Rueda de prensa en la visita a Canadá del presidente español Pedro Sánchez. La pregunta de un periodista: “Canadá va a ser el primer país del G20 que apruebe la legalización del cannabis. ¿Sería España el segundo?”

La pregunta apenas terminaba y el gesto serio de Sánchez mutaba en risa. Tras tomarse un tiempo para responder a una anterior pregunta del periodista, Sánchez abordó la a todas luces incómoda cuestión del cannabis con suma brevedad, sin abandonar la sonrisa nerviosa:

“Yo estoy en lo que estoy, tengo ya suficientes problemas, por tanto, ahí me quedo”.

A continuación, gira presuroso el rostro hacia su homólogo canadiense, Monsieur Trudeau, quien toma el relevo con suma elegancia, permitiéndose abundar en las razones por las que Canadá decidió dar este singular paso:

“La razón por la que estamos moviéndonos hacia la legalización de la marihuana es porque hemos visto que el actual sistema no funciona, para proteger a nuestros niños o para proteger a nuestra comunidad del impacto del crimen organizado. Es por eso que hemos decidido controlar y regular la venta de marihuana, para sacar los beneficios fuera de los bolsillos del crimen organizado que en Canadá supone hasta 6 mil millones de dólares al año la venta de cannabis; y para hacer más difícil que los jóvenes puedan acceder a la marihuana, porque en estos momentos es mucho más fácil para los jóvenes en muchas partes de nuestro país comprar un porro que una botella de cerveza. Es un reconocimiento del fracaso de nuestra política de prohibición en Canadá, lo que hace que avancemos hacia algo que va funcionar mejor para proteger nuestras comunidades y nuestro país”.

Aquí llaman la atención varias cosas. La primera es el contraste entre la brevedad de Sánchez y la respuesta desarrollada de Trudeau. El primero no dice nada, se quita el muerto de encima. Ni siquiera reconoce que exista un problema, y uno muy serio, con este asunto en nuestro país. Simplemente lo elude.

El segundo, Trudeau justifica la medida, quizá sin saber que le está soltando un rapapolvo a Sánchez y a todas aquellas naciones que sistemáticamente eluden la cuestión, poniéndola a la cola, como si no existiese o no fuese algo que de verdad hubiese que abordar.

Y eso es parte del problema: la risotada que banaliza y degrada una cuestión seria, de salud pública y derechos de los enfermos, de crimen y de criminalización. La risotada que reduce el vasto asunto del cannabis a la mezquina cuestión del porro. ¿Acaso cree Sánchez en serio, y por extensión todos los políticos que miran para otro lado o que esconden el asunto en subcomisiones, que el problema del cannabis en Canadá era peor que en España?

No. Tener otras prioridades no es excusa para no abordar de una vez un problema objetivo y real, que afecta a un porcentaje muy significativo de la población y que abarca cuestiones tan serias como la salud pública, el crimen organizado, los derechos fundamentales o los recursos policiales, judiciales y penales. Lo que España está haciendo es postergar ad infinitum los nefastos resultados del fracaso de la política de la prohibición, ese fracaso que tan noblemente reconoce Trudeau y ante el cual su país ha decidido tomar cartas.

Yo y nosotros: ¿de quién es el problema?

Lo segundo que llama la atención en las respuestas de ambos presidentes es el empleo del número gramatical. Lo que para Sánchez es un yo, para Trudeau es un nosotros. El “Yo estoy en lo que estoy, tengo ya suficientes problemas” frente al “hemos visto que el actual sistema no funciona”, o al “hemos decidido controlar y regular la venta de marihuana”. Esto es muy significativo. En España los políticos siguen abordando el tema como un grano en su propio trasero y no como una metástasis en la sociedad para la cual trabajan.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.