Por José Carlos Bouso

En el artículo anterior discutimos las evidencias científicas existentes acerca del potencial de sustancias como la psilocibina o la MDA (3,4-Metilendioxianfetamina) para inducir experiencias místico espirituales, que pueden promover cambios positivos en la personalidad de los iniciados y que se mantienen en el tiempo; y cómo los autores de estos estudios consideran este tipo de experiencias de potencial utilidad en el tratamiento de algunos trastornos mentales, como son la adicción a las drogas o las situaciones de depresión y ansiedad que padecen personas diagnosticadas de enfermedades incurables y que se encuentran en fase terminal. En el presente artículo resumiremos los estudios contemporáneos sobre el tema.

El uso terapéutico de las drogas alucinógenas se remonta probablemente a los orígenes de nuestra especie. En un principio, quizás los saberes no estaban compartimentalizados, como lo están hoy, luego era difícil separar recreación de curación, de ahí que probablemente toda medicina, sobre todo, toda medicina psicoactiva, era una forma de recreación, y toda forma de recreación era también una medicina. Sobre todo porque el contexto en el que el binomio recreación/medicina operaba era siempre en un contexto de grupo, donde la comunidad en su conjunto es la que da validez a la integración grupal, que es, después de todo, el mejor indicador de salud. Al menos para aquellos “males” que no responden exclusivamente a una causa física; si bien, incluso para estos, la implicación grupal en el problema individual es ya por sí misma un reductor de angustia.

Los tiempos han cambiado, y quitando los rituales modernos, como pueden ser las raves tranceras en las que se consume MDMA y algún que otro psicodélico, o los rituales religiosos en los que se toma ayahuasca o peyote, la curación hoy día se establece en el ámbito privado en relación terapéutica entre el médico y/o el psicoterapeuta, y el paciente.

Dentro de este contexto es donde nació, a mediados del siglo pasado, la llamada psicoterapia psiquedélica. Ya se había descubierto la LSD y los psiquiatras la utilizaban como fármaco psicotomimético para entender mejor la fenomenología de la esquizofrenia. Humphry Osmond, un psiquiatra británico afincado en Canadá experto en alcoholismo, había observado que muchos alcohólicos dejaban la bebida después de que hubieran experimentado los terrores del delirium tremens, esto es, el síndrome de abstinencia alcohólico. Así que pensó que quizás, induciéndoles un delirium tremens artificial administrándoles altas dosis de LSD, los pacientes podrían experimentar los mismos pavores, ahorrándoles los males fisiológicos y psicológicos intrínsecos al delirium tremens natural, y así quizás podrían abandonar la adicción al alcohol. La sorpresa que se llevó Osmond cuando empezó a administrar LSD a sus pacientes alcohólicos fue que la mayoría de ellos, lejos de tener una experiencia terrorífica como él suponía, atravesaban por una experiencia místico espiritual como consecuencia de los efectos de disolución de los límites de la personalidad que inducen las dosis altas de LSD administradas en un contexto controlado, tal y como vimos en el artículo anterior sobre que puede hacer la psilocibina administrada por manos expertas en el contexto adecuado. Desde entonces, la psicoterapia con LSD y con otros psicodélicos se fue ampliando a un grupo cada vez más numeroso de patologías psiquiátricas y de problemas psicológicos que iban desde los trastornos obsesivos hasta el alivio de la angustia que experimentan muchos pacientes que se encuentran en fases terminales de su enfermedad. Incluso fue utilizada por el famoso psiquiatra holandés Jan Bastiaans para el tratamiento del llamado “síndrome de campo de concentración”, que hoy sería una de las muchas expresiones que adoptaría el Trastorno de Estrés Postraumático[1].

