por Guadalupe Casillas

Con anterioridad, nos habíamos aproximado en esta serie de artículos, al pensamiento psicodélico a través de la literatura, terreno en que la explícita expresión de intenciones de sus autores daba buena cuenta de la naturaleza de esta corriente de pensamiento. Retomo aquí el testigo de mi predecesor, encargado de adentrarnos en este mundo, para continuar su viaje por los derroteros de las artes visuales.

Salvador Dali A Dali Atomicus

 La esencia del pensamiento psicodélico reside en la búsqueda de conocimiento (espiritualidad, exploración de la identidad…), exteriorizando aquello encerrado en la psique. Este “método de investigación” está totalmente marcado por la exigencia de generar estados de conciencia alternos, para superar las barreras perceptivas convencionales. El uso de sustancias enteógenas facilita este proceso, ayudando a originar esos estados de consciencia paralelos. Por tanto, aunque hay quien no cree que el consumo tenga que ir obligatoriamente asociado al pensamiento psicodélico, sí es cierto que popularmente psicodelia y enteógenos comparten paquete.

La literatura, por su parte, había sido un soporte perfecto para expresar los anhelos y experiencias fruto de las andanzas por los terrenos más oscuros de la mente. Anteriormente, en esta misma publicación, se repasaban los escritos de Carlos Castaneda, por ejemplo, −acerca de su aprendizaje de formas y rituales que incluían peyote y otros enteógenos, con un indio yaqui en el desierto mexicano− o de Lewis Carroll –autor de Alicia en el País de las Maravillas, obra de referencia de la Psicodelia en la cual se desarrolla un viaje a un lugar paralelo e ilógico en el que se incluye el consumo de sustancias transformadoras−. Comprenderéis así, que las artes visuales se configuran también como soporte idóneo para representar aquello que los enteógenos revelan.

No es la primera vez que la cultura popular se hace eco de estas inquietudes. En una afamada serie norteamericana, uno de sus protagonistas entraba en trance cuando consumía heroína, vislumbrando el futuro y representándolo en sus cuadros. En inicio, sin heroína y sin trance, no había clarividencia. Sin embargo, con el desarrollo de la trama, llegaba a concluirse que ese estado clarividente del artista podía ser autoinducido sin necesidad de ninguna sustancia, siendo esta un simple pero potente detonador.

El caso de nuestro protagonista de hoy es un tanto peculiar. Salvador Dalí, a pesar de negar consumir sustancia alguna, fue bautizado por Timothy Leary −el sacerdote del LSD− y los hippies de San Francisco: primer pintor del LSD sin LSD. Aunque Dalí pronto se desvinculó de aquellos psiconautas americanos, lo cierto es que su obra demuestra compartir su interés con ellos: investigar, trabajar y expresarse en función de sus estados alternos.

Dalí era afamado representante del Surrealismo. André Breton, precursor de este estilo, publicó en 1924 El Manifiesto surrealista. En él afirmaba las máximas que perseguían:

“se propone expresar verbalmente, por escrito, o bien de otra manera, el funcionamiento real del pensamiento, en ausencia de todo control ejercido por la razón , fuera de cualquier preocupación estética o moral”

La obra de Salvador Dalí no puede encuadrarse en el arte psicodélico que se desarrolló desde mediados del siglo XX pero, como se hace obvio, el Surrealismo y el arte psicodélico parecen compartir inquietudes, como la intención de sortear las barreras de la razón. En esta línea, comentó Dalí a propósito de su obra:

“El hecho de que yo en el momento de pintarlas, no entienda el significado de mis cuadros no quiere decir que no lo tengan; al contrario su significado es tan profundo, complejo, coherente e involuntario que escapa al simple análisis de la intuición lógica“. (Conquista de lo irracional)

Como se puede observar Salvador Dalí era otro “navegante de la mente” más en su búsqueda de superar límites perceptivos. Un psiconauta más, si hacemos caso a aquellos que no creen que el pintor se abstuviera de enteógenos; o si comprendemos, como el psicólogo Dr. Ellot Cohen del Instituto británico de Psicosomanáutica, que para serlo no es necesario consumir ninguna sustancia.

