estos dos, treinta. Descojone continuo.

Como buen psiconauta, no quise salir por ahí y ponerme de otras cosas, para no “enturbiar” la experiencia. Así que me quedé en casa y me entretuve con las TICS (tecnologías de la información y la comunicación). Es decir, que me dediqué a intercambiar SMS con mi amiga y a navegar por internet. Hasta que concluí que, dadas las circunstancias, era el momento ideal para bucear en profundidad en Forocoches.com, un espacio de discusión, que, según la definición de uno de sus usuarios, es un “foro machista, retrógrado, misógino, facha, nazi, comunista, judío, masónico, islamista y alguna cosa más que se me escapa”. En otras palabras, un espacio de discusión en el que se puede conversar con lo mejor de cada casa. La tierra prometida de trolls, grillaos y de los amantes de lo políticamente incorrecto. Un sitio que cuenta con el mérito de figurar en la Frikipedia, sin que haya sido necesario inventar, desvirtuar o exagerar nada de nada: todo lo que se dice (o el 99,9%) es estricta y absolutamente cierto –y aún con esas, sigue siendo más friki y surrealista que la inmensa mayoría de las restantes entradas de la absurda enciclopedia online).

El caso es que entré en un hilo iniciado por una chica –titulado “Asunto muy serio”, o algo así- en el que la chavala contaba y pedía ayuda ante sus problemas con la convivencia familiar. Las respuestas: de migrantes (usando el léxico propio del lugar), como siempre:

«A fregar».

«¿Hace una fanta? »

«Sigue contándonos» (ironía que, traducida a roman palatino, viene a significar que no interesa lo más mínimo lo que estás diciendo).

Y demás burradas que me da vergüenza transcribir, pero que, curiosa y reveladoramente, bajo los efectos de la testosterona resulta que me parecían hasta graciosas (y seguramente aquí esté la clave del estilo y del éxito de la web).

De Forocoches pasé a Vayamierdadevida.com y me seguí deshuevando de mala manera con los contratiempos vitales de la gente:

«Tengo 22 años y mi cuerpo duda entre la adolescencia y la vejez: tengo acné y canas».

Girafo

«He decidido ponerme en forma porque mis amigos dicen que soy una nenaza y un tirillas. Me he comprado un carísimo bote gigante de proteínas para tomarlas durante la puesta en forma. No he conseguido abrir el bote».

TANT

«He descubierto que mi cyber-novia desde hace casi un año es en realidad un niñato aburrido de 14 años».

Iman

Lástima que, después de este experimento, ya se me ha pasado la tontería y he vuelto a ser la persona normal que siempre he sido. No obstante, algún día volveré a disfrutar de estos foros, pero, entonces, será a lo grande y en toda su plenitud -con, al menos, 1000 mg de testosterona intramuscular-, y es que… qué les voy a contar: ¡mariconadas, las justas!

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.