Terminábamos el artículo anterior haciendo alusión a los locos años de “la movida” ochentera y al enloquecido y salvaje desmadre del que disfrutaron quienes la vivieron y que, como decíamos, nadie tiene problema en admitirlo, si acaso, al contrario. Sin embargo, en el caso concreto de la heroína, la cuestión es bien distinta.

por Eduardo Hidalgo

Fabio McNamara afirma que «a principios de los años 80 meterse un pico era una práctica “normalizada” en determinados sectores», pero no tarda mucho en añadir que «no soy quien para hablar de vidas ajenas. No es mi estilo». Como parece no ser el estilo de nadie. De tal manera que, el secretismo y el oscurantismo han dejado vía libre a los mitos urbanos y a las leyendas del rock, de modo que el profano se ve incapacitado para conocer el alcance real de la extensión del consumo, pues las contradicciones y la desorientación son tan grandes que no hay quien sepa a qué atenerse. Como muestra valga el caso de las defunciones de artistas conocidos, tema en el que no ha sido raro insistir en achacar al caballo algunas muertes producidas, por ejemplo, en accidentes de circulación, mientras que se ha persistido en correr un tupido velo sobre otras que guardarían una estrecha relación con el uso de heroína. Así las cosas, cabría suponer que, aun cuando en determinados ambientes esta sustancia contase con una presencia considerable, como en el entorno de McNamara y Almodóvar (de hecho, en las primeras películas del cineasta manchego, las alusiones al jako son casi de rigor), en términos generales su implantación probablemente no llegase a tanto. Ésta es, de nuevo, la opinión de Alejo: «Se habla mucho de la heroína, pero tanto entonces como ahora su uso ha sido muy minoritario. Lo que más se consumía eran porros, anfetas de farmacia, tripis y las añoradas mescas valencianas». Seguramente ese fuera el caso: un uso minoritario pero muy ruidoso, evidente. Conocido por todos. Como de todos eran y son conocidos algunos grupos y cantantes que lograron compatibilizar sus deseos de destacar en la música a la vez que se dedicaban de lleno al jamareo. Los más célebres y renombrados serían Antonio Vega y Enrique Urquijo (este último de Los Secretos). De ellos vendría a decir lo siguiente el líder de los Ilegales, Jorge Martínez: «La gente de grupos llorones y los que iban a conciertos anti-droga, al final resultaron ser mucho más viciosos y han caído como moscas. En cambio, los que confesamos que hemos llevado una vida peligrosa nos mantenemos de miedo. Aquí estoy yo: 1,87, 80 kilos de musculatura. ¡Me veo muy bien!». Un milagro clínico, como dicen algunos. Otros, tan poco llorones como él y que jamás pisaron un concierto anti-droga, no tuvieron tanta suerte. Es el caso de algunos grupos punkis entre los que la heroína terminó haciendo estragos, especialmente entre las filas de lo que vino a llamarse rock radical vasco: R.I.P., Cicatriz y Eskorbuto son algunos ejemplos de bandas diezmadas por el caballo en los años noventa. El testigo sería tomado, hasta el momento con mejor suerte, por usuarios y ex-usuarios declarados como Josele de Los Enemigos, Robe Iniesta de Extremoduro y otros tantos que, en un alarde del estilo al uso, no mencionaremos; y es que somos conscientes de que aquello de decir «¡yo lo sé, yo lo sé, pero no te lo voy a contar!», más allá de cuestiones éticas, genera mucho morbo y una autosatisfacción de la que no nos vamos a privar.

Todavía dentro de la música española o más bien en la música española por excelencia, el flamenco y sus derivados, la heroína tendría tiempo de cebarse en esos mismos años y en los venideros con los cantaores, bailaores y guitarristas con mayor duende y talento, desde Los Chichos a Camarón, el cual compartía con los Rolling el privilegio de que, en sus conciertos, en lugar o además de tirarle flores, sujetadores y bragas, los fans le hacían llegar papelinas de jamaro. Y es que, en palabras de Luis Cle, «el sentimiento yonki de la pena jonda» parece estar hecho a medida de la ética y la estética flamenca.