Todo el espíritu surrealista estaba imbuido de esta máxima. Ahondar en el inconsciente y sacar a la luz lo más recóndito de la mente humana era el objetivo. Para ello, comentaban que era el automatismo, la guía del pensamiento sin mediación de la razón, su vía, su origen. Esta idea coincidía, y no casualmente, con el desarrollo de la psicología en el siglo XX. En 1922, Dalí había descubierto y devorado los estudios e investigaciones que Sigmund Freud iba publicando. Para entonces, el psicoanalista austriaco se había convertido en ídolo de los surrealistas.

Sin embargo, parece que el icono al que tanto se habían aferrado les había proporcionado falsas ideas. La lectura de La interpretación de los sueños (1900), de Freud, fue un gran hito en la vida de Dalí e impactó a todos los surrealistas. Adoptaron sus ideas y comenzaron a componer sus obras en base a sus sueños. Sus cuadros se plagaron de imágenes oníricas. Pero no se dieron cuenta de que habían caído en la trampa de la razón. Si bien los sueños eran manifestaciones inconscientes, el mero hecho de recurrir a la memoria o el recuerdo para plasmarlos suponía racionalizarlos, obligarlos a pasar por el filtro de la razón. Este parecía el error del Surrealismo: habían basado su trayectoria como movimiento en la anulación de la lógica, para finalmente verse perdidos en ella.

La obra de Dalí se vio plagada rápidamente de imágenes simbólicas que expresaban sus traumas, temores, anhelos y esperanzas más profundas. Movido por la influencia de las teorías freudianas, el pintor no tuvo remilgos en exhibir en su obra la problemática principal de su vida. La muerte de su hermano mayor −llamado también Salvador, antes de que el pintor naciera le generó una crisis de identidad, confundido desde niño con el fantasma de su hermano del cual se consideraba copia o incluso reencarnación−, la muerte de su madre, la ruptura de la relación con su padre, su visión de la sexualidad…

Hormigas, langostas, cajones, huevos, elefantes o caracoles, todo en su obra tenía significado. Las langostas, por ejemplo, aluden al miedo, quizá porque le recordaban el modo en que una mantis devora a su pareja tras copular; los huevos son amor y esperanza, apuntando su relación con el bienestar de la vida en el útero materno; y las hormigas, por su parte, simbolizan la muerte, debido a sus recuerdos infantiles acerca del modo en que este insecto ingiere los cadáveres de otros insectos muertos.

En El gran masturbador (1929), sin ir más lejos, ya se ven estos símbolos. Un rostro deformado que nos recuerda a Dalí, la representación de los genitales masculinos, a los que se aproxima una cara femenina con un lirio –que encarna la pureza− son el tema principal del cuadro. Simbolizan la visión del artista sobre la masturbación, considerada por él como la manifestación sexual más pura. Tenía pánico a las relaciones sexuales que, comentan, le provocó impotencia, reduciendo sus contactos físicos al onanismo. La langosta –con forma obviamente fálica− con hormigas sobre su rostro indica sus temores al sexo. Se señala su relación con la que fue su mujer, Gala, en las figuras abrazadas, la alusión al pasado con las piedras, al deseo sexual con la cabeza de león, a las ataduras familiares con el anzuelo, o a la esperanza de cumplir un sueño, con las pestañas alargadas.

Dalí se desnuda en esta obra, sin tener escrúpulos para mostrar lo más íntimo, lo más personal. No parece escatimar en detalles ni tener reparos en expresar los conflictos más inconscientes.

Aunque Dalí obedeció a los mismos errores que el común de sus surrealistas compañeros –utilizando los símbolos en su pintura con el mismo significado que Freud les diera en los sueños−, parecía haber algo que le había hecho granjearse su admiración: decía haber creado un método para liberarse del consciente en su creación, el método paranoico-crítico. Fue descrito como método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes. Decía extraer de su inconsciente, imágenes que se superponían a las que observaba.

