Me llamo Carola Pérez, tengo 35 años y llevo a mis espaldas once operaciones, la última una neurocirugía: cuarenta puntos en la espalda por cuatro sitios diferentes. Hasta hace un mes llevaba dentro de mi espalda dos neuroestimuladores con cables a los nervios de la espalda en la zona sacra. Pero he decidido poner fin a todo esto para vivir de otro modo. Y la marihuana ha sido de gran ayuda.

Mi historia comienza a los once años veraneando con mis padres en la playa. Me fui con los patines a un skatepark y me caí desde lo alto. Muy alto. Como no quería que me riñeran, porque era muy trasto, estuve callada un par de meses. Con el coxis roto. Al ver que no mejoraba, fuimos al médico y nos comentaron que era una rotura complicada, el hueso astillado y pinzaba el nervio ciático. Intentaron de todo: me infiltraban en el hueso, rehabilitaciones, pero nada. Siete años probando de todo para intentar salvar el hueso, sin resultado.

En 1996 me lo quitaron, y eso me dejó secuelas importantes permanentes. Siempre he vivido con dolor. No recuerdo ni un momento de mi vida, del tipo que sea, sin dolor.  De hecho, no imagino cómo se debe vivir sin dolor y levantarte sin tener que tomar medicación porque si no, a las pocas horas, comienza el hormigueo en forma de síndrome de abstinencia. De este síndrome, por desgracia, conozco algo y mi modo de vida (desde los 17 años en el mundo de la música) no ha ayudado.

Una vez operada, como el dolor no mitigaba y mi rutina aumentaba (de lunes a viernes en oficina de management y de viernes a domingo de gira), en una de las unidades de dolor de un hospital madrileño comenzaron a subirme las dosis de medicaciones. Cada semana algo nuevo. Añadían, quitaban. Hasta llegar a catorce pastillas diarias. Morfina pura, antiinflamatorios, antidepresivos, antipsicóticos, benzodiacepinas… Seguía trabajando -el cuerpo se hace a todo y mi nivel de tolerancia es alto- pero me sentía cada vez peor por la hipermedicación. Y el dolor seguía.

Quería morir, había momentos que quería morir. Entonces me tocaba ir de bolo y me encontraba mejor. Escuchaba mis canciones tristes favoritas, y cogía fuerza (lo sigo haciendo). Mis padres y yo decidimos abandonar aquella locura medicinal a la que me tenían sometida. Nos dimos cuenta de que es una barrabasada lo que hacen con los enfermos de esclerosis, cáncer, fibromialgia o ansiedad. Nos sedan a tope, con el consecuente daño a los órganos internos del cuerpo, como el hígado o el riñón.

Mi síndrome de abstinencia fue horrible. Quitarse la morfina es una de las cosas más duras que me han ocurrido en la vida, pero también una lección de vida. No sólo la morfina es el problema, sino todas las medicaciones sumamente dañinas para el cuerpo y que nublan la consciencia. Creo que nadie es consciente de cuántos yonquis de farmacia andan por las calles, conducen coches, llevan al colegio a sus hijos y toman decisiones bajo los efectos de opiáceos y váliums que consumen como si fueran caramelos de menta. 

Me aconsejaron colocarme unos neuroestimuladores que enviaban una señal al cerebro (desde los nervios dañados) para poder bajar ese 7 EVA (el EVA es cómo se mide el dolor, del 1 al 10) a un 5 diario. Bajaban un poco el dolor, pero tenía otros efectos y me llevaron ocho veces al quirófano para retocar si se soltaba un polo o había que cambiar una pila. Un infierno. Me llevaba mis discos, porque me operaban despierta, y regalaba una copia al anestesista, el neurocirujano y el resto del equipo, que ya son parte de la familia. Pasar por un quirófano se ha convertido en algo habitual pero, si todo va bien, solo me queda una intervención y habremos reconstruido bien todo.

Durante el proceso de deshabituación de la morfina y las medicaciones probé la marihuana en infusión, y desde entonces he notado una mejoría brutal. Ha sido un proceso lento y he trabajado muy duro. Los beneficios del cannabis los noto no sólo a nivel físico (me ayuda a paliar el dolor, me abre el apetito, y me ayuda a dormir bien) sino a nivel emocional a la hora de hacer mis meditaciones antes de irme a la cama. También ayuda con la ansiedad y durante el proceso introspectivo de asimilación de todo este calvario que acumulo desde hace años, día tras día.

Lo que a mi me ha costado años de terapias y miles de horas de estudio, por fin da resultado. Lo compruebo al coordinar el gabinete terapeútico de MadFAC (federación madrileña de asociaciones cannábicas), en colaboración con La Santa Le Club, asesorando a enfermos que no quieren seguir ese mismo camino de millones de pastillas, y optan por un estilo de vida más sano. No sólo mediante la marihuana, sino yoga,  meditación y la propia música como terapias que empleamos a diario.

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Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.