Black Sabbath 1970

Recapitulando, podríamos decir que, ciertamente, no existe un género musical yonki y que los consumidores de caballo no se adhieren de forma especial a un tipo u otro de música: los payos que acuden a comprar a los poblaos canturrean las canciones de Los Chichos, mientras que los gitanillos que les sirven escuchan rap y los kunderos que les devuelven en coche a sus barrios se deleitan con Beyoncé. No obstante, si tenemos en cuenta la variedad de estilos musicales en los que la heroína ha tenido una presencia destacable y significativa y si consideramos el calibre de los artistas que la han venido usando a lo largo de la historia del rock y sus derivaciones, cabría considerar también que, con toda seguridad, de no haber existido el caballo, la banda sonora de los últimos setenta años habría tenido una melodía bien distinta. Existen decenas de músicos que le han dedicado canciones, decenas que la han consumido y decenas que se han consumido con ella. También ha habido hordas de usuarios de heroína entre el público y los oyentes de las más diversas bandas, y muchos de ellos, como apuntaba Manolo, de Comando, la tomaban, al menos en parte, para tratar de emular el glamour de sus ídolos en aquello en lo que buenamente podían, que generalmente no iba más allá de poder pillarse sus mismos colocones.

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Éste sería, no obstante, uno de los pocos cargos de los que se podría acusar al mundo del rock en relación a la promoción del uso de esta sustancia, pues, aparte de unos pocos casos puntuales, el mensaje que la música popular ha venido emitiendo sobre el caballo difiere bien poco de aquel «la droga mata» del que tanto han abusado las instituciones preventivas.

Así viene a demostrarlo, al menos, un estudio de John Markert en el que se analiza el tratamiento que las distintas drogas ilegales (desde la marihuana al crack) han recibido en la música de las últimas cuatro décadas. En contra de la antigua y extendida idea de que el rock n’roll (así, en genérico) vendría a divulgar e inculcar comportamientos inapropiados y antisociales entre la juventud, el autor concluye que la música popular puede tener un marcado carácter prosocial, en el sentido de ofrecer a sus oyentes modelos de conducta y de interpretación de la realidad que suelen considerarse como beneficiosos y positivos por el pensamiento imperante en la sociedad. El caso del tratamiento de las drogas no sería una excepción, y lo que Markert viene a demostrar es que, en general, su consumo es abordado desde un punto de vista negativista, centrado en los riesgos y los problemas y claramente enfocado hacia la abstinencia. En lo que respecta a la heroína, el autor analizó 107 canciones que la mencionaban expresamente, constatando que, según su opinión, el 100% focalizaba su atención en los efectos más destructivos y devastadores, de modo que difícilmente pueden albergarse dudas sobre cómo interpretar el mensaje. Es más, el estudio viene a detectar un recrudecimiento del discurso anti-heroína en las letras según éstas avanzan a lo largo de las décadas de los 60, 70, 80 y 90.

Cabe decir que, aun cuando los detractores de Markert puedan ser muchos y variados, nos ha bastado hacer un pequeño repaso a distintasy renombradas canciones sobre el tema para otorgarle la razón a este último sin el menor género de dudas. En cualquier caso, a continuación expondremos unos ejemplos para que el lector pueda juzgar por sí mismo. A tal efecto mencionaremos a título ilustrativo unas pocas composiciones de habla inglesa y, posteriormente, nos extenderemos un poco más en el análisis del cancionero popular español por resultarnos a todos más cercano y conocido.

En cuanto a los temas anglosajones, transcribir unas estrofas de «Heroin», de la Velvet Underground, resulta tan obvio y esperable como ineludible. Así que mejor optemos por convertir la obligación en placer y pasemos todos a deleitarnos con algunos versos de la canción yonki por antonomasia.