Buen ejemplo de ello son sus imágenes dobles, con las que crea ilusiones ópticas. Es muy popular el Retrato de Mae West que puede utilizarse como apartamento surrealista (1934-35), pieza en la que el artista ha superpuesto los distintos elementos de modo que bien parecen una sala decorada con sofá y cuadros o la cara de la afamada actriz Mae West; o Bailarina en una calavera (1939), en la que, como su título indica pueden observarse una calavera o una bailarina; o alguno de sus diseños para Destino (1947) –película que programaba elaborar con Walt Disney− en que pueden verse dos caras muy próximas o una bailarina de ballet.

El método paranoico-crítico, del que se valía para crear sus imágenes dobles, lo alejaba del automatismo más puramente surrealista y le daba una coartada para evadir las acusaciones de haber caído en las redes de la evitada razón, que sí se ciernen sobre sus compañeros de equipo, como André Breton. De hecho, así afirmaba cuando lo echaron públicamente del Surrealismo: ¡No podéis expulsarme, porque Yo soy el Surrealismo!

Quizá había sido más agudo, pero lo cierto es que eso del método paranoico-crítico resultaba un tanto dudoso. Este proceso parece paralelo a la respiración holotrópica o el uso de enteógenos, utilizados por la Psicodelia. Pero, ¿qué era? ¿Acaso un trance? ¿Un estado alterno autoinducido? ¿Qué experimentaba? ¿Cuánto duraba?

El pintor defendía prácticamente convivir con el método paranoico-crítico, en un incesante estado de interpretación y expresión de imágenes, que realizaba sin quererlo incluso. Mas, supongo que ustedes, como yo, encuentran estas afirmaciones un tanto descabelladas.

Sea como fuere, lo cierto es que Dalí, ante todo, fue excéntrico. No sólo sus compañeros le expulsaron del movimiento surrealista sino que se aseguró las críticas de muchos. Poco a poco, extendió su arte a otros soportes, creando joyas, interviniendo en cine, elaborando carteles, escribiendo…Se hizo eco de avances en medicina y ciencias naturales tales como los que se realizaban en física nuclear, el descubrimiento del ADN, la Teoría de la Relatividad de Einstein o la Teoría de la Incertidumbre de Heisenberg. Sin duda sus intereses eran más que variados, habiendo llegado a realizar un escrito con afán científico acerca de la paranoia, que entregó a Sigmund Freud en una ansiada entrevista. Por lo que cuentan, el padre del psicoanálisis, no se prestó a leerlo y el encuentro acabó siendo un tanto decepcionante para Dalí.

Salvador Dalí, sobre todo, es una figura de la Historia del Arte controvertida. Fue públicamente acusado de convertir su arte más en un negocio que en una simple expresión artística. Conocedor del mercado artístico, así como de las élites culturales y artísticas que poblaban el panorama internacional, pronto sus obras se cotizaron a altos precios. La barrera en su producción entre arte y bienes de consumo resulta poco visible, de ahí que la visión popular del artista sea un tanto negativa. Este fue el motivo de su expulsión del círculo surrealista, censurado por generar espectáculo. Como en una ocasión, en que se presentó en una exposición, a dar una conferencia, ataviado con un traje de buzo y acompañado de dos perros. Una última cita, de Georges Orwell, parece expresar lo que muchos pensaban:

Uno debería ser capaz de conservar en la cabeza simultáneamente las ideas de que Dalí era al mismo tiempo un excelente dibujante y un irritante ser humano. La una no invalida, o efectivamente, no afecta a la otra.

Su excentricidad y megalomanía son más que sonados, pero quedémonos con lo que nos interesa aquí del pintor: su interés por transgredir las fronteras de la convencionalidad de la razón.

 

 

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.