En el cultivo de cualquier planta, el primer paso es la germinación de la semilla. En general, pensamos que el trigo, la cebada el maíz y demás vegetales que se cultivan con fines alimentarios o cualesquiera otros, simplemente se esparcen por el campo en el momento adecuado y ya después con las lluvias y el sol las pequeñas plantas nacen del suelo sin mas. Sin embargo, no siempre es así, y en el caso del cultivo casero de cannabis se hace necesario un especial cuidado.

Por: Luis Hidalgo

En ocasiones existen tareas que son aparentemente sencillas y más tarde, cuando ya estamos involucrados en ellas nos damos cuenta de que la cosa es ligeramente más complicada de lo que pensábamos en un principio. Un buen ejemplo de ello es el proceso de germinación manual de una samilla de cannabis.

En la naturaleza, tras haber sido fecundada la planta y llegado el momento de la maduración, las semillas suelen caer al suelo por si mismas o bien la planta muere (el cannabis es anual) y de igual manera las semillas acaban repartiéndose por el terreno. Estas semillas o cañamones quedan en un estado latente hasta que se dan las condiciones necesarias para su germinación, lo que suele suceder tras la época de lluvias.

El agua caída del cielo produce dos efectos: uno, las semillas se entierran ligeramente y dos, se humedecen hasta el punto de disparo en el que comienza la germinación. Cuando cultivamos de forma doméstica tanto en interior como en exterior, estas condiciones debemos proporcionarlas nosotros mismos, y no siempre lo hacemos de forma adecuada.

El comienzo de la aventura

Muchos cannabicultores de exterior opinan con razón que lo más cercano al proceso natural es colocar la semilla en la tierra y a continuación realizar un riego abundante, y a partir de ahí esperar a que aparezca la plántula con sus cotiledones en la superficie. Sin embargo, esto no es lo más eficiente por una serie de motivos.

En nuestro caso, el principal es el precio de las semillas de cannabis. No nos podemos permitir un fallo de germinación cuando hablamos de 6, 7 ó 10 euros por semilla. Si el coste de estas fuera similar a las del tomate o las rosas, podríamos perfectamente asumir un cierto porcentaje de pérdidas, pero en este especial mercado, una negligencia por nuestra parte puede significar una cantidad importante de dinero tirada a la basura, sin contar con el perjuicio causado a nuestras previsiones de autoconsumo.

Es por esto, que lo ideal es germinar las semillas por algún método que nos asegure que cuando la plantamos ya se encuentra en proceso de desarrollo, vivita y coleando. Podemos utilizar distintos sistemas, pero el más sencillo y seguro es humedeciendo una servilleta, colocando las semillas en ella y cubriéndolas con otra, humedeciendo de nuevo. A continuación se introduce el paquete en una bolsa de plástico, se hincha soplando y se ata, colocándola en un lugar oscuro y que mantenga una temperatura constante de entre 20 y 22 grados centígrados. Este es un factor muy importante y que a veces se descuida sin querer, sin darse cuenta, por ejemplo, de que por la noche baja la temperatura.

El hecho de soplar e hinchar la bolsa hace que se mantenga mejor la humedad en el interior, amortigua los cambios de temperatura las primeras 24 horas y proporciona una atmósfera rica en co2 cuando comienza el proceso de germinación. Deberemos abrir la bolsa y observar el estado de las semillas pasadas 24 – 48 horas. En caso de que aún no hubieran abierto mostrando la radícula o raíz incipiente controlaremos la humedad de las servilletas remojando si es necesario, y repetiremos el proceso de soplar, hinchar y cerrar la bolsa. Dependiendo de la antigüedad de la semilla y otros factores podrían tardar más de una semana en germinar, aunque lo usual es que abran entre las 24 y las 72 horas desde que las pusimos.

Te puede Interesar
Germinación del cannabis y patologías relacionadas

Una vez las semillas abiertas, procederemos con cuidado a colocarlas en la tierra previamente humedecida a no más de 1 cm de la superficie y les daremos un nebulizado superficial con un spray en modo “gota muy fina”

El nacimiento del cotiledón

En un máximo de 24 horas más, debería aparecer por la superficie de la tierra la plántula con los cotiledones ya abiertos o con una pequeña piel que se desprenderá liberándolos. Rápidamente la plantita muestra sus primeras hojas de un solo dedo, luego de tres, luego de cinco…. En la mayoría de los casos al llegar al tercer o cuarto par como mucho, las plántulas parecen un largo y fino palo con algunas hojas. Cada cual intenta sujetarlas como puede, con una guía, apoyándolas contra algo… todo son problemas, ya que por ejemplo al regar, las plantitas se “caen” quedando tumbadas sobre la maceta. Y no digamos nada si las nebulizamos, entonces se tumban seguro, pues no aguantan el peso del agua sobre sus hojas.

Como decíamos al principio, la germinación directamente en tierra es la menos recomendada, ya que si la plántula no aparece, nunca sabremos si fue porque no germinó o sí germinó pero se pudrió la radícula o sucedió cualquier otra cosa, ya que al hacerlo así exponemos a la semilla a más agentes patógenos que la puedan afectar. Además, un error muy extendido entre los que germinan en tierra es que entierran excesivamente la semilla, que con los riegos posteriores se va al fondo de la maceta con lo que aunque el grano abra, la plántula encuentra muy difícil llegar a la parte superior para asomar sus cotiledones, y suele morir antes de conseguirlo.

Este inconveniente proporciona una de las soluciones contra el espigamiento como veremos más adelante. Si nos damos cuenta, la gente que germina en tierra tiene bastantes menos problemas en este aspecto, y sus plantas no se estiran tanto. Esto se debe a que más o menos entre la mitad y los dos tercios de la plántula están desarrollándose bajo tierra y se encuentra húmeda. De hecho, la parte subterránea acabará produciendo también raíces ampliando así el sistema alimenticio.