Cuando me pongo un chute en mi vena
Y te digo que las cosas no son igual
Cuando estoy lanzado en mi carrera
Y me siento como un hijo de Jesucristo

 He tomado una gran decisión
Voy a destruir mi vida
Porque cuando la sangre empieza a fluir
Cuando se dispara el émbolo de la jeringa
Cuando estoy cerca de la muerte
No me podéis ayudar, tíos
Y todas vosotras, dulces chicas con vuestra dulce palabra
Podéis iros todos de paseo


Heroína, sé mi muerte
La heroína es mi esposa y mi vida
Porque una dosis en mi vena
Llega a un centro en mi cabeza
Y entonces estoy mejor que muerto

Porque cuando el chute empieza a fluir
Realmente no me importa nada
De todos los payasos de esta ciudad
Y todos los políticos haciendo ruidos locos
Y todo el mundo pisoteando a los demás
Y todos los cuerpos muertos apilados

Porque cuando el chute empieza a fluir
Realmente no me importa nada
Y cuando la heroína está en mi sangre
Y esa sangre en mi cabeza
Entonces agradezco a dios por estar tan bien como muerto
Y agradezco a dios que no me entero
Y agradezco a dios que no me importa nada

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Resulta difícil imaginar que Markert no haya tenido en cuenta esta canción en su estudio, y resulta difícil imaginar que, de haberla analizado, le otorgue un contenido prosocial. Es cierto que en ella se alude continuamente a la autodestrucción y a la muerte, pero no menos cierto es que tales alusiones se realizan desde una perspectiva muy particular, cargada de nihilismo, de modo que, en lugar de estar pensadas para generar rechazo hacia la sustancia y su consumo, tienen el cometido de hacerla sugerente y apetecible, al menos para algunas personas. De hecho, no decimos nada nuevo al mencionar que son muchos (desde artistas famosos a usuarios anónimos) los que han declarado abiertamente haber tomado por primera vez esta sustancia por la curiosidad y el morbo que les había suscitado el tema de la Velvet. Podría decirse, en consecuencia, que estaríamos ante una clarísima muestra de lo que podría denominarse exaltación de las virtudes de la heroína, si quieren, incluso, de la incitación y promoción de su consumo. Podría aceptarse, también, que este no sería el único caso y que temas de otros grupos, como The Stranglers, Sinéad O’Connor y seguramente algunos más, entrarían en esta misma categoría. No obstante, basta echar un vistazo para constatar que estos casos son más bien la excepción y que las menciones que se hacen a la muerte y a la autodestrucción empezaron a tener unas connotaciones muy diferentes bien poco después de editarse «Heroin» en 1967. Veamos a continuación, por ejemplo, qué decía en 1970 una formación supuestamente tan poco prosocial como Black Sabbath, acusados ayer, hoy y siempre de adorar al diablo y fomentar el satanismo:

Te metes la aguja

Escapas de la realidad

Oh tú, sabes que debes estar ciego

Para hacer algo así,

Estás dando un beso a la muerte

Oh, pequeño estúpido

«Hand of Doom», Black Sabbath

Un año después, en 1971, Neil Young grabaría «The Needle and the Damage Done», que con el tiempo sería versionada por grupos tan dispares como Duran Duran y The Pretenders:

Llegué a la ciudad y perdí a mi banda

Vi a la aguja llevarse a otro hombre

Ido, ido, el daño hecho.

En 1972, a su vez, era James Brown quien decía lo siguiente:

 

Cojo a mis adictos y les hago robar, pedir prestado y mendigar

Luego se buscan la vena en el brazo o en la pierna

Seas italiano, judío, negro o mexicano

Puedo hacer que el hombre más viril olvide el sexo

porque el caballo blanco de la heroína

¡te llevará al Infierno!

¡al Infierno!

¡te llevará al Infierno!

¡hasta que estés muerto!

¡muerto, hermano, Muerto!

 

«King Heroin», James Brown

Y así podríamos seguir hasta la actualidad. Lo dejaremos, no obstante, con un último ejemplo, que no es otro que el de la candorosa inocencia de «Salvation», una canción de 1996 de The Cramberries:

The Cranberries en Barcelona


Ah, ah, ah, ah

A todos los padres con noches sin dormir,
Noches sin dormir.
Aten a sus hijos en casa a sus camas,
Limpien sus cabezas.

A todos los niños con ojos de heroína,
No lo hagan, no lo hagan.
Porque no es lo que parece,
No, no es lo que se parece.

La salvación, salvación, salvación es gratis.
La salvación, salvación, salvación es gratis.

La salvación, salvación, salvación es gratis.
La salvación, salvación, salvación es gratis.

Ah, ah, ah, ah

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.