Este país se encuentra entre los cinco principales productores de resina de cannabis del mundo y el líder de los drusos libaneses pide despenalizar el trabajo en este campo

Un agricultor en un campo de cultivo de cannabis en el Líbano

Walid Jumblatt, el carismático líder de la comunidad drusa libanesa y jefe del Partido Socialista Progresista libanés, vuelve a llamar en su país a la legalización del cultivo de la marihuana. En su cuenta de Twitter, el político druso pedía el pasado sábado la despenalización que pende sobre las plantaciones de cannabis y los agricultores encargados de las mismas. «Es tiempo de permitir el cultivo de la marihuana y de dejar de emitir órdenes de arresto contra las personas que trabajan en este campo», escribió Jumblatt.

El jefe de los drusos, se estima que la comunidad drusa en el mundo podría alcanzar el millón de fieles, de los cuales unos 300.000 estarían en el Líbano, ya causó un enorme revuelo en mayo cuando apoyó de manera firme el cultivo de la marihuana como medio de vida y subsistencia de muchas familias libanesas. «Nunca en mi vida he fumado marihuana– aseguró un Jumblatt sobre el que durante los años de la guerra civil (1975-1990) corrían toda suerte de rumores en torno a sus aficiones a las drogas y al alcohol- pero estoy a favor del uso del cannabis con fines médicos y para ayudar a mejorar las condiciones de vida de los granjeros en el norte del Líbano y en el valle de la Bekaa». «Legalicemos la marihuana y regulemos su cultivo» dijo entonces el controvertido político.

Lucrativo negocio

El cultivo de marihuana ha vuelto a convertirse en los últimos años en una lucrativa fuente de ingresos para los agricultores libaneses, especialmente en las regiones deprimidas de Akkar o del valle de la Bekaa, después de que en los 90 el gobierno libanés comenzara la destrucción de las plantaciones debido a las presiones internacionales recibidas.

La quema de cultivos y las campañas de erradicación de la droga, antes anuales, se han detenido ahora por completo desde que el ejército y las autoridades libanesas tienen preocupaciones más acuciantes en lo relativo a la guerra en la vecina Siria y a la protección de sus inestables fronteras.

El cambio de prioridades del gobierno es evidente, sobre todo, en el fértil y privilegiado valle de la Bekaa, fronterizo con Siria, donde la marihuana ha vuelto a florecer. En la zona no han sido raros los enfrentamientos entre los poderosos clanes familiares, armados hasta los dientes, que controlan los cultivos y las fuerzas de seguridad.

Además, los programas de sustitución de cultivos implementados por el Ministerio de Agricultura en colaboración con la ONU y otras organizaciones internacionales no han arrojado los resultados esperados y los agricultores apuestan de nuevo por una planta especialmente adecuada para el clima seco de la región. Hoy en día, con la economía libanesa cada vez más hundida y perjudicada por la guerra en Siria, el cultivo ilegal parece la única forma de obtener ingresos para muchos residentes. De hecho, los últimos datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, de 2011, sitúan a Líbano entre los cinco mayores productores de resina de cannabis del mundo.

 A la defensa de los propios agricultores solicitando la legalización, se suman voces como las de Walid Jumblatt o las del economista libanés Marwan Iskander, quien calcula que la legalización de la planta supondría una inyección de 400 millones de dólares para las arcas públicas y 2.000 millones de dólares para la maltrecha economía libanesa. Hasta el líder de uno de los clanes de la droga más famosos del país, Noah Zoaiter, declaró hace unos años: «Haced legal la marihuana y el hachís durante seis meses y pagaré entera la deuda del Líbano».

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.