Diferentes estados de la germinación de semillas de cannabis

Anorexia cannábica

Cuando germinamos en cualquier otro medio que no sea directamente en la tierra, esperamos a que la simiente se haya abierto, o por lo menos que asome un centímetro o más de la radícula. El primer problema se suele producir al pasarlas al contenedor, pues solemos producir el efecto contrario al hundimiento de la semilla, esto es, la plantamos demasiado superficialmente.

Cuando se abre la semilla, lo primero que aparecen son los cotiledones. Estas dos pequeñas hojitas redondeadas no son otra cosa que un “depósito” de reserva que contiene humedad y nutrientes y sirve para alimentar a la plántula hasta que ésta tiene la suficiente capacidad de fotosíntesis como para sintetizar diferentes compuestos y en concreto las glucosas que son las moléculas que aportan energía para el intercambio radicular, entre otras cosas.

A partir de la aparición del primer par de un solo dedo o foliolo la planta comienza a alimentarse del sustrato, pero apenas tiene raíz por lo que la mayor parte de la alimentación proviene todavía de los cotiledones. La señal de que la planta tiene un sistema radicular suficiente para automantenerse es el secado y caída de los cotiledones.

Uno de los motivos básicos para el espigamiento comienza aquí. Cuando la plántula aparece, comenzamos a regarla casi siempre en demasía. Como además, seguramente la hemos plantado superficialmente, toda esa humedad no sirve para nada ya que por un lado no hay casi raíz y por otro la planta se está alimentando de los cotiledones. El exceso de humedad produce una estimulación metabólica en la parte inferior del tallo, justo por debajo de los cotiledones, aumentando la producción de auxinas por encima de lo normal e inhibiendo la generación de gibelerinas, responsables del control de la elongación entre otras funciones. Resultado: alargamiento del tallo principal.

Otro error muy común, que unido al anterior asegura el espigamiento es la exposición a luz intensa nada más aparecer los cotiledones. En este caso, activamos las funciones fototrópicas antes de tiempo. Estas funciones son las responsables de que la planta se “mueva” en busca de la luz. Como aún no existe estructura que desarrollar, lo único que la planta puede hacer es estirar su tallo. Una vez que aparece el primer par real de hojas, la distancia al nudo de los cotiledones se amplía desproporcionadamente pues el primer tramo de tallo empieza a frenar su crecimiento a favor del segundo, y así sucesivamente.

Te puede Interesar
Conservación y germinación de las semillas

Si unimos los dos factores anteriores, comprenderemos el porque del espigado que sólo nos proporciona inconvenientes y alarga innecesariamente el tiempo de crecimiento vegetativo.

Comenzando con buen pié

Para intentar solventar este problemilla, vamos a explicar una sencilla técnica que nos aliviará del crecimiento compulsivo de las pequeñas plantitas. Primero, unas normas básicas de trabajo:

Si plantamos la semilla una vez germinada, debemos hacerlo a una profundidad adecuada. Si el cañamón no ha roto, conviene enterrarlo unos milímetros. Si ya se ha abierto y muestra los cotiledones, hay que enterrar la plántula hasta la base de estos.

Una vez asoman los cotiledones, el régimen de riegos debe ser escaso. Podremos apreciar como la plántula continúa creciendo aunque haya muy poca humedad en el sustrato. Tampoco hay que dejarlo secar completamente, sobre todo si se prensó mucho al llenar la maceta, pues estrangulará el delicado tallo al secarse.

Debemos colocar las plántulas bajo luz indirecta durante los primeros días. Evitaremos focos de luz intensa con bombillas de alta presión a no ser que los coloquemos bastante lejos, lo suficiente para que no se active el fototropismo. Una buena opción es crecer la primera semana con fluorescentes de luz fría, manteniendo estos a un centímetro de las plántulas y subiéndolos según crecen. Esto evita completamente el espigamiento.

Cuando la plántula espigada ha pasado del tercer par real, el proceso de espigamiento es imposible de frenar y solo parará por si mismo. Como decíamos, aplicaremos una técnica que nos ahorrará unos centímetros de tallo.

Se trata de replantar la planta en la misma maceta tras limpiar de tierra la parte inferior del cepellón de raíces. Al realizar esta operación, recolocamos casi todo el sistema radicular en el fondo de la maceta, rellenando el nuevo espacio de tierra enterrando parte del tallo. Para ello, debemos esperar a que el sustrato no se encuentre ni muy seco ni muy húmedo, de manera que al extraer el mojón de tierra de la maceta el sustrato se separe fácilmente de las raíces.

El proceso es relativamente delicado, pero al cabo de dos o tres replantadas se le coge enseguida el tranquillo. Es fundamental que los contenedores sean pequeños, de dos litros o menos, debido a la manejabilidad, ya que debemos cuidarnos mucho de no dañar el sistema radicular. Colocamos la mano en la base del tallo y damos la vuelta a la maceta. Con la otra mano, sacamos la maceta y la depositamos en el suelo.

Ahora, con la otra mano vamos apretando ligeramente y con cuidado el sustrato y este irá cayendo, separándose del cepellón. Cuando ya vemos que pesa poco y notamos que las raíces están sueltas y no tienen bolas de sustrato, le damos la vuelta y la apartamos un momento. Llenamos unos centímetros de maceta con la misma tierra que ha caído. Esto es muy importante, pues así mantenemos el pH en el mismo valor evitando estrés adicional.

Para terminar, un riego ligero y ya tenemos nuestras plantitas listas para un crecimiento vegetativo potente y vigoroso. Saludos pues.

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.