Los coffeeshops de la ciudad, donde se puede compara de manera legal hachís y marihuana, se han visto doblemente afectados por la nueva tendencia antidroga.

Desde los altavoces suena una alegre música pop, mientras en las mesas los jóvenes charlan y por todas partes se huele el aroma dulzón del hachís. El Café 420, en el barrio antiguo de Ámsterdam, es uno de esos locales conocidos como “coffeeshop”, a los que en lugar de tomar un café la gente acude a comprar, de manera totalmente legal, hachís y mariguana. O a fumarse tranquilamente un porro.

Pero después de 40 años, Ámsterdam quiere deshacerse de su imagen como paraíso de las drogas. En el centro de la ciudad cerrarán sus puertas la mitad de sus 78 coffeshops, y en algunos, la situación ya se ha complicado. Así, desde enero Michael Veling no puede abrir su establecimiento hasta las 18:00 horas. “En 2016 será el final definitivo”, dice mientras se lía un cigarrillo. “Y sólo por 20 metros”, lamenta en referencia a que, según las nuevas normas, no se podrá vender droga a menos de 250 metros de un colegio.

En el centro de la ciudad cerrarán sus puertas la mitad de sus 78 coffeshops, lugares donde la gente acude a comprar de manera legal hachís y mariguana.

Los coffeeshops de Ámsterdam se han visto doblemente afectados por la nueva tendencia antidroga. Ya sufrieron en “proyecto 1012”, con el que la ciudad acabó con el famoso barrio rojo -cuyo código postal era 1012-. En la lucha contra el blanqueo de dinero y la trata de mujeres no sólo se cerraron 192 locales dedicados a la prostitución, sino que además se vieron afectados 26 coffeeshops. Además, otros 13 tuvieron mala suerte por situarse cerca de una escuela. Cuatro ya han cerrado sus puertas, y el resto lo hará paulatinamente hasta 2016.

Un par de turistas italianos miran desconcertados las ventanas tintadas de verde del “Grasshopper”. Aunque el restaurante está abierto, una cuerda roja impide el acceso a su famoso coffeeshop, así que se dan la vuelta sin lograr nada. Y los traficantes callejeros intentan aprovechar su oportunidad.

Desde que comenzaron las restricciones, este tipo de comercio está floreciendo, señala Veling, que preside la asociación de minoristas de cannabis. Y apunta hacia varios tipos que deambulan por uno de los estrechos callejones del centro, el Oudebrugsteeg. “Siete ‘dealers’. Y también venden drogas ilegales como XTC o cocaína”.

Se calcula que sólo en el centro estos establecimientos tienen un volumen de ventas anual de unos 137 millones de dólares.

Ámsterdam se adapta no sin resistirse a las nuevas normas escolares, pues hasta ahora no había habido problemas en el entorno de los colegios. “Es el precio que hay que pagar para evitar el mal mayor de los pasaportes de hachís”, afirma en referencia al fallido plan del gobierno de centro-derecha de prohibir la venta de esta droga a los turistas y sólo permitirla a quienes presenten su documentación de identidad. “Totalmente absurdo”, añade. “Los niños que van a la escuela no podrían entrar aquí”.

Para salvar los coffeeshops de su desaparición, los empresarios han dado con una pragmática y curiosa solución, típicamente holandesa: ¿Por qué no comprar el colegio? Aunque de momento no se sabe la cantidad, los propietarios quieren intentar seducir a una escuela privada para que se mude del centro, y parece que la recepción de la propuesta es favorable. Ahora, la cuestión es si los 13 coffeeshops afectados pueden reunir el dinero suficiente.

De lo contrario, sus 150 empleados tendrán que temer por sus puestos de trabajo. “Las perspectivas no son buenas”, señala el vendedor de 26 años Tia, mientras pesa cuidadosamente un poco de mariguana. Su elegante clienta, con collar de perlas y bolso a la última, aún no había oído nada de la nueva normativa. Esta estadounidense acude una vez al año a Ámsterdam y se muestra sorprendida. “¿Lo van a prohibir?”, pregunta ligeramente preocupada mientras paga sus dos gramos de “white widow” de cultivo biológico.

Las autoridades de la ciudad intentan tranquilizar al respecto: hay suficientes coffeeshops en Ámsterdam y los porros siguen siendo bienvenidos. No en vano, estos locales son, junto con Rembrandt y sus canales, una de las principales atracciones de la ciudad. Se calcula que sólo en el centro estos establecimientos tienen un volumen de ventas anual de unos 100 millones de euros (137 millones de dólares). La mayoría de los clientes -con diferencia- son turistas, y cada vez son más los que se sorprenden del cambio.

Muchos ciudadanos de Ámsterdam tampoco entienden la situación: mientras que en cada vez más países se legaliza la venta de hachís, Holanda, que antaño fue precursora, camina ahora en la dirección contraria. En el paraíso de los porros, el viento sopla ahora en contra.

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.