• Manjón-Cabeza, que también fue magistrada de la Audiencia Nacional, considera que el prohibicionismo “es la peor de las opciones”
  • “Trabajar al otro lado fue una gran ventaja. Conocí los estragos de la represión y me di cuenta de que nunca se alcanzaría un mundo sin drogas, pero por intentarlo pagamos un precio altísimo”
  • “En muchos lugares se huye de los postulados represivos, pero en España la ley vigente ha multiplicado las conductas sancionables hasta el absurdo”

A Araceli Manjón-Cabeza, exdirectora general en el Plan Nacional Sobre Drogas y exmagistrada de lo Penal de la Audiencia Nacional, actualmente profesora titular de Derecho Penal en la Universidad Complutense de Madrid, vivir la lucha contra las drogas desde el sistema le cambió la perspectiva.

“Vi que por muchos esfuerzos que hiciesen policías y jueces resultaría imposible frenar significativamente el tráfico y el consumo”, explica. Según su visión, el prohibicionismo es “la peor de las opciones” y solo favorece a los narcotraficantes. Por eso aboga por la legalización de todas las drogas, aunque con diferentes niveles de reglamentación.

Usted aboga por la legalización como solución al problema de las drogas. ¿Cuáles son sus argumentos?

Fundamentalmente son dos. El primero se refiere a que la prohibición ha fracasado en su meta de conseguir un mundo libre de drogas. Muy al contrario, cada vez hay más drogas, más variadas, más potentes, más baratas y más disponibles para cualquiera, menores incluidos.

En segundo lugar, la prohibición y la guerra desatada para intentar sostenerla han provocado enormes daños sociales: venenos y sustancias adulteradas, el crack, el basuco, el paco y otras tantas porquerías, que ha generado la represión, con un consiguiente incremento de los daños a la salud; el poder que se le ha dado al crimen organizado, regalándole un negocio muy lucrativo; la violencia con la que se conduce ese tipo de criminalidad y la corrupción que provoca, comprando voluntades públicas y privadas y desestabilizando a ciertos estados; la represión desmesurada que se ha aplicado en todo el planeta a consumidores, agricultores por subsistencia, pequeños traficantes o mulas. Todos estos efectos colaterales permiten afirmar que la prohibición es la peor de las opciones.

¿Todas las drogas, incluidas las duras?

De entrada, no debe descartarse ninguna. Una política de férrea reglamentación estatal debe intentar dejar fuera del mercado las drogas más venenosas, las que son hijas de la prohibición.

Debemos recordar que ya hace muchos años  Milton Friedman advirtió que el crack y la epidemia que causó fueron posibles porque la cocaína estaba prohibida, y creo que llevaba razón. Por otro lado, cada sustancia puede tener un distinto régimen de reglamentación. Así, para el cannabis, me parecen admisibles los sistemas de acceso y dispensación que ya funcionan en Uruguay y en varios estados de EEUU. Pero tratándose de la heroína, yo optaría por someterla a dispensación en hospitales.

¿Hay datos que establezcan cómo afecta la legalización al consumo?

Hay pocos datos sobre el particular, porque la experiencia es poca o muy reciente. Sin embargo, existen estudios que afirman que la reglamentación en Uruguay no ha incrementado el consumo. Lo mismo puede decirse de sistemas en los que se ha pasado de encarcelar al consumidor a tratarle, por ejemplo, en Portugal a partir del 2000.

Si no me equivoco, antes tenía una opinión contraria e incluso trabajó en el otro lado.  ¿Le hizo cambiar de opinión las cosas que vio durante aquella etapa o fue una evolución natural independiente?

Cierto, fui directora general en el Plan Nacional sobre Drogas y magistrada de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. Vi en primera fila cuáles eran los efectos secundarios de prohibir, por ejemplo, los estragos de la heroína en España. Y también vi que por muchos esfuerzos que hiciesen policías y jueces resultaría imposible frenar significativamente el tráfico y el consumo.

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Además, entendí lo injusta y absurda que resultaba la política de drogas que salía de Naciones Unidas y se imponía a todo el planeta. El consenso represivo y la euforia de los que sostenían las bondades de la Prohibición llevaron al organismo a afirmar en 1998 que en 10 años se habrían acabado las drogas en todo el planeta. Esas palabras salieron de la boca del entonces secretario general, Kofi Annan.

¿Hubo algún punto de inflexión?

Llegó 2008 y no solo no habían desaparecido las drogas, sino que cada vez había más oferta y más variada. Hay que tener en cuenta que la química no tiene límites y para comprobarlo es suficiente repasar la lista de drogas de síntesis, las que hay y las que aparecen continuamente. Y Kofi Annan, tras profetizar que llegaría el fin de las drogas y ver que no llegó, cambió sus planteamientos. Hoy es una de las voces más autorizadas de la Comisión Global de Políticas de Drogas, junto a exjefes de Estado, premios Nobel y políticos de gran talla internacional. Todos ellos exigen el fin de la prohibición y su sustitución por un sistema no represivo que apueste por la regulación.