Desde la interrupción más o menos abrupta en los años 70 de la investigación con terapia psiquedélica hasta fechas recientes, no se había vuelto a realizar ningún estudio científico en el que se tratara de probar la eficacia de un psiquedélico para el tratamiento de algún trastorno psiquiátrico o problemática psicológica. De hecho, a día de hoy, tan solo existe un estudio publicado al respecto, si bien hay alguno que otro actualmente en marcha. Casi todos para el tratamiento de la ansiedad y la depresión en enfermos con cáncer terminal. En este estudio[2] se administró psilocibina (0,2 mg/kg) y un placebo activo (niacina, un fármaco que “imita” los síntomas físicos de la psilocibina pero que carece de efecto psicológico) de manera aleatoria y separado cada tratamiento por dos semanas, de tal forma que cada paciente hacía de su propio “control” y, así, poder comparar los efectos de los dos fármacos en términos de seguridad fisiológica, además de la eficacia en el largo plazo sobre los síntomas de ansiedad y depresión, para lo cual se utilizaron cuestionarios psicométricos utilizados habitualmente en clínica y en investigación para evaluar síntomas de depresión y ansiedad. Este artículo se publicó en septiembre de 2010 en una prestigiosa revista psiquiátrica y dio lugar a titulares del tipo: “Hongos alucinógenos son efectivos en el tratamiento del cáncer”[3]. Uno de los autores principales del estudio incluso escribía en la prestigiosa revista de divulgación Scientific America (publicada en España como Investigación y Ciencia): “Aunque el estudio fue demasiado pequeño como para arrojar conclusiones definitivas, fue alentador: los pacientes mostraron disminución de la ansiedad y les incrementó el estado de ánimo, incluso meses después de la sesión con psilocibina. Al igual que ocurrió con estudios realizados hace años, los pacientes también refirieron menos miedo de cara a impedir la muerte” (traducción mía del original)[4]. De hecho, debido a la publicidad mediática que ha recibido este estudio, entre la comunidad psiquedélica ha vuelto a circular la información alentadora de que hay un estudio que demuestra que la psilocibina es eficaz para el tratamiento de la depresión y la ansiedad en enfermedades terminales, tal y como uno mismo puede comprobar si se toma la molestia de bucear un poco por los foros y los facebooks frecuentados por iniciados…

Si bien no se puede decir que nada de esto no sea cierto, también se puede decir que es un poco falso. No es, en definitiva, ni más ni menos, que publicidad, por no decir propaganda, que han lanzado los autores y amigos de los autores al mundo para autopromocionarse ante unos datos que, en el mejor de los casos, lo que se puede decir es que son un poco débiles. Veamos qué es lo que hay publicado exactamente en el artículo en el que se publican los resultados. Como se ha dicho, se administró, a forma de doble ciego, una dosis de 0,2 mg/kg de psilocibina y se compararon los efectos fisiológicos con un placebo activo (niacina). Efectivamente, tal y como han explicado los autores, tanto en su artículo como en los artículos periodísticos y de divulgación que se han hecho eco de este estudio, la psilocibina se mostró segura para los pacientes. Se tomaron medidas de tolerabilidad como fueron presión arterial y frecuencia cardiaca, y si bien hubo incrementos, comparado con placebo, ambas mediciones fueron modesta y transitoriamente incrementadas por la psilocibina, si bien entre parámetros carentes de riesgo. De hecho, la monitorización cardiovascular constante a la que estuvieron sometidos los pacientes no arrojó síntomas de cardiotoxicidad. La divergencia entre lo difundido mediáticamente y lo publicado científicamente aparece en relación a la eficacia para reducir las medidas de ansiedad, de depresión y de estado de ánimo. El estado de ánimo se evaluó con una escala llamada POMS y si uno va a las gráficas publicadas en el artículo, ve que hay una tendencia a la baja entre el día previo a la administración de psilocibina y a las 6 horas, 1 día después, 2 semanas después y los meses 1, 2, 3, 4, 5 y 6, tras la administración. Esto es, que una tendencia es sólo una tendencia: no hay diferencias “reales” (estadísticamente significativas) antes y después de las sucesivas mediciones. Si vamos a las mediciones de ansiedad, sólo hay disminuciones en el mes 1 y 3, y solo de uno de los dos tipos medidos de ansiedad, conocido como “ansiedad rasgo”, esto es, el tipo de ansiedad más estable a lo largo del tiempo y de las situaciones, no encontrándose diferencias en la “ansiedad estado”, esto es, la que depende más de la situación concreta en la que se encuentra la persona. Ni un día después de la sesión con psilocibina, ni en los meses 2, 4, 5 y 6, hay disminución de la ansiedad “rasgo” y la “estado” no disminuye en ningún punto temporal. Estas fluctuaciones en ansiedad “rasgo” son difíciles de interpretar, pero lo que arroja claramente (y como obvia interpretación) es que no hubo una disminución ni permanente ni estable de la ansiedad en los pacientes. Si por fin nos vamos a las mediciones de depresión, nos encontramos que solo hay una disminución estadísticamente significativa al sexto mes después del tratamiento. Por cierto, de los 12 pacientes que iniciaron el estudio, solo 8 completaron los 6 meses de seguimiento, 11 los cuatro primeros meses y los 12 iniciales los 3 primeros meses. En resumen: no hubo disminución objetiva del estado de ánimo desde que se administró la psilocibina hasta los 6 meses de seguimiento, hubo una disminución en los meses 1 y 3 de la ansiedad “rasgo”, la ansiedad “estado” no se modificó a lo largo del tiempo y la depresión solo disminuyó al sexto mes, cuando 4 de 12 pacientes habían tristemente fallecido. No es objeto, ni mucho menos, de este artículo, ensañarse con unos resultados cuando menos modestos de un estudio piloto pionero y valiente en el ámbito de la psicoterapia psiquedélica. Sólo es una advertencia a la moderación para los entusiastas. Si empezamos pronto a promulgar la eficacia contrastada de estudios con resultados más que modestos, de nuevo, como ya ocurrió en el pasado, corremos el riesgo de perder credibilidad frente a la comunidad científica. Los autores del estudio escriben, en su artículo científico, que los resultados modestos encontrados pueden deberse a lo pequeño de la muestra (cosa que puede ser cierta, dadas las tendencias observadas en las mediciones es posible que con una muestra mayor los resultados podrían haber sido más espectaculares, no lo sabemos). También a que se utilizaron dosis bajas. De nuevo, es cierto que de haber utilizado dosis más altas los resultados hubieran sido otros. Tampoco lo sabemos. Lo que sí sabemos es que este estudio estaba diseñado para evaluar seguridad de la psilocibina en enfermos en fase terminal y que eso efectivamente sí se demostró. Lo que no sabemos es por qué se ha querido dar tanta publicidad a una eficacia que no es tal cuando hubiera sido más honesto publicitar lo que se encontró: que es un fármaco que se muestra seguro en una población fisiológicamente muy debilitada, un hallazgo ya lo suficientemente importante por sí mismo. De hecho, al menos hay ahora mismo otros 3 estudios en los que, con dosis más altas, se está investigando la eficacia de la psilocibina para el tratamiento de la ansiedad y de la depresión en enfermos terminales, precisamente por la capacidad demostrada de la psilocibina para inducir experiencias cumbre y poder ayudar a este tipo de pacientes a afrontar las fases finales de su vida. También hay un estudio terminado con los mismos objetivos con LSD, y que actualmente está en fase de análisis estadístico de los resultados. También hay un estudio en marcha con psilocibina para tratar la adicción a la nicotina. A medida que estos estudios se vayan publicando los iremos comentando en esta misma sección.

El otro estudio estrella sobre psicoterapia psiquedélica publicado recientemente es el que ha investigado la eficacia y la seguridad de la MDMA en el tratamiento del Trastorno de Estrés Postraumático en personas refractarias a tratamientos convencionales y para las cuales los tratamientos previos han fracasado. Pero esta historia la dejaremos para el próximo número de esta sección. Hasta dentro de dos meses.

 


[1] Una revisión detallada de la historia de la investigación en terapia psiquedélica, así como de las investigaciones modernas realizadas a fecha de 2007 puede encontrarse en: Bouso JC y Gómez-Jarabo G (2007): “Psicoterapia e investigación clínica con drogas psicodélicas: pasado, presente y futuro”. En: J.C. Aguirre: Cartografías de la experiencia enteogénica. Madrid: Amargord, pp:

[2] http://www.maps.org/w3pb/new/2010/2010_Grob_23136_1.pdf

[3] http://pijamasurf.com/2010/09/hongos-alucinogenos-son-efectivos-en-el-tratamiento-del-cancer/

[4] http://www.maps.org/media/ScientificAmerican-2010_copy.pdf

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.