Para mí, trabajar en el otro lado fue una gran ventaja. Conocí desde dentro los estragos de la represión. Me di cuenta de que nunca se alcanzaría el “mundo libre de drogas”, pero que por intentarlo el mundo estaba pagando un precio altísimo. A partir de esas experiencias y tras varios años de estudio y observación en el terreno, fundamentalmente en Latinoamérica, empecé a preconizar el cambio de rumbo.

¿Se podría establecer alguna equivalencia con el alcohol y la ley seca?

Claro, es el único modelo que tenemos suficientemente estudiado por razón del tiempo transcurrido y sabemos qué pasa cuando se prohíbe una sustancia y qué ocurre cuando se levanta la prohibición y se reglamentan la producción, venta y consumo. Se pasa del mayor de los desastres a un régimen más seguro. Donde antes mandaba el crimen organizado, después manda el Estado. El Estado puede controlar la calidad, hacer políticas disuasorias y preventivas y proteger a los menores. Los delincuentes no hacen nada de esto.

¿Qué consecuencias ha tenido el prohibicionismo?

Además de las ya señaladas, hay que tener en cuenta que la guerra contra las drogas ha permitido que los EEUU se paseasen por los territorios de sus vecinos del Sur de forma hegemónica, violando su soberanía nacional y obligándoles a un combate siempre librado en Latinoamérica, que es la que ha puesto toda la sangre.

En resumen, unas relaciones internacionales totalmente asimétricas. Por otro lado, el coste en daños a los derechos humanos es elevadísimo: penas desproporcionadas, métodos de investigación excepcionales, personas encarceladas por llevar un porro en el bolsillo, daños al medio ambiente y desplazamientos forzosos como consecuencia de los procedimientos utilizados en la erradicación, limitaciones en la investigación científica y en el uso de sustancias, que están prohibidas, pero que tienen valor terapéutico.

España ilegalizó las drogas siguiendo los postulados mundiales (ONU, EEUU). Sin embargo, ahora la tendencia mundial está girando, pero la de España se mantiene o endurece. ¿Por qué?

España ha seguido siempre los dictados de Naciones Unidas, pero en los años duros de la heroína asumió políticas más eficaces y más humanas que las que imponía el concierto internacional. Se optó por la reducción de riesgos y daños, por más que tal opción estaba demonizada.

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Además, hay que recordar que en España el consumo nunca ha sido delito y que hasta 2013 hubo una considerable permisión fáctica con las asociaciones de consumidores de cannabis. Esta permisión hoy se ha acabado por la acción de la Fiscalía General del Estado y del Tribunal Supremo. Por otro lado, la anterior Ley de Seguridad Ciudadana de 1992 sancionaba administrativamente las conductas de consumo en lugar público y de permisión del consumo, pero la vigente ley de 2015 ha multiplicado las conductas sancionables hasta el absurdo. Se confirma así una deriva regresiva respecto de momentos anteriores. Es obvio que vamos contra corriente: en muchos lugares se está viviendo la tendencia contraria, la que huye de los postulados represivos.

¿Cree que hay grupos de interés pro prohibicionismo, más allá de los narcos que se lucran con él?

Seguro. Son muchos los que viven de la prohibición y de la represión. Recordemos que en California cuando se planteó hace unos años la regulación del cannabis, se alzaron contra ella los proveedores de material para las cárceles; normal, si el consumo deja de ser delito, las cárceles se vacían. A pesar de todo, desde noviembre de 2016, la marihuana recreativa está legalizada en California, al igual que en otros siete estados. Por lo que se refiere al cannabis terapéutico, son 25 los estados que lo regulan.

¿Está banalizado el consumo de drogas, como denuncian algunos prohibicionistas o asociaciones de lucha contra las drogas?

En determinados sectores, especialmente entre jóvenes, puede tenerse una baja percepción del riesgo que supone el consumo de cannabis y de ciertas sustancias de síntesis. Respecto de las otras drogas, no es así. Es más, la parafernalia prohibicionista ha exagerado las consecuencias de consumir algunas drogas y, a la vez, ha ocultado los beneficios médicos de otras, dificultando con ello el desarrollo de la investigación científica y, en última instancia, el derecho a usar cualquier sustancia que alivie o cure. Este que acabo de señalar es otro de los daños colaterales de la prohibición.

Es evidente que las drogas son peligrosas, como el tabaco o los coches, y por eso hay que regularlas y no dejarlas en manos del crimen organizado. También es evidente que lo que hace más peligrosas a las drogas es, fundamentalmente, su prohibición y no tanto su composición química. Y también es evidente que las drogas pueden curar la enfermedad o paliar sus efectos, por eso hay que regular un acceso seguro. Los enfermos no deberían sumar a sus males el de acudir al mercado negro en busca de alivio. Esto es inhumano.

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